Cuando tuvimos la noticia de que "el cielo se caería"
ante nuestros ojos, no dudamos ni un momento en poner fecha y hora
para ir juntos y ser testigos de ese fenómeno que sólo
cada 35 años en promedio se presenta; una lluvia de estrellas.
Me llaman la atención dos cosas, primero, lo que en la mente
de cada uno de los observadores significó el fenómeno,
porque contrario a la mayoría de las ocasiones, estuvimos
de acuerdo casi inmediatamente en asistir, sin negociar, sin debatir,
una costumbre muy sana dentro del Observatorio de la Ciencia (OC),
ya que sólo así concretamos nuestros proyectos, pero
que en el proceso lleva algo de tiempo.
Lo segundo, fue darme cuenta que el entrenamiento es la base para
lograr cualquier meta por difícil que parezca; el dominar
una técnica a la perfección es la clave en el éxito,
y en el OC los consejos y la disciplina de trabajo recibidos son
la mejor enseñanza, y en situaciones como ésta, vaya
que sirven.
Por fin, sábado 17 de noviembre, a las 11:00 horas la única
disyuntiva era determinar el mejor sitio para observar el fenómeno.
Después de tomar los últimos datos en la red y en
los apuntes de archivo, y constatar que en el cuadrante de las Leonidas,
perteneciente a la constelación de Escorpión sería
el avistamiento, enfilamos hacia la aventura.
La ruta, que iniciamos alrededor de las 18:00 horas del mismo sábado
nos condujo sobre la carretera federal MX 140, que comunica a Xalapa
con las ciudades de Puebla y México. Sólo un inconveniente
se presentó, las nubes no cedían y evitaban la vista
clara de la atmósfera y, por consiguiente, de las estrellas.
Con el paso de los primeros 37 kilómetros, con las poblaciones
de Los Molinos y Cierra de Agua (ambas sin energía eléctrica),
y con un tráfico de susto en ambos sentidos, descubrimos
por primera vez el cielo. La esperanza también se volvió
constelación, cuando en el centro de la bóveda celeste
apareció la Estrella Polar.
Buscando un claro en el campo, aunque lo más oscuro posible,
arribamos a San Miguel Texmelucan, estado de Puebla, a unos cinco
kilómetros de Oriental, en los inicios de la vasta Altiplanicie
Mexicana. Entre magueyes y pasto seco, sin duda por los dos grados
bajo cero que se registran durante la noche en esta época
del año en esos lugares, esperamos la llegada de los invitados,
las estrellas, las cuales permanecían móviles y en
miles sobre nuestras cabezas.
Lo más contradictorio en este asunto, es que precisamente
fuimos a observar una ilusión óptica. ¿Por
qué? Resulta que una lluvia de estrellas no es una lluvia
de estos astros, sino pedazos de meteoros, como la cola de un cometa
o restos de una estrella que murió hace algunos miles de
años que, después de viajar millones de kilómetros,
ingresan a nuestra atmósfera, y en ese camino se incendian
y se desintegran.
Así lo vimos cuando el congelado reloj marcaba la 1:45 horas,
de una gélida madrugada poblana. Sin embargo, lejos de la
civilización, durante más de dos horas contemplamos
el cielo mientras que meteoros que se incendiaban dejando estelas
de varios minutos y de colores verde, azule, naranja, rosa e incluso,
morado, aparecían primero solos y después por decenas.
Muy probablemente los fragmentos contenían cobre, cobalto,
calcio y estroncio, entre otros elementos químicos, lo que
propició esos colores generando un espectáculo natural
incomparable. Del regreso, mejor ni hablar, porque cualquiera de
los ahí presentes, aunque nadie lo externó, hubiésemos
querido que nunca terminara, pero el frío de las 4:00 de
la madrugada nos señaló que era hora de ir a calentarse
y dormir para evitar estragos en la salud.
Los reportes que nos han llegado desde entonces, como el del grupo
del área de Astronomía/CIF-US de la Universidad de
Sonora (Unison) señalan que el valor más alto contabilizado
registró la visibilidad hasta de un meteorito por segundo,
arrojando este valor un promedio de tres mil 600 meteoritos visibles
por hora.
Y aunque es cierto que los del OC no apreciamos esta cantidad de
ráfagas multicolores partiendo el cielo en miles de pequeños
espacios en nuestra latitud, de los 90 grados, nos pareció
una lluvia cualquiera, claro que esta fue en el UniVerso...
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