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Ciclo
de Luis Buñuel
Roberto
Ortiz Escobar
roe_xal@yahoo.com.mx
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El
Departamento de Cinematografía de la Universidad Veracruzana
(UV) nos ofrece en mayo un ciclo dedicado a Luis Buñuel. La
semana pasada vimos su arranque como director surrealista en Un perro
andaluz (1928), la continuación de su carrera en México
con la desafortunada Gran Casino (1946), interpretada por la insoportable
Libertad Lamarque y un impostado Jorge Negrete. El viernes se exhibió
El (1952), descripción descarnada sobre los celos de un enamorado
interpretado por un excepcional Arturo de Córdova.
Para esta semana recomendamos La ilusión viaja en tranvía
(1953), El río y la muerte (1955) y Nazarín (1959),
las cuales se proyectarán el lunes 14, el miércoles
16 y el viernes 18, respectivamente, en el Aula Clavijero de Juárez
55 a las 18:00 horas.
La ilusión viaja en tranvía (1954) no sólo nos
regala la sensualidad de Lilia Prado sino también la simpatía
de Mantequilla como operador de un tranvía que en una pastorela
asume los personajes de Adán y el diablo.
Son dos los elementos que de esta cinta una de las más disfrutables
del cineasta: por un lado el curioso argumento de Mauricio de la Serna
y el soporte en los diálogos de José Revueltas: un chofer
y su asistente agarran una guarapeta y sacan del depósito a
un tranvía con el que recorrerán la ciudad durante un
día, recogiendo a una diversidad de personajes en cada parada,
los cuales de convierten en una suerte de ocurrente como sarcástico
microcosmos social.
Por otra parte se encuentra la fotografía de Raúl Martínez
Solares, quien ilustra sin pretensión turística el rostro
de las calles, barrios y colonias de la ciudad de México a
principios de los cincuenta: Coyoacán, Tlalpan, Félix
Cuevas, Guerrero, etcétera.
Si bien es cierto que a Buñuel no le interesaba la estética
y la temática neorrealista del cine italiano (Los olvidados
es la excepción), en La ilusión viaja en tranvía
las imágenes del viaje se convirtieron en un testimonio fehaciente
del rostro de una ciudad que ha cambiado radicalmente en los últimos
años por la migración, la urbanización galopante
y la explosión demográfica. Por momentos se antoja que
estamos ante el registro de intención verista.
En cuanto a El río y la muerte (1955), no obstante ser una
de las películas “alimenticias” que le permitieron
al director obtener ingresos para el sostén personal y familiar,
nuevamente la anécdota literaria de Manuel Álvarez Acosta
más las aportaciones en el guión de Luis Alcoriza y
Buñuel, dieron como resultado una visión alegremente
sombría de la sed de venganza entre dos familias, lo cual provoca
una retahíla de asesinados, velorios y sepulturas.
Aunque la muerte abrupta y violenta no se registra como hecho dramático,
los diálogos y las situaciones jocosas no se alejan de una
realidad provinciana mexicana del siglo pasado que guarda distancia
con los actuales ajustes sangrientos de parte de los señores
de la droga.
Finalmente Nazarín, una de las obras maestras del periodo mexicano
del cineasta. Basada en la novela homónima de Benito Pérez
Galdós y en cuyo guión intervino Emilio Carballido,
además de Julio Alejandro y el mismo Buñuel, su acción
se sitúa en el México de la época porfiriana,
específicamente en provincia.
El estupendo cuadro actoral secundario (Marga López, Rita Macedo,
Ignacio López Tarso, Noé Murayama, Ofelia Guilmáin,
David Reynoso y Pilar Pellicer), acompaña a Francisco Rabal
como un cura que procura brindar el bien a sus semejantes. Sin duda
una de las críticas más severas acerca de la caridad
cristiana en un mundo revuelto y convulso, alterado por las enfermedades,
la ruindad humana, los privilegios eclesiásticos, las creencias
ancestrales y el lastre machista.
Frente a la pureza de Nazarín, la realidad inmediata desarticula
sus intenciones, no obstante la indiferencia mostrada por la acción
ególatra o material. Al ofrecer su mejilla plena de bondad,
este vigoroso Quijote será fustigado sin tregua alguna convirtiéndose
en un ser marginal remitido a la cárcel cual vulgar ladrón.
La escena final es una de las más elocuentes del cineasta,
quien reproduce aquí el sonido inquietante de los tambores
de su natal Calanda. |
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