Año 2 • No. 55 • marzo 11 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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El difícil arte de la democracia
Consenso para domesticar la 'estupidez' de las masas
César Rojo (Facultad de Letras)
 

El poder político es imperativo, se tiene la idea que la política es una práctica que obedece a los intereses de la población, pero cualquiera, por sentido común, sabe que los políticos nunca hacen lo que se les pide, sino lo que quieren. Siempre ha sido así. Sócrates se quejaba de ello y en general de todos los arrogantes y mentirosos que se relacionan con el poder político. Con el surgimiento de las democracias modernas en la Inglaterra del siglo XVII se expresó en el plano teórico que la gente no se debe hacer cargo de sus propios asuntos. En nuestros días, la noción de democracia es la misma, sólo que es necesario hacer creer a la gente que en sus manos está colocar a sus gobernantes, sin embargo, lo que llamamos elecciones no es otra cosa que una lucha de poderes, es decir, a quién del poder político le toca mandar.

La democracia moderna, la llamada democracia liberal, sostiene que una elite reducida de intelectuales debe hacerse cargo de los intereses comunes en una nación, sólo los más inteligentes pueden comprenderlos y resolver los subsecuentes problemas que de ellos se deriven. Esta clase de gente especializada sabe cuáles son las cosas que nos convienen porque la gente en general no lo entiende, la población vive de emociones, no razona.

Vayamos al terreno del poder. Estados Unidos. Noam Chomsky es uno de los principales críticos de la política exterior norteamericana, sus declaraciones se caracterizan por su mordacidad y la polémica que provoca en el ámbito político. Chomsky, en un ensayo acerca del control de los medios de comunicación y su relación con la democracia moderna, narra el desarrollo de la propaganda en su país como uno de los medios fundamentales para dirigir la opinión pública.

Durante el gobierno de Woodrow Wilson, inicios del siglo XX, se fundó la Comisión Creel, la cual tenía como propósito, por medio de la propaganda, hacer que la gente apoyara al gobierno, quien había decidido participar en la Guerra Mundial.

En cuestión de seis meses se logró convertir el sentir de la población en una actitud histérica y belicista que deseaba destruir todo lo que fuera alemán. La técnica fue crear todas las atrocidades posibles sobre los alemanes, imágenes de muertos, destrozados, enfermos, por supuesto que Hitler y su gente fueron unos matones, pero mucha información fue presentada con exageración y otra fue inventada para crear odio.

Varias de las imágenes y relatos que se inventaban, las cuales forman parte de los libros de historia, tuvieron su origen en el Ministerio Británico de propaganda, cuyo propósito era crear una ideología en todo lugar posible, sobretodo entre la intelectualidad yanqui, y formar un bloque que los apoyara en los tiempos de guerra que se vivían. De todo esto se aprendió que la propaganda que surge del estado y es apoyada por intelectuales tiene efectos sorprendentes en la población. El mismo Hitler lo sabía, al igual que otros varios, hoy, esta lección sigue en pie y se ejecuta con mayor ingenio gracias al desarrollo de los medios de comunicación.

Walter Lippmann, decano de los periodistas americanos y teórico de la democracia liberal, relata Chomsky, quedó influenciado por los éxitos de la Comisión Creel y sostenía que el arte de la democracia se puede utilizar para fabricar consenso, esto es, lograr a través de las nuevas técnicas de la propaganda que la población acepte y apoye una idea o propósito que antes no deseaba. Esto además es necesario, porque, como piensan los teóricos de la democracia liberal, las masas son estúpidas, no se saben orientar y es importante guiarlas, la gente de las calles grita, se manifiesta, pero no sabe cómo gobernarse, por eso se debe controlarlas.

Lippmann desarrolló la teoría de la democracia progresiva. En una democracia hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar están aquellas que se encargan del gobierno y la administración, son los especialistas, los que conocen, planifican, analizan, controlan y dirigen los sistemas políticos, económicos y sociales; constituyen un grupo pequeño de toda la población. En segundo término tenemos a lo que Lippmann denominó el rebaño desconcertado, es decir, la mayoría de la población, la gente de la calle, los obreros, campesinos, amas de casa, vendedores, etc. De esta manera, se dice que en una democracia hay dos tipos de funciones: la que realiza la clase especializada, los hombres que piensan y los que gobiernan, y según Lippmann, la que lleva a cabo el rebaño desconcertado, que es la de ser espectadores en vez de participar en el gobierno. Pero como vivimos en una democracia y no en un estado totalitario, existen las elecciones, para que la gente escoja a su gobernante, quien finalmente se encarga de todo. Si el rebaño participara de forma activa en el gobierno sólo causaría líos, las masas son estúpidas; es necesario domesticarlas, que no se alboroten, para ello, lo nuevo en el arte de la democracia es la fabricación de consenso. Comentarios: canek0@lycos.com.