Rafael
A. de Arrascaeta Ferrando, quien entre otras cosas es asesor del TC
176 de la ISO, nos visitó de nuevo para completar el programa
de formación de auditores internos y platiqué con él
sobre la calidad y sus bondades. Le pregunté sobre las posibilidades
que la implementación de un sistema de gestión por calidad,
ofrecen a las organizaciones para alcanzar el éxito y les ofrezco
su amplia respuesta a continuación: Es
lógico pensar que los Sistemas de Gestión de la Calidad
son la herramienta adecuada para permitir el desarrollo de la mejora
en las organizaciones y llevarlas a niveles de competitividad para
ser reconocidas como empresas de clase mundial.
Tal pensamiento es correcto pero, entonces, vale la pena preguntarse:
¿por qué, en organizaciones que emprenden tales iniciativas,
hay tantos fracasos, frustraciones y abandono de dichos sistemas?
La respuesta podríamos encontrarla en el origen que tuvieron
tales sistemas, en las organizaciones que fracasaron. Hay quienes
tienen concepciones míticas sobre los sistemas de calidad
(los mitos tienen una base de realidad), piensan que la calidad
es una especie de estado de gracia, algo casi místico, y
que cuando se alcanza todo se resuelve.
Generalmente, este tipo de enfoques lleva a las empresas, luego
de mucho esfuerzo y dinero, a darse cuenta de que están muy
lejos de alcanzar la anhelada calidad y/o excelencia. Entonces se
preguntan ¿dónde estuvo el error, en qué lugar
del camino perdimos el rumbo?
En la mayoría de los casos, el problema se encuentra en el
enfoque de la dirección para la aplicación de dichos
sistemas, se convencen de que este tipo de sistemas son útiles
para el logro de la excelencia y simplemente deciden aplicarlos
sin mayor análisis. Además, una vez tomada la decisión,
la dirección delega (abdica) la responsabilidad del sistema
en los especialistas de la organización, y se olvida del
asunto.
Cuando ésta es la historia del nacimiento de un sistema para
la calidad, generalmente los resultados no satisfacen las expectativas
(a veces fantasías) de la dirección.
¿Qué esperaban? La dirección, para cualquier
sistema estratégico o proyecto de inversión, como
paso previo a cualquier acción, define los objetivos del
nuevo sistema o proyecto, analiza el costo-beneficio, planifica
el tiempo de recuperación de la inversión, estudia
el impacto que el sistema o proyecto tendrá en las actividades
de la organización y, además, hace seguimiento y evalúa
el avance y los logros obtenidos.
Entonces, ¿por qué no hicieron lo mismo en el caso
del sistema de calidad de su empresa? La primera respuesta que se
me ocurre es que se quedaron con la idea mítica de que la
calidad es un estado de gracia y que los sistemas son herramientas
que de forma casi mágica permiten lograrla.
Con el mito en mente, ordenan que se aplique el sistema, esperando
que la magia se produzca por sí sola. En esta situación,
el fracaso y la frustración no son una posibilidad, son casi
una certeza. Luego, es posible que justifiquen el fracaso diciendo
que este tipo de sistemas, no sirven o no son adecuados para su
tipo de industria, y, como toda herramienta que no sirve, más
temprano que tarde la abandonan.
Estas consecuencias de enfoque son aún peores en el caso
de aquellas empresas que aplican este tipo de sistemas sólo
para lograr un certificado, por la siguiente razón: Implantar
un sistema orientado a la mejora, que aporte beneficios tangibles
a la organización, y luego certificarlo es ser serio y honorable.
Siempre y cuando la certificación implique que la organización
se somete al análisis de un tercero que objetivamente, y
asumiendo la posición del cliente externo, da testimonio
que el sistema es capaz de satisfacer los requisitos del cliente
y tiene los elementos necesarios para aumentar dicha satisfacción.
Un sistema de estas características seguramente aportará
a la organización elementos reales para el logro de resultados
tangibles, que coadyuven en sus objetivos de negocio, así
como en la satisfacción de sus clientes.
Construir el sistema sólo para lograr un certificado, debería
ser considerado poco serio o no muy honorable. Un sistema de estas
características no dará resultados tangibles para
nadie. El certificado sólo será un papel que no dice
ni garantiza nada. Peor aún, el cliente no es tonto y se
preguntará: Si están certificados y presumen excelencia,
entonces ¿por qué no me cumplen?
Para entender el verdadero papel y aportación que este tipo
de sistemas tiene en la consecución de la calidad de las
organizaciones, deberíamos comenzar por entender la realidad
y los retos a los que se enfrentan las organizaciones, por ejemplo:
El cambio
constante del entorno: El medio en el que se desenvuelve la actividad
de las empresas, se transforma constantemente (nos guste o no),
estos movimientos del entorno que afectan o golpean a la organización,
en general, son producto de la globalización de los mercados,
las acciones de la competencia, los cambios en el desarrollo tecnológico.
La obsolescencia
de procesos o actividades: Un día, la empresa se da cuenta
de que hasta hace un tiempo las cosas funcionaban bien; los sistemas,
procesos y actividades que tenían en uso hasta ayer, les
permitió crecer y tener éxito, y del día a
la noche ya no sirven o al menos no proporcionan el mismo resultado.
¿Qué pasó? ¿Cuál es la causa?
Es posible que los sistemas y actividades actuales de la empresa
ya no sean capaces de responder a los cambios del entorno, lo cual
significa que se han vuelto obsoletos.
La calidad
del producto: Los clientes ya no se conforman con recibir los servicios
y productos que producimos. Exigen calidad. ¡Qué exagerados!
Agregar
valor al cliente: A veces los directivos de las empresas dicen:
Ya no entendemos lo que el cliente quiere. Entonces se preocupan
e invierten en desarrollar o aumentar el valor agregado de su producto
o servicio. Pero, aún así, el cliente los abandona
o no les es fiel. ¡Qué ingratitud! El problema es que
olvidan que el valor agregado de un producto o servicio sólo
existe si es percibido y apreciado por el cliente.
Logro
de objetivos organizacionales: Para acabarla de complicar, los accionistas,
los dueños, el corporativo, piden resultados, quieren una
planeación estratégica acertada, una adecuada administración
de los riesgos del negocio. Además, quieren que se logren
los resultados de rentabilidad del negocio. ¡Explotadores!
Lo anterior
es la cruda y a veces cruel realidad a la que se enfrentan las organizaciones
en cualquier lugar del mundo.
¿Cuál es el verdadero papel que deberían jugar
los sistemas de gestión de la calidad en la mejora de las
organizaciones?
Para evitar caer y pagar las consecuencias de un enfoque mítico
de la calidad, puede resultar más lógico y sensato
buscar que el resultado esperado del sistema sea una herramienta
apta para que la empresa pueda responder a los cambios del entorno.
Y así poder responder a los mismos de forma racional y, en
lo posible, anticipándose
¡Cuidado!, no estoy hablando de reaccionar, la reacción
se produce después de que las cosas suceden, puede ser tarde
y, si además le fallan los reflejos a la empresa, puede ser
mortal.
Entonces, en lugar de esperar que el sistema por alguna razón
mágica nos lleve al estado de gracia de la calidad, el sentido
común nos dice que el resultado esperable de un sistema de
gestión para la calidad de la organización debería
ser: ¡Proveer a la organización de la capacidad y competencia
para enfrentar exitosamente los retos que le plantea la realidad
de su entorno!
Hasta aquí la participación de Rafael Arrascaeta;
por mi parte les doy la bienvenida a la chamba y ya saben que sigo
esperando sus comentarios en el correo electrónico otflores@uv.mx
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