Las
siguientes notas exponen al lector algunas consideraciones en torno
a un dossier preparado por La Palabra y el Hombre, la cual cumple
50 años de vida, dedicado a José Carlos Becerra, en
específico hacia la recepción que hemos tenido sobre
su figura “mítica”, por llamarlo de algún
modo, como consecuencia de su temprana muerte a los 33 años.
El encargado de preparar este dossier es Ignacio Ruiz Pérez,
de la Universidad de Texas en Arlington, quien plantea una propuesta
interesante: recorrer el panorama que dibujan los textos reunidos,
y con ello hacernos una idea sobre la percepción reciente
de un poeta que, en su momento, fue considerado, junto con José
Emilio Pacheco y Gabriel Zaid, como parte de una especie de trinidad
sagrada en la lírica mexicana de hace ya casi 40 años. |
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¿Qué
podemos decir de Becerra hoy, ese López Velarde contemporáneo,
en un tiempo en donde la cultura mexicana parece haber entrado de
lleno en lo que hace algunos años se denominaba posmodernidad?
¿Qué periplo ha recorrido la leyenda de un “joven
poeta moderno” entre los lectores y autores de este nuevo
milenio? ¿Todavía es válido imaginar una especie
de mundo posible en donde situemos a Becerra vivo y escribiendo
todavía versos de nueva factura?
Becerra es uno de los hijos pródigos de la generación
del Medio Siglo: nacido en 1937 en Villahermosa, murió en
un accidente automovilístico cerca de San Vito dei Normandi,
haciendo un trayecto hacia el puerto de Brindisi, en Italia.
Después de habernos impuesto este luto obsesivo durante casi
40 años, ¿realmente Becerra era un poeta “superdotado”,
y con su muerte hemos perdido la oportunidad –única
en la historia– de seguir la evolución de una obra
poética excepcional?
Más allá de este estereotipo post mortem, una de las
luces que aporta este dossier es justo una dirigida hacia una valoración
crítica sobre cuál fue el papel que interpretó
Becerra como poeta en el complejo panorama que tuvo la literatura
mexicana de los sesenta. Desde su primer libro, Oscura palabra (1965),
pasando por los que se consideran sus mejores poemarios, Relación
de los hechos (1967) y La Venta (1969), luego su texto inconcluso
Cómo retrasar la aparición de las hormigas (1968-1970),
hasta la edición preparada por Pacheco y Zaid de toda su
obra escrita, titulada El otoño recorre las islas (1973),
la figura de Becerra se ha ido edificando como la de un poeta que
es dueño absoluto de todas sus facultades cuya obra, en un
paralelo con Rimbaud, quedó debidamente cubierta y no le
falta ni le sobra nada, a excepción quizá de algunos
cabos sueltos que nos permiten soñar todavía en una
posible continuación.
¿Qué es lo que hay detrás del mito de Becerra?
Partiendo de una metáfora, Zaid ofrece una nítida
descripción respecto al inicio de esta mitificación:
Se estrella
en nuestro afecto. Nuestra piedad le aplasta el tórax. Se
desnuca. Por la boca echa sangre de la angustia de todos. Le estalla
el cráneo de la fuerza con que estamos pensando en él.
Se desperdiga en los recuerdos. Se desfigura en nuestros homenajes.
Está irreconocible. No es él.
Estas
líneas fueron escritas por Zaid en 1976, y nos permiten ver
un intento lúcido por valorar, de la mano de elogios justos
–los pocos– y a contracorriente de los excedidos –los
muchos– el peso exacto de la obra de Becerra. Cuatro años
antes, en 1972, Zaid hizo una de las críticas más
honestas y valiosas que podemos leer sobre Relación de los
hechos:
En Relación de los hechos, hay como un gran espacio donde
se acumulan muebles excesivos, triques innumerables y cosas que
no vienen al caso. Pero la espaciosidad es real y se impone sobre
el lector. Hay algo verdadera y naturalmente grande en este libro.
Estos dos fragmentos son parte de los aportes que nos brinda este
dossier, junto con otros escritos que nos ayudan a develar e interpretar
mejor muchas de las mitologías que rodean la figura de Becerra.
Como mera especulación, al revisar precisamente el periodo
de transición que vive Becerra entre la obra que desarrolló
en México y los apuntes que perfilaron sus nuevos poemas
escritos en Europa, ¿acaso Eliot no se volvió al final
una de sus más fuertes influencias? Tratemos de ver hasta
dónde nos lleva esta sospecha. En 1953, según consta
en el estudio preparado por Zaid y Pacheco en su antología,
Becerra escribía los siguientes versos:
…Ay,
esa música que ahora escucho, esa canción
que alguien canta en un disco,
me duele mucho…
Este
discurso se transforma hasta adquirir un tono maduro, en pleno uso
del versículo como medio de codificación de su expresión
lírica, incluso dueño de un sentido irónico
y con tintes oscuros
Ahora,
cuando tus sistemas de flotación se han reducido a tus retratos,
A las vías por donde va desapareciendo de ti mismo, borrándote
[de aquello que querías…
Hasta
su ruptura formal con el uso de un verso breve, casi telegráfico,
junto con una mayor exploración de recursos gráficos,
en la última etapa de su obra:
un gancho
de hierro
y se jala,
su expansión lo desmiente al subir
el agua que le chorrea
lo
mueve
de
los
hilos
de su salida al escenario
Este
poema, titulado “[el ahogado]”, ¿acaso no podría
leerse como una alusión al inolvidable Flebas, introducido
por Eliot en The Waste Land, el cual representa una especie de naufragio
metafísico en el caos de la existencia?
Cabe decir que esta colección de documentos reveladores sobre
José Carlos Becerra es una invitación a ver su variopinta
figura en un periodo histórico tan controvertido y trascendental
como lo son los años sesenta. En la sección que Ruiz
Pérez ha denominado “Lecturas”, resulta interesante
ver textos de escritores recientes como Alberto Julián Pérez,
José Homero o Víctor Manuel Mendiola (por citar algunos)
en donde sen toman nuevos caminos para revisar el valor actual de
la obra de Becerra.
Con todo esto, es justo celebrar la publicación de esta colección
de documentos invaluables, ya que las ideas expresadas por toda
una pléyade de escritores sobre sus impresiones en torno
a la obra de este gran poeta son un motor para seguir haciéndonos
preguntas.
La Palabra y el Hombre, los números anteriores y los de la
nueva época, se pueden adquirir en el Servicio Bibliográfico
Universitario, Xalapeños Ilustres 37 o en la Feria Permanente
del Libro Universitario, Hidalgo 9.
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