Año 8 • No. 302 • Marzo 10 de 2008 Xalapa • Veracruz • México
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  Polvos de arroz, un guiño a los
desatinos de la existencia

Celia Álvarez
Polvos de arroz, la primera novela publicada por el escritor xalapeño Sergio Galindo (aunque no la primera que escribió: ésta fue Por un error, que data de cuando tenía 18 años de edad y decidió mantener inédita) estrenó en 1958 la colección Ficción de la Universidad Veracruzana (UV), cuya Editorial había sido fundada un año antes por este autor de vocación fehaciente.

En el contexto de los homenajes que la UV rindió en 2007 al forjador de su Editorial, con motivo del cincuentenario de ésta, fueron creadas varias colecciones, entre ellas la Serie Conmemorativa Sergio Galindo, que integran algunos de los títulos más sobresalientes de estos 50 años de labor y que inaugura, precisamente, Polvos de arroz, con un ensayo preliminar de Sergio Pitol titulado “Imágenes de una
linterna mágica”.

En esta novela corta cuya protagonista es la mismísima tristeza, encarnada en una mujer, Camerina, que descubre la futilidad de su existencia –“Julia, no sabes lo que es vivir como he vivido, estaba como muerta”, le dice a su sobrina– cuando ya no es posible desandar el trayecto, Sergio Galindo hace llegar al lector un mensaje sutil pero claro: hay que disfrutar la vida y procurarse la felicidad antes de que sea demasiado tarde...

El autor detalla el infausto peregrinar entre cuatro paredes de Camerina, a quien despierta de su letargo perenne la aparición de un amor a deshoras, y su hermana Augusta –“un par de niñas tontas”, según su propio padre–, quienes no han tenido otro desahogo en la vida que ir a misa o al mercado, “en un tiempo en que la historia se hacía en pausas largas en las que parecía no ocurrir nada”.

“Era una época en que se podía esperar muchos años, muchos, sin apremio. De tal lentitud que a veces se antojaba que podía seguir así interminablemente y hasta se temía el más ligero cambio... Por eso, sin duda, nunca hablaban de política y trataban de evitar cualquier comentario que les hiciera comprender que la vida llevaba otro curso, lleno de cambios decisivos”, narra el escritor en uno de los nueve capítulos del libro.

Tras el título, que hace alusión al cosmético utilizado desde principios del siglo XX para blanquear la piel, subyace el conformismo de vivir, la imposibilidad de enmendar el destino. Cuando Camerina visita la gran ciudad para ir en busca de su enamorado –casi medio siglo más joven que ella–, en unos grandes almacenes su sobrina le pregunta por qué no cambia de polvos y le responde: “Estoy contenta con los que uso... ¿O crees que me quedan mal?”, para decidirse finalmente por los habituales polvos de arroz.

La protagonista, víctima y verdugo de sí misma, admite su amargura cuando su joven enamorado, al que conoce solamente por carta, le pregunta si antes ha experimentado la dicha: “No puedo decirte que he sido feliz, porque he descubierto que la felicidad, si existe, debe ser algo por lo que se lucha mucho y se hacen cosas malas. Yo no he luchado, ni he hecho mal... Nos hemos encontrado en un momento en que lo único que considero seguro es la muerte y el desatino de esta vida que no sé por qué he vivido”.

Al darse cuenta de la imposibilidad de conquistar a un veinteañero y vivir un disparatado amor senil, Camerina Rabasa claudica. “Quería morirse, acercarse a un abismo y dar el paso, caer; pero caer en algo absoluto, negro, hondo, donde ya nada sucede, donde no existen las voces, ni las risas, ni los números. No pensar jamás en números, no saber que tenía setenta, setenta abominables, ridículos, años...”.

Sin caer en extremos sentimentaloides o caricaturescos, Galindo, virtuoso del arte de escribir, transmite al lector ternura y lástima por una mujer anciana y obesa que no puede recuperar el tiempo perdido y sólo espera el final, y le envía, al mismo tiempo, un guiño de alerta, una recomendación que será tan útil dentro de mil años como lo fue hace media centuria.

Polvos de arroz, igual que el resto de las obras que conforman la Serie Conmemorativa Sergio Galindo: Imagen primera, de Juan García Ponce; Infierno de todos, de Sergio Pitol; Los hombres verdaderos, de Carlos Antonio Castro; Diario semanario y poemas en prosa, de Jaime Sabines; Los muros enemigos, de Juan Vicente Melo; Ocnos, de Luis Cernuda; El norte y La veleta oxidada, de Emilio Carballido, y Ven, caballo gris, de José de la Colina, se encuentra a disposición del público en el Servicio Bibliográfico Universitario, ubicado en Xalapeños Ilustres 37, y en la Feria Permanente del Libro Universitario, situada en Hidalgo 9.