Esta puede ser una receta fácil para ser reportero. Tome
una grabadora, arremolínese entre el apretujado grupo de
periodistas que buscan la declaración del funcionario o personaje
importante, después extraiga las frases del entrevistado,
trate de responder el “qué”, “cuando”,
“dónde” y “por qué” y agréguele
las acciones verbales en pasado y tercera persona como: “dijo”,
“mencionó”, “agregó”, “subrayó”,
“soslayó” (hasta suena como palabra dominguera)
“concluyó”, y listo, ya tiene la noticia. En
el peor y más cómodo de los casos, espere el boletín
oficial, tan recurrente para maquillar verdades, y repita o adapte
todo (mejor si lo tiene en archivo electrónico) e informe
sin tener la mente activa. Si es acaso que saldrá en televisión,
entonces practique la lectura a través del telepronter y
tenga ciertas aptitudes actorales para impresionar al televidente.
Ello corresponde, por supuesto, a un periodismo fácil, de
escritorio, sin compromiso. Todo lo contrario a lo que hacía
sin descanso el gran periodista del siglo XX, Ryszard Kapuscinski
(Pinsk, 1932) y quien falleciera el pasado 23 de enero en Varsovia,
Polonia.
Comunicador, historiador o literato que ignore la impronta de Kapuscinki
estará ajeno al ejemplo profesional de un hombre que relató
historias de guerras y vidas de una manera magistral sin claudicar
un ápice en el alto valor de la ética y la honorabilidad.
Uno de los grandes aciertos de la Editorial de la Universidad Veracruzana
fue abrir los espacios a escritores polacos como Kazimier Brandys,
Jaroslaw Iwaszkiewicz, Jerzy Andrzejewski y Rizsard Kapuscinki.
Precisamente, en 1980, publicó Las botas (Wojna futbolowa)
gracias a la traducción de Gustav Kolinski y Mario Muñoz,
donde el admirado periodista relata sus incursiones en las guerras
de África, Medio Oriente y Centroamérica.
En este libro se incluye, entre varios reportajes magistrales de
Kapuscinski, uno de sus relatos más célebres, “La
guerra del futbol” que se desata a partir de un juego eliminatorio
entre las selecciones de Honduras y El Salvador para asistir al
Mundial de México en 1970. En él, Kapuscinski se admira
del análisis y proyección futura de Luis Suárez,
otro gran periodista quien, a partir de leer el resultado del primer
encuentro entre las selecciones centroamericanas y analizar el contexto
político, vaticinó que habría guerra porque
“en América Latina (...) la frontera entre el futbol
y la política es muy estrecha” y por lo tanto, una
convocatoria para que el reportero se haga presente y relate la
historia.
Cada párrafo escrito por el autor de Los cínicos no
sirven para este oficio se convierte en una clase magistral. Aquí
se recupera un fragmento de “La guerra del futbol”.
“Cuando el jugador hondureño, Roberto Cardona, tiró
en el último minuto el victorioso gol, la salvadoreña
Amelia Bolaños, de 18 años, sentada frente a la televisión
se levantó y corrió hacia el escritorio, donde en
un cajón estaba la pistola de su padre. Se suicidó
pegándose un tiro en el corazón. ‘Una muchacha
joven que no pudo resistir que su patria fuera obligada a arrodillarse’
–comentó al día siguiente el periódico
salvadoreño El Nacional. Al entierro de Amalia Bolaños,
transmitido por televisión, asistió toda la capital.
El cortejo fúnebre lo presidía una compañía
militar de honor portando un estandarte. Detrás del ataúd,
cubierto con la bandera nacional, iba el Presidente de la República,
rodeado por sus ministros. Los seguían los once muchachos
del equipo salvadoreño, que ese mismo día por la mañana,
en medio de una rechifla, ridiculizados y escupidos en el aeropuerto
de Tegucigalpa, habían regresado en un avión especial
a su país”.
Después El Salvador ganaría en el partido “de
vuelta” con marcador de 3-0 pero los odios patrióticos
estallaron en una guerra para exigir territorios y ahí estuvo
Kapuscinski para dar cuenta de lo que sucedía como lo hacía
en cualquier parte del mundo donde la humanidad convertía
el conflicto extremo en luchas por el poder.
En Damasco, entre fedayines y palestinos, da otra muestra de historia,
periodismo y literatura en el reportaje “Las botas”:
“En las lomas de Golán hay mucho polvo y por eso las
botas de los soldados siempre están grises, siempre necesitan
de un cepillazo. Los muchachos que lustran las botas de los soldados
saben todo sobre la guerra. Las botas poco polvosas quiere decir
silencio en el frente. Las botas mojadas, como si estuvieran recién
sacadas del agua, significa que los fedayines luchan en Hermon,
donde hay nieve. Las botas que huelen a petróleo, manchadas
de grasa, es una demostración que hubo una batalla con tanques.
Las botas son comunicados de guerra”.
Entre los libros de la Universidad Veracruzana también se
encuentra en la Colección Textos Universitarios, Técnica
del reportaje, del periodista y académico Luis Velásquez.
En el capítulo 5 “Estructura del reportaje” analiza
el trabajo de Ryszard Kapuscinski y resalta su dominio literario,
el mismo que también manejaba a la perfección Gabriel
García Márquez para convertirse ambos en los mejores
modelos para la elaboración de trabajos periodísticos.
Kapuscinski es uno de los grandes personajes de la humanidad, su
calidad moral, su defensa y búsqueda de la verdad, su humanismo,
así lo constatan. Si antes era buscado como ejemplo de cátedra
ahora, con su desaparición física, se convierte en
referente obligado para todos aquellos que aspiren a ser buenos
periodistas que no muestren desdén por la historia, la filosofía,
el compromiso y la literatura.
Próximamente, la Universidad Veracruzana buscará reeditar
Las botas, obra que está contemplada entre la lista de joyas
literarias que se pretende tener en circulación con motivo
de los 50 años de la Dirección General Editorial.
Dejamos como reflexión una de las tantas frases Ryszard Kapuscinski
para recordar permanentemente: “La inspiración y el
entusiasmo son un fuego que el tiempo apaga. El periodista debe
prepararse para ello. Ser curioso. Interesarse en las cosas. Leer,
leer y leer”. |