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Lolo
Roberto Ortiz Escobar |
Un
adolescente repta y se encoge continuamente a manera de exigencia
corporal de una vida a la deriva, como si las condiciones ambientales
y familiares lo obligaran a agazaparse a cada momento buscando una
mínima sensación de protección en el repliegue
físico.
Se trata de Lolo (soberbio Roberto Sosa), habitante de una de las
ciudades perdidas de la periferia del Distrito Federal. En un primer
momento se esconde en cuclillas, previo a la golpiza y el robo de
su cobro semanal en la fundidora donde lo despiden. Más adelante,
su cuerpo de charal enfebrecido se nota aprisionado dentro de una
cobija, mientras su madre aún buenona (Lucha Villa) se agasaja
fajando con su amante organillero (Alonso Echánove). |
Antes
del asalto a la casa de la usurera del barrio, Lolo se sienta y recarga
en la pared exterior encubierto por un tanque de gas y unas plantas
en maceta. Al ser perseguido por una banda que le propina otra madriza,
se retuerce en el suelo en posición fetal exclamando piadosamente
que no le golpeen su rostro. |
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Cuando trata de pelarse de la colonia antes de que el primo policía
le de su merecido, Lolo se aproxima cual animal herido a la casa de
su novia Sonia (Esperanza Mozo), ocultando en una pared rocosa su
rostro ensangrentado.
Después de que la chica junta dinero ofrendando su virginidad
en una rifa de cabaret, Lolo camina lenta y lastimeramente por las
calles polvorientas y sin pavimentar, subiendo con dificultad a un
autobús urbano que lo alejará del infierno experimentado.
Lo anterior es tan sólo un apunte del sorprendente debut de
Francisco Athie con Lolo (México, 1992), una de las películas
mexicanas más desgarradoras y sobrecogedoras de la década
de los noventa.
Con guión de él mismo, fotografía ingeniosa de
Jorge Medina (los emplazamientos circulares de la hermanita viendo
el regaño de la madre a Lolo, la persecución de la banda
barriobajera), un reparto de primera y una banda sonora de aliento
trágico debida a Antonio Diego y Samuel Larson, esta cinta
deja un amargo y rabioso sabor de boca porque en el frágil
y escurridizo cuerpo de Lolo se resume la culpa, la desgracia y la
traición humanas en un ámbito geográfico reconocible,
en una mega ciudad que devora en un santiamén a sus habitantes
convirtiéndolos en víctimas-victimarios sin escapatoria
posible, o más bien, sin una redención que tan sólo
existe como consuelo en las estampas religiosas de la casa de Lolo,
en la fotografía del Papa ubicada en el aposento de la usurera
o en el altar de una virgen en unas escalinatas callejeras donde el
siniestro primo Marcelino escupe su condición depredadora como
representante de la seguridad ciudadana a un Lolo en el mayor de los
infortunios.
Esta cinta será proyectada por el Departamento de Cinematografía
de la U V este lunes 26 a las 18 horas en el Aula Clavijero de Juárez
55. |
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