Año 6 • No. 256 • febrero 12 de 2007 Xalapa • Veracruz • México
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  La ruta del
jitomate
Manuel Martínez Morales
Investigador del Departamento de Inteligencia Artificial (DIA)
Un buen día, seguramente nublado como son los días en estas latitudes, nos preguntamos por la ruta del jitomate, intentando reconstruir con la imaginación el recorrido seguido por los brillantes jitomates rojos frente a nosotros, desde su nacimiento en algún campo sonorense o californiano tal vez, hasta llegar al sitio que ahora ocupan en el platón de la ensalada. Visto desde cierta perspectiva se trata de un milagro, es decir de un acontecimiento cuya probabilidad de ocurrir por mero azar es prácticamente nula. ¿A poco los jitomates aterrizaron en el plato “milagrosamente” o llegaron rodando por su propia cuenta? Como no creemos en milagros, y hasta donde sabemos los jitomates carecen de facultades automóviles y volitivas, concluimos que se trata entonces de un proceso en el que ha intervenido la actividad ordenadora y reguladora de los hombres. El proceso subyacente en la ruta del jitomate es complejo, implica la existencia de diversas redes y subprocesos de producción, distribución, intercambio y consumo, todo lo cual supone un modo de producción y relaciones de producción específicos.

De pronto caímos en la cuenta de que no producimos directamente nada de lo que usamos y consumimos, ni los jitomates que tanto nos gustan, la ropa que vestimos, la casa que habitamos, ni el auto en que viajamos.

Esto nos indica que vivimos inmersos en un modo de producción marcado por la división del trabajo: en una parte se produce, mediante la actividad directa de los trabajadores agrícolas, el jitomate; éste se empaca al momento de la cosecha y comienza su viaje por una red de distribución, operada por trabajadores distintos de los productores, para ser repartido en diversos sitios donde –con la intervención de otros hombres y mediante algún sistema de intercambio o comercialización– será puesto a disposición de los consumidores para así terminar su recorrido en el plato de la ensalada. En cada fase del proceso interviene el trabajo humano, pero ningún hombre en particular participa o controla el proceso en su conjunto. En los extremos del recorrido se encuentran separados el productor directo por un lado y el consumidor final en el otro.

El modo de producción capitalista se caracteriza por el hecho de que una clase social (la clase de los capitalistas) se ha apropiado de los medios de producción y distribución de los bienes producidos, determina lo que se produce y para quien se produce en función del principio de la ganancia máxima lo que significa, en este contexto, maximizar la explotación del trabajo humano. Entonces no se produce para satisfacer humanamente las necesidades de todos y cada uno de los integrantes de la sociedad, sino para el enriquecimiento de una clase minoritaria. Este modo de producción tiene como condición fundamental la división social del trabajo que desborda la simple división técnica del trabajo, concretizándose en una separación del trabajo manual y el intelectual, del trabajador y su producto, del productor directo y el consumidor, teniendo como consecuencia lo que se conoce como enajenación o alienación. Enajenación o separación del hombre del producto de su trabajo, de sí mismo y de la totalidad social, que se le aparece como una fuerza ajena que lo domina, tal como las llamadas ¨leyes del mercado¨ que se hacen aparecer como entes sobrenaturales que imponen su dominio a los hombres, cual si fueran fuerzas incontrolables y devastadoras, como los huracanes y terremotos.

El capitalismo, en su forma contemporánea, lo invade todo. Bienes sociales como la educación, la salud, el arte, la ciencia y los bienes culturales en general, no han escapado a la determinación del capital.

De tal forma que ahora la salud, la educación, el arte y la ciencia se consideran mercancías en el mismo sentido y en el mismo plano economicista que los jitomates. En alguna parte se producen estos bienes, se empacan y se distribuyen para ser vendidos al consumidor final. Quien no tiene para comprar no tiene acceso a estos bienes.

Concomitantemente está presente el supuesto de la división del trabajo: en el caso del conocimiento científico alguien produce el conocimiento (los expertos), otros lo distribuyen y lo venden (las universidades por ejemplo) y alguien lo consume, el usuario final. Entonces se piensa en una ruta del conocimiento como similar a la ruta del jitomate. Subyace en forma oculta la noción de que solamente los expertos producen conocimiento, los demás lo consumen. Se niega el hecho real de que el conocimiento es producido socialmente y que, siendo patrimonio humano, cualquier hombre o mujer está en capacidad de producirlo o, en todo caso, de apropiarse del mismo y resignificarlo en la dimensión de su experiencia y su vida concreta. Aparece entonces la forma enajenada del conocimiento, que niega la capacidad, común a todos los hombres, para generar conocimiento y traducirlo en una práctica social transformadora, sujetándose el conocimiento –y a los medios para producirlo- al servicio exclusivo de la acumulación de capital.

Se ha puesto de moda el término ¨distribución social del conocimiento¨ para designar una actividad que debiera ser llamada con más propiedad socialización del conocimiento. Pero la designación no es inocente: distribuir socialmente el conocimiento se inserta con toda intención en la concepción enajenada característica del capitalismo, esto es la noción de que el conocimiento es una mercancía más que se produce en una parte por los expertos, se distribuye –y se comercializa– a través de las instituciones educativas por ejemplo, y hay un consumidor final que paga por la mercancía.

En oposición a la distribución social del conocimiento concebimos la socialización del conocimiento como el proceso mediante el cual el conocimiento ya acumulado y los medios para generar conocimiento (como la investigación científica) son abiertos y puestos a disposición de quien lo requiera para que éste lo haga propio, lo resignifique y lo acreciente o lo traduzca en una praxis efectiva sobre su realidad que incida en mejorar la calidad de su vida y la de su comunidad. Entonces estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de un conocimiento vivo –no inerte y empaquetado como mercancía- vinculado desde siempre al trabajo humano, y consustancial a un proyecto alternativo de vida, opuesto al capitalismo.

La noción de ¨distribución social del conocimiento¨ es engañosa, oculta la naturaleza social del conocimiento y por tanto que el conocimiento es producto y patrimonio de la humanidad y no de una clase o de un grupo privilegiado. Encierra la falsa noción de que el conocimiento es una mercancía que como tal se vende y se compra. Oculta también las posibilidades subversivas y transformadoras del conocimiento, que se caracteriza por preguntárselo todo, por ponerlo todo en duda, por negar todo principio de autoridad como condición para su ejercicio y, sobre todo, porque ayuda a comprender el origen y la naturaleza destructiva del sistema capitalista y proporciona las armas teóricas y prácticas necesarias para su derrocamiento. Obviamente, las élites favorecidas por el sistema que operan el aparato educativo en México comprenden esto muy bien y saben perfectamente de que lado se encuentran y a favor de quien trabajan.

La alternativa es promover la socialización del conocimiento dentro y fuera de las instituciones educativas y construir la resistencia al neoliberalismo desde el ejercicio de la práctica educativa y científica.

Hay que conocer para comprender lo que se ve y lo que no se ve. Y, por favor, mañana no hagas preguntas sobre la ruta del jitomate o sobre la de la teoría de la relatividad, mejor comamos la sopa antes de que se enfríe.