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Durante el periodo colonial, después, en el siglo XIX, durante la
Revolución Mexicana y aún en nuestros días, la política del lenguaje
en el país, con relación a los pueblos originarios de América, se
caracteriza por su orientación etnocida, centralista, excluyente
y burocrática.
En
México la planificación lingüística del español ha tenido mucho
progreso, es el idioma oficial manifestado en nuestra Constitución,
hay gramáticas, diccionarios, maestros de español, cursos de redacción,
y una bibliografía abundante sobre estudios lingüísticos de esta
lengua.
Por
el contrario, no podemos decir lo mismo de las lenguas indígenas,
comenzando porque ninguna de ellas es lengua oficial y los pocos
proyectos que han surgido para iniciar una planificación, o bien
no cuentan con el apoyo político, jurídico y económico, o no están
elaboradas con el sustento técnico y científico adecuado.
El
lingüístico Andrés Hasler de la UV e investigador del CIESAS-Golfo,
señala que en el mundo actual los grupos indígenas son definidos
como minorías étnicas, las cuales están política y econó-micamente
limitados para intervenir en los programas educativos, en la investigación
y en el desarrollo de sus culturas con objetivos que vayan más allá
de un folclorismo estéril.
En
México, al igual que en otra parte del mundo, los llamados programas
de desarrollo nacionales no tienen ningún logro porque de fondo
su objetivo es fracasar. Los estados nacionales y la iniciativa
privada consideran que una educación indígena orientada al mejoramiento
cultural no es una inversión redituable, lo conveniente es instigar
a los pueblos al consumismo irracional o al clientelismo político.
A
pesar de esto, los grupos étnicos se organizan para exigir su participación
en el proyecto de nación; ante las demandas, los gobiernos responden
con programas de educación indígena, los que no cuentan con suficiente
inversión económica y voluntad política para que tengan las bases
teóricas y técnicas que garanticen buenos resultados. Muchas veces
sucede que algunas autoridades serias o instituciones interesadas
por los derechos que tiene la persona de recibir una educación en
su lengua materna, apoyan con recursos para la investigación y crear
políticas lingüísticas adecuadas, pero existen muchos funcionarios
y dirigentes corruptos que desvían los recursos para su propio beneficio.
Por
otro lado, la mayoría de las instituciones encargadas de la alfabetización
en lenguas indígenas ha quedado en manos de personas sin preparación
lingüística quienes por cumplir y justificar su puesto político
y presupuestos otorgados, improvisan e imponen programas mal orientados.
Se publican continuamente textos de pésima calidad aunque en buen
papel para justificar gastos, puntualiza Andrés Hasler.
La
política que persiste en el proyecto nacional es la de erradicar
sistemáticamente las lenguas indígenas. Los pueblos originarios
de estas tierras llamados generalmente indios pertenecen a un orden
distinto, a un espacio dentro de un mismo territorio pero impropio
a lo nuestro, a nuestras costumbres, ideas, propósitos y razón.
Por
este motivo muchos de nosotros, con una carga de pensamiento occidental
fuerte, los tratamos con paternalismo o desdén. Por más que el gobierno
proponga proyectos, mientras todo lo anterior no cambie, no habrá
una verdadera política lingüística.
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