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Ciclo
de cine
“Rostros femeninos”
Roberto
Ortiz Escobar
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Inicia
un nuevo ciclo en la sede del Departamento de Cinematografía
de la Universidad Veracruzana, ubicada en el Aula Clavijero de Juárez
55. Lleva por título “Rostros femeninos” e integra
a una serie de actrices que participaron en varias películas
producidas en diferentes décadas. Arranca con la hermosa Maureen
O’Hara en una entrañable mirada nostálgica (¡Qué
verde era mi valle!, 1941, de John Ford); le siguen la inolvidable
Vivian Leigh en una versión fílmica no muy conocida
de Anna Karenina (1948, de Julien Duvivier), la enérgica Bette
Davis en rivalidad interpretativa con una Anne Baxter de bondad aparente
(La malvada, 1950), la dupla envejecida conformada por Joan Crawford
y Bette Davies compitiendo por el mayor de los arrebatos patéticos
(¿Qué pasó con Baby Jane?, 1962, de Robert Aldrich),
la talentosa Anne Bancroft en una de sus últimas apariciones
fílmicas (Grandes esperanzas, 1998, de Alfonso Cuarón),
la sofisticada como implacable Meryl Streep en El diablo se viste
a la moda (2006, de David Frankel).
De un total de 11 cintas, la primera que veremos el próximo
miércoles 7 será ¡Qué verde era mi valle!
(How Green Was my Valley), conmovedor retablo de una familia de Gales
que se desprende del apacible entorno campestre para ingresar a los
avatares del progreso basado en la explotación del trabajo
minero.
Si bien a Ford se le conoce por un género que ennobleció
(“Me llamo John Ford y hago westerns”) con varias obras
maestras (La diligencia, La pasión de los fuertes, La legión
invencible, Fort Apache, El hombre que mató a Liberty Valance,
El último hurra), también incursionó en diferentes
géneros, siempre con depuradas narraciones y una carga humanista
que apelaba al registro nostálgico a partir de un mudo idealizado
donde las relaciones personales y familiares posibilitaban la sinceridad,
la solidaridad y el respeto al otro.
John Ford fue un hombre infatigable que jamás se doblegó
ante las responsabilidades laborales. Tan sólo en el periodo
silente hizo 52 cintas y durante su larga trayectoria fílmica
de 50 años abonó 113, algunas fundamentales para la
historia del cine.
En el caso de ¡Qué verde era mi valle! reunió
a un equipo talentoso que integraba la pertinaz música de Alfred
Newman, la soberbia fotografía de Arthur Miller, un maduro
guión de Philip Dunne, basado en la novela homónima
de Richard Llewellyn y un cuadro actoral de primera encabezado por
Walter Pigdeon, Maureen O’Hara y Roddy McDowall.
La cinta es un flash back en el que el joven Huw Morgan recuerda a
su familia cuando él apenas era un niño, compartía
el amor de padres y hermanos y disfrutaba de las mieles de una unión
hogareña complacida por el paisaje suave y verdoso. Sin embargo,
las dificultades económicas y las diferencias entre el padre
y los hijos empezarán a cobrar fuerza cuando las condiciones
laborales en la mina hagan crisis.
Al igual que Las viñas de la ira (1940), el director enfrenta
a sus personajes a una realidad socioeconómica que los orilla
a la separación familiar, la muerte, la emigración,
el exilio, la pérdida de la inocencia. Las bondades de un presente
que quisiera eternizarse son vapuleadas al imponerse el hambre generada
por la pobreza. Sin embargo, Ford no sólo observa las tribulaciones
y las situaciones aciagas. Al incursionar en el recuerdo de Huw, pone
de relieve el valor de la memoria, tal vez la única atenuante
que permita el rescate reconfortable de un pasado benevolente que
existió y fue destruido por un entorno que sobrepasaba los
ideales familiares. La memoria como única fuerza que permite
la sobre vivencia y la paz interior.
Esta enorme obra se proyectará el miércoles 7 a las
18:00 horas. |
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