Año 6 • No. 265 • Mayo 7 de 2007 Xalapa • Veracruz • México
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¿Por qué nos enamoramos?: Un enfoque neuroetológico

Por Genaro A. Coria-Ávila
Médico Veterinario Zootecnista, Maestro en Neuroetología y Doctorado en Neurociencias Comportamentales.
Investigador del Instituto de Neuroetología, Universidad Veracruzana.
Genaro.Coria@correoneuro.net

(Tercera y última parte)
Cuando los ratones monógamos son inyectados con un agonista de dopamina (una sustancia que imita su efecto natural) y son expuestos a un macho, se producen vínculos afectivos aunque no ocurra cópula. Por el contrario, cuando se inyectan con antagonistas de dopamina se inhibe la formación de preferencia de pareja, aunque haya ocurrido la cópula. Se sabe que durante la cópula los niveles de dopamina se incrementan en animales monógamos y en polígamos, entonces… ¿por qué los polígamos no forman vínculos de pareja? Parte de la respuesta yace en que hay dos formas de receptores de dopamina, los de tipo 1 y los de tipo 2. Se ha encontrado que inyecciones de sustancias que activan al receptor tipo 2 facilitan la preferencia de pareja, mientras que las sustancias que activan al tipo 1 inhiben su formación. Hasta ahora, se ha sugerido que los receptores tipo 2 se activan primero en los animales monógamos, lo cual facilita la creación de un vínculo afectivo con la pareja. Así, una vez vínculados emocionalmente con alguien se comienzan a activar los receptores tipo 1, los cuales inhiben la formación de vínculos afectivos con un tercer individuo. En los animales polígamos se activan primero los receptores tipo 1, evitando que se formen vínculos afectivos desde un principio.

Se sabe además, que la cantidad de receptores que nuestras neuronas expresan para que los neurotransmisores y hormonas las activen, depende de información genética. Se ha mostrado que la trasferencia de un solo gen puede transformar a un animal de polígamo en monógamo. Por ejemplo, investigadores de la Universidad Emory, en E.U., transfirieron el gen responsable de la producción de vasopresina de un macho de especie monógama a uno de especie polígama. Aunque ambas especies tienen un gen involucrado en la producción de la hormona, el de la especie polígama tiene una secuencia de menor tamaño. Dicha transferencia ocasionó un mayor número de receptores de vasopresina a nivel del pallidum ventral en el cerebro, ocasionando que los animales polígamos mostraran algunos de los comportamientos de monogamia.

Dada esta evidencia en roedores, podemos comprender que la capacidad de un individuo de ser monógamo o polígamo, depende de una relación sistemática entre ambiente, genes y circuitos neurales. Así, individuos de dos especies muy parecidas como los ratones de pradera y montaña se comportan de una manera opuesta. Unos con la capacidad de formar vínculos afectivos que los hacen demostrar preferencias de pareja selectivas y de larga duración, mientras que los otros no. Es probable que dentro de la diversidad genética de los humanos, existan aquellos hombres y mujeres con una mayor tendencia a la monogamia. Es decir, que dada su información genética produzcan mayor número de receptores para oxitocina, vasopresina y dopamina en áreas cerebrales involucradas en la formación de vínculos emocionales de pareja. Por el contrario, puede ser que existan hombres y mujeres que genéticamente no puedan producir suficientes receptores para estos neurotransmisores que facilitan la monogamia. Aunado a estas diferencias genéticas probables, es importante mencionar que el aprendizaje juega un papel crítico en los comportamientos de cada individuo. Así, personas con un perfil genético monógamo podrían comportarse de una manera más polígama dada su educación y ambiente en el que fueron criados. Similarmente, una persona con perfil genético polígamo podría comportarse de manera más monógama si así fue educado.

Entonces, ¿por qué nos enamoramos? Es probable que la respuesta correcta incluya una explicación tanto evolutiva como genética y neural. Nos enamoramos porque a lo largo de la evolución desarrollamos un circuito neural que nos hace sentir la necesidad de quedarnos con una pareja en particular. Dicha preferencia probablemente depende de neurotransmisores, como en el caso de los ratones de pradera, y quizá de muchos otros factores neurales que desconocemos. ¿Por qué evolucionamos esos circuitos? Es probable que hayan evolucionado porque nos funcionan como especie. Quizá mantener un vínculo afectivo con nuestra pareja fue necesario en el pasado para asegurar de cierta forma el cuidado de la descendencia y su sobrevivencia.

¿Por qué a veces nos desenamoramos? Es probable que los vínculos afectivos se terminan cuando los circuitos neurales involucrados ya no se estimulan lo suficiente. En el caso de los ratones de pradera es tan sencillo como incrementar la actividad de los receptores de dopamina tipo 1 y disminuir la actividad de los tipo 2, o disminuir la actividad de sustancias como la oxitocina y la vasopresina.
Esto demuestra que la capacidad de tener un vínculo afectivo con alguien puede ser tan efímero y desaparecer inmediatamente o prolongarse por toda una vida dependiendo de la actividad de ciertas áreas de nuestro cerebro. Entonces, ¿qué es lo correcto? ¿ser monógamo o polígamo? Probablemente la respuesta es que habemos de todo un poco. Ya lo dijo Milton Diamond: “A la naturaleza le gusta la diversidad, pero a la sociedad no”.