En
distintos momentos de la democracia mexicana –el último
podría ser el debate sobre la reforma energética–
se ha puesto de manifiesto una polarización de opiniones,
¿hay alguna manera de que estas diferencias se traduzcan
en un beneficio para el país?
Lo primero que hay que decir es que es absolutamente natural en
una sociedad masiva, compleja, moderna como la mexicana, que existan
diferencias de opiniones, distintos diagnósticos, intereses,
puntos de vista, sensibilidades. Eso es absolutamente natural.
¿Qué es lo nuevo? Que esa diversidad está hoy
representada en los cuerpos legislativos: todavía hace 11
años, hasta 1997, en los cuerpos legislativos un solo partido
tenía la mayoría absoluta de votos.
Entonces, la novedad no es la diversidad de opiniones, la novedad
está en que esta diversidad colonizó el mundo de las
instituciones públicas y yo digo que eso es una buena noticia.
¿Qué sucede en términos democráticos
cuando hay diferencia de opiniones? Pues que lo que está
abierto es el camino del diálogo y la negociación.
Si algo saben hoy los partidos, los políticos, los legisladores,
es que ningún partido puede por sí mismo hacer avanzar
ninguna iniciativa, porque ninguno tiene el 50 por ciento más
uno.
En este asunto de la reforma energética, como en toda la
agenda de temas, hoy los políticos mexicanos están
obligados a llegar a acuerdos si es que quieren que las cosas prosperen.
Y yo creo que esto es un rasgo venturoso.
¿Se
puede decir que los partidos políticos están cumpliendo
su función de representar al conjunto de los mexicanos en
el gobierno y en los cuerpos legislativos?
Existen diferentes percepciones de la relación entre políticos
y ciudadanos. Voy a exponer dos campos que parecen polares y quizá
paradójicos: Por un lado, si uno hace una encuesta entre
los ciudadanos mexicanos sobre su opinión de los políticos,
los partidos y el parlamento –y existen, no estoy especulando–,
se puede ver que las calificaciones que obtienen son muy bajas;
es decir, hay un malestar de los ciudadanos en relación a
sus representantes, los políticos. Eso es cierto y hay encuestas
que lo miden.
Sin embargo, por eso digo que es paradójico, nosotros vamos
cada tres años a elecciones federales y en los estados y
la sociedad mexicana ha construido tres grandes referentes partidistas
–PRI, PAN y PRD–, estos tres partidos obtienen de manera
sistemática más del 90 por ciento de los votos de
los ciudadanos en cada elección.
En ese sentido me parece paradójico: las encuestas marcan
un distanciamiento, una crítica, poco aprecio por los políticos
y, al mismo tiempo, la mayor parte de los mexicanos votan o votamos
por los tres grandes partidos políticos que México
ha forjado.
Quienes están hoy en la Cámara de Diputados, en la
de Senadores, quien es gobernador, quien es alcalde, quien está
en un congreso local o en un ayuntamiento ha llegado a través
de los votos de sus conciudadanos, y eso lo legitima como autoridad,
y al mismo tiempo debe ser consciente de que en el imaginario público
hay juicios muy adversos a su gestión. Ese es uno de los
retos no de la germinal democracia mexicana, sino de las democracias
en América Latina: la necesidad de robustecer y fortalecer
los puentes de contacto entre políticos y ciudadanos.
De
un tiempo a la fecha se ha puesto de moda pedirle a los ciudadanos
respeto a las instituciones. ¿Las instituciones que tenemos
en México respetan a los ciudadanos?
Cuando hablamos del mundo institucional estamos hablando de una
constelación enorme; si un padre de familia quiere que su
hijo vaya a la escuela, lo va a ir a inscribir a una escuela: ésa
es una institución y ahí se atiende la necesidad de
ese niño de aprender, de alfabetizarse, etcétera;
es una institución que como todos sabemos tiene deficiencias,
pero está ahí y es imprescindible.
Si hablamos de un trabajador y su familia que tienen problemas de
salud y es afiliado al Seguro Social, seguramente se atenderán
ahí, y ésa es una institución; y uno podrá
entender que hay que reformar esa institución para que dé
un mejor servicio, para que su cobertura sea más amplia.
Por eso digo que cuando hablamos de instituciones, hablamos de un
universo muy diverso y vasto. Muy pocos mexicanos viven al margen
de las instituciones, por fortuna.
Ahora, hay sin embargo –y eso lo sabemos todos– de instituciones
a instituciones, algunas funcionan más y otras menos. Por
eso se requieren análisis específicos de cada una
de ellas, no se puede generalizar.
En
las circunstancias actuales del país, ¿cuál
sería el papel que deben adoptar las universidades y los
universitarios? ¿Cómo podrían incidir en lo
que pasa hoy en el país?
Las universidades juegan un papel fundamental: son las encargadas
de la educación, de la investigación, de la difusión
de la cultura. Es necesario desde ampliar las coberturas de las
universidades públicas hasta el mejoramiento de la calidad
de la enseñanza, de la investigación, porque los retos
de las sociedades contemporáneas tienen que ver con el conocimiento,
y en donde se decanta, se genera, se modula ese conocimiento es
en las universidades y, muy especialmente, en las universidades
públicas.
En buena medida el futuro del país depende de lo que suceda
en sus universidades.
En
la encuesta que realiza consulta Mitofsky sobre la confiabilidad
de las instituciones, las universidades se encuentran muy bien situadas,
¿a qué cree que se deba eso?
La educación es uno de los insumos mejor valorados en nuestra
sociedad. Cuento una experiencia: en 1997, el IFE junto con UNICEF
realizó las primeras elecciones infantiles y juveniles donde
lo importante era socializar la idea de que los niños tienen
derechos, algo que nos parece tan elemental y fundamental pero que
no está suficientemente socializado. A los niños se
les preguntó –en un lenguaje adecuado para ellos–
cuál era el derecho que más apreciaban (entre educación,
alimentación, vivienda, buen trato, etcétera).
El dato que quiero subrayar es el siguiente: en las 32 entidades
de la República ganó el derecho a la educación.
¿Qué quiere decir esto? Que existe un altísimo
aprecio social por la educación. Las personas creen, y por
desgracia no siempre se cumple, que la educación es la mejor
vía legítima para mejorar en la vida.
Eso es algo que la sociedad mexicana tiene que aprovechar, dado
que las expectativas de la inmensa mayoría de las personas
están puestas en la educación, estamos obligados a
dar la mejor educación posible para que realmente se convierta
en una fórmula para que las personas puedan mejorar sus condiciones
de vida.
Ahora, eso ya no sólo depende de la educación, la
otra parte es que el país genere crecimiento económico
y por esa vía, mayor empleo, y eso no está dentro
de las posibilidades de las universidades. Pero ésa es la
mancuerna para que haya más empleo: mejor educación
y crecimiento económico.
Por
otra parte, los medios de comunicación electrónicos,
¿cumplen con su deber constitucional?, ¿fortalecen
la democracia mexicana?
La buena noticia es que en los últimos 20 años los
medios se han abierto. Hoy recrean de mejor manera la pluralidad
política e ideológica que hay en el país: si
uno compara la cobertura que se hizo a las campañas de 1988
y de 2006, hay un cambio radical. En 1988 en las pantallas de televisión
sólo aparecía un candidato, hoy no; hoy por lo menos
aparecen de manera más equilibrada los partidos, los candidatos,
sus propuestas y sus plataformas.
Ésa es la parte venturosa, yo creo que el proceso democratizador
impactó a los medios y los medios acompañaron al proceso
democratizador.
Ahora, en relación de los contenidos y la calidad creo que
sí tenemos un déficit tremendo. Yo creo que mucho
de lo que se construye en la escuela se destruye en la televisión.
La escuela trata de formar a los niños, a los estudiantes
en los valores de la ciencia, de la información, del conocimiento,
y cuando uno prende la televisión y el radio, están
llenos de tonterías, supercherías y prejuicios que
se siguen retroalimentando.
Ahí hay un déficit muy claro y ojalá que así
como hubo un cambio en el sentido de abrirse políticamente,
los medios eleven sus estándares para que lo que comuniquen
no sean supercherías. Que en la tele sigan apareciendo personas
hablando de ovnis y de horóscopos es algo que hace daño.
En
ese tema de los contenidos el Estado debería tener, cuando
menos, una opinión al respecto, ¿no es así?
Está en la agenda la reforma a la Ley Federal de Radio y
Televisión y a la Ley Federal de Telecomunicaciones. Yo creo
que ése es el momento de entrarle al tema de concesiones,
de regulación, a los temas centrales que tienen que ver con
los medios de comunicación.
Muchos
actores políticos en distintos foros han sostenido que México
necesita una izquierda diferente a la que tiene. En su opinión,
¿cómo debería ser esa izquierda que el país
necesita?
La izquierda que tenemos en México –o las izquierdas–
son expresión de México, porque si no vamos a terminar
pensando como si la realidad se pudiera reconstruir a imagen y semejanza
de lo que uno piensa.
México tiene izquierdas que tienen expresiones distintas,
y varias de esas izquierdas desembocan, confluyen y conviven en
el referente de izquierda más importante del país
que es el PRD.
Lo que a mí me gustaría es que la izquierda tuviese
un compromiso con la democracia y la legalidad más claro,
más remarcado. Que viera la democracia no sólo como
un medio, sino como un fin en sí mismo y como una construcción
a la que todas las corrientes políticas tienen que aportar.
Y que si uno está en contra de una legislación ésta
debe ser cambiada pero a través de los propios procedimientos
que fija la norma.
Ésos serían los dos puntos que yo remarcaría
de la izquierda que a mí me gustaría, lo que no puedo
negar es que hay múltiples izquierdas que tienen signos de
identidad distintos.
Andrés
Hofmann hablaba de cómo Nexos ha tratado de combatir las
desmesuras de la izquierda, ¿cuáles son estas desmesuras?
Nexos fue una de las revistas pioneras en el sentido de asumir que
la democracia podría ser parte de la identidad de la propia
izquierda. A fines de los setenta los paradigmas revolucionarios
en la izquierda eran los hegemónicos. Yo creo que desde Nexos
se contribuyó, aunque sea en un gramo, a esta reconversión
de la izquierda hacia la democracia.
Hoy las franjas más importantes de la izquierda mexicana
son demócratas, valoran lo que significa la democracia, y
quieren reproducirse en un ámbito institucional y democrático.
En ese sentido los afanes y los esfuerzos de una revista como Nexos
han dado ciertos frutos.
Ahora,
¿cree usted que se discute lo suficiente con la derecha,
que se le analiza lo suficiente?
Yo creo que sí, y el aspecto que más me preocupa de
la derecha es su pulsión conservadora en muchos temas de
la vida cotidiana e íntima. El obstáculo más
fuerte para temas como la despenalización del aborto, sin
duda fue la derecha; ahora que se aprobaron en la Ciudad de México
las sociedades de convivencia fue la derecha la que se opuso. Esta
no-escisión entre Iglesia y Estado, como lo acabamos de ver
en Jalisco, con un gobernador desviando recursos para asuntos que
no le competen, ésas son las cosas que más me preocupan
de la derecha.
El que no se entienda que vivimos en un Estado laico, con una normatividad
que intenta escindir la esfera de la fe de la esfera de la política,
y esa pulsión antimoderna que no permite que muchos fenómenos
que deberían verse de manera natural sean demonizados, me
preocupa y mucho.
Este
papel que ahora está intentando jugar el PRI, de fiel de
la balanza, ¿qué tan democrático es?
Es que de alguna manera lo es, ningún partido tiene mayoría
en la cámara y hay una polarización muy grande PRD-PAN.
El beneficiario de eso es el PRI. La novedad de la vida política
es que ningún partido por sí mismo puede hacer prosperar
ninguna iniciativa, entonces negocian los que están en condiciones
de hacerlo.
La aritmética democrática es muy sencilla: si uno
tiene la mayoría de votos en el congreso puede legislar en
solitario; si uno no tiene los votos suficientes tiene que pactar
con otros. Ésta es una novedad en México, tenemos
apenas 11 años con esta realidad y a veces los viejos reflejos
siguen teniendo impacto. Pero todo mundo en México sabe ya
que negocia o no prospera, que la negociación la impone la
realidad, no los buenos deseos de los actores.
¿Esta
negociación no se queda solamente en las cúpulas de
los partidos?
Eso pasa en el Congreso, y en el Congreso está la representación
nacional y todos los congresos se organizan a partir de grupos parlamentarios,
no sólo en México, en Europa así es, en América
Latina también, en Estados Unidos la disciplina partidista
es casi nula, pero en casi todo el mundo lo que existen son grupos
parlamentarios.
Supongamos que se eligiera un Congreso en el que ningún diputado
fuera de partido, al llegar ahí haría un partido,
porque si yo soy uno y quiero que mis propuestas prosperen necesito
hablar con uno, con otro y con otro hasta construir una mayoría.
Los partidos políticos son imprescindibles para la reproducción
de un sistema democrático y existen para las elecciones y
en el parlamento. Eso me parece natural.
Ahora, que esos Congresos tengan que tender puentes para recabar
opiniones, que no deben cerrarse, que no deben entenderse como fortalezas,
que deben tener retroalimentación, por supuesto.
Una de las buenas cosas de este debate energético es que
está llamando a abogados, especialistas, ingenieros petroleros,
etcétera, así debe ser para el resto de los temas.
El Congreso decide, pero no debe ser una fortaleza inexpugnable.
¿Tendrían
que involucrar más a los ciudadanos, representar más
fielmente la opinión de los ciudadanos que los eligen?
Claro, y que estén en contacto con las ONG: para cada asunto
siempre hay especialistas, hay grupos de la sociedad que han trabajado
en cada tema y deben ser convocados para opinar. |