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Una
modestia rayana en la timidez o en una de las máximas virtudes cardinales
es lo que caracteriza a José Emilio Pacheco, el polígrafo que asegura
impertérrito a los despistados no haber sido el inventor del bolígrafo
ni el estilista capaz de recomendarle un buen peinado a una chica. "Siempre
me ha parecido que sólo propongo la amistad en las líneas negras
sobre el papel blanco. Usted (lector, lectora) concluye mi tentativa con su imaginación
y su inteligencia", dijo el escritor la mañana del jueves 20 en el
auditorio de Humanidades, al ser homenajeado por el Instituto de Investigaciones
Lingüístico- Literarias de la UV.
Ofrecer
un reconocimiento a la trayectoria y valía intelectual de José Emilio
Pacheco es para dicho instituto un honor que distingue a sus propios integrantes
y fortalece los festejos por los treinta años de labor de esta entidad
académica dedicada al estudio sistemático de la literatura latinoamericana
y mexicana, así como al rescate de las letras regionales contemporáneas
y pretéritas. Tras
recibir un diploma de reconocimiento de manos de Raúl Arias Lovillo, secretario
Académico de la UV, José Emilio Pacheco -JEP para los lectores de
su célebre Inventario en Proceso, quienes sin duda lo siguen desde 1960,
cuando esta columna fuera iniciada en Excélsior- se dedicó a resaltar
los elementos de su "veracruzanidad voluntaria y elegida", sus deudas
intelectuales con veracruzanos como Fernando Salmerón, Sergio Galindo y,
sobre todo, con Enrique Florescano. Su amor y simpatía hacia estas tierras
donde transcurrió parte de su infancia se refleja en sus obras y es una
remanente ese mar dominante en sus poemas, cuyas primicias se publicaran en la
revista La Palabra y el Hombre. Como
parte del homenaje -que concluyó este viernes- investigadores de las letras
mexicanas se dieron a la tarea de hacer un balance de la obra de José Emilio
en una mesa redonda en la que estuvieron Manuel Sol Tlachi, Esther Hernández
Palacios, Sergio Pitol, Margarita Peña, Miguel Capistrán, Vicente
Quirarte (cuyo texto fue leído por Ángel José Fernández)
y Regina Garza. Manuel
Sol, investigador del IILL, se enfocó en la primera etapa de producción
del escritor, particularmente en sus colaboraciones juveniles en la revista Estaciones,
dirigida por Elías Nandino, donde pese a su edad (18-20 años) se
muestra ya como un escritor y crítico culto, de comentarios de avanzada
sobre autores que en la década de los 50 estaban presentando obras que
posteriormente serían un parte aguas en la cultura mexicana, al igual que
despunta por su honradez literaria, libre de enconos: un intelectual que desde
entonces "hace de la belleza un bien común que, lejos de la enciclopedia,
nos ha enseñado a leer y a pensar". Esther
Hernández Palacios, también académica del Instituto y quien
actualmente está al frente de la dirección de Vocación Social
de la Cultura del Conaculta, se refirió a la obra poética de José
Emilio Pacheco, la cual -como sucede con los verdaderos poetas- ha tenido la función
de profetizar, rompiendo el tiempo, significándose como un escritor crítico,
comprometido, un portavoz de la especie, un humilde mensajero que sirve a través
de su palabra. Y para reforzar esta idea, Hernández Palacios citó
textos de décadas atrás que parecen haber sido escritos apenas hace
una semana y que aluden a la amenaza bélica que como "espada de Damocles"
se cierne en estos días en contra de la humanidad: "[
] nos hemos
vuelto comparsas de un melodrama en el que, bajo el nombre de noticias, el mundo
se ofrece como espectáculo a sí mismo. Hasta ahora nadie nos ha
llamado a escena, somos espectadores y sobrevivientes, pero, ¿por cuánto
tiempo?" Interminable
sería el recuento puntual de todo lo comentado en nombre de la admiración
que despierta un hombre como José Emilio Pacheco. A manera de conclusión,
vaya la emocionada y sincera frase de Sergio Pitol: "celebro la existencia
de su obra rica e inquietante. Celebro el honor de poderme decir amigo de un escritor
a quien siempre he admirado". |