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El
poder político es imperativo, se tiene la idea que la política es
una práctica que obedece a los intereses de la población, pero cualquiera,
por sentido común, sabe que los políticos nunca hacen lo que se
les pide, sino lo que quieren. Siempre ha sido así. Sócrates se
quejaba de ello y en general de todos los arrogantes y mentirosos
que se relacionan con el poder político. Con el surgimiento de las
democracias modernas en la Inglaterra del siglo XVII se expresó
en el plano teórico que la gente no se debe hacer cargo de sus propios
asuntos. En nuestros días, la noción de democracia es la misma,
sólo que es necesario hacer creer a la gente que en sus manos está
colocar a sus gobernantes, sin embargo, lo que llamamos elecciones
no es otra cosa que una lucha de poderes, es decir, a quién del
poder político le toca mandar.
La democracia moderna, la llamada democracia liberal, sostiene que
una elite reducida de intelectuales debe hacerse cargo de los intereses
comunes en una nación, sólo los más inteligentes pueden comprenderlos
y resolver los subsecuentes problemas que de ellos se deriven. Esta
clase de gente especializada sabe cuáles son las cosas que nos convienen
porque la gente en general no lo entiende, la población vive de
emociones, no razona.
Vayamos
al terreno del poder. Estados Unidos. Noam Chomsky es uno de los
principales críticos de la política exterior norteamericana, sus
declaraciones se caracterizan por su mordacidad y la polémica que
provoca en el ámbito político. Chomsky, en un ensayo acerca del
control de los medios de comunicación y su relación con la democracia
moderna, narra el desarrollo de la propaganda en su país como uno
de los medios fundamentales para dirigir la opinión pública.
Durante el gobierno de Woodrow Wilson, inicios del siglo XX, se
fundó la Comisión Creel, la cual tenía como propósito, por medio
de la propaganda, hacer que la gente apoyara al gobierno, quien
había decidido participar en la Guerra Mundial.
En cuestión de seis meses se logró convertir el sentir de la población
en una actitud histérica y belicista que deseaba destruir todo lo
que fuera alemán. La técnica fue crear todas las atrocidades posibles
sobre los alemanes, imágenes de muertos, destrozados, enfermos,
por supuesto que Hitler y su gente fueron unos matones, pero mucha
información fue presentada con exageración y otra fue inventada
para crear odio.
Varias de las imágenes y relatos que se inventaban, las cuales forman
parte de los libros de historia, tuvieron su origen en el Ministerio
Británico de propaganda, cuyo propósito era crear una ideología
en todo lugar posible, sobretodo entre la intelectualidad yanqui,
y formar un bloque que los apoyara en los tiempos de guerra que
se vivían. De todo esto se aprendió que la propaganda que surge
del estado y es apoyada por intelectuales tiene efectos sorprendentes
en la población. El mismo Hitler lo sabía, al igual que otros varios,
hoy, esta lección sigue en pie y se ejecuta con mayor ingenio gracias
al desarrollo de los medios de comunicación.
Walter Lippmann, decano de los periodistas americanos y teórico
de la democracia liberal, relata Chomsky, quedó influenciado por
los éxitos de la Comisión Creel y sostenía que el arte de la democracia
se puede utilizar para fabricar consenso, esto es, lograr a través
de las nuevas técnicas de la propaganda que la población acepte
y apoye una idea o propósito que antes no deseaba. Esto además es
necesario, porque, como piensan los teóricos de la democracia liberal,
las masas son estúpidas, no se saben orientar y es importante guiarlas,
la gente de las calles grita, se manifiesta, pero no sabe cómo gobernarse,
por eso se debe controlarlas.
Lippmann desarrolló la teoría de la democracia progresiva. En una
democracia hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar están
aquellas que se encargan del gobierno y la administración, son los
especialistas, los que conocen, planifican, analizan, controlan
y dirigen los sistemas políticos, económicos y sociales; constituyen
un grupo pequeño de toda la población. En segundo término tenemos
a lo que Lippmann denominó el rebaño desconcertado, es decir, la
mayoría de la población, la gente de la calle, los obreros, campesinos,
amas de casa, vendedores, etc. De esta manera, se dice que en una
democracia hay dos tipos de funciones: la que realiza la clase especializada,
los hombres que piensan y los que gobiernan, y según Lippmann, la
que lleva a cabo el rebaño desconcertado, que es la de ser espectadores
en vez de participar en el gobierno. Pero como vivimos en una democracia
y no en un estado totalitario, existen las elecciones, para que
la gente escoja a su gobernante, quien finalmente se encarga de
todo. Si el rebaño participara de forma activa en el gobierno sólo
causaría líos, las masas son estúpidas; es necesario domesticarlas,
que no se alboroten, para ello, lo nuevo en el arte de la democracia
es la fabricación de consenso. Comentarios: canek0@lycos.com.
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