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Niñas
y niños, señoras y señores, amigas, amigos, muy buenas noches. Desde
lo más profundo del corazón de la selva, Nanciyaga os da la bienvenida.
Es ciertamente la magia la que nos reúne ahora (no lo olvidéis;
no lo pongáis en duda); es ciertamente la magia la que nos reunió
hace casi dos décadas (no lo olvidamos; lo supimos desde un principio);
es ciertamente la magia la que nos ha mantenido aquí durante todo
este tiempo, y ella es la que nos ha hecho regresar cuando hubimos
de alejarnos (lo saben la garza, el topote, la tejona, el tegogolo;
lo sabe el cocodrilo).
Y es por esa magia que cohesiona y da vida a esta tierra fértil
que hoy hacemos un poco de memoria y regresamos (y apuntamos):
Alguna vez, allá en el principio, fue Nanciyaga sede de una ceremonia
similar a la que nuestros privilegiados ojos nos permiten contemplar
ahora, pero algunos de quienes entonces estuvieron ya no están (ya
no por lo menos bajo el ropaje bajo el que nos gustaba verlos).
Esta noche recordamos a algunos de ellos, cuyos espíritus seguramente
deambulan (así queremos creerlo) detrás de aquel tronco, de aquel
bejuco, de aquel helecho.
Saludamos así a Luis (Güicho) Carrión, novelista, enfrascado siempre
en la más dura de las luchas, la que se tiene consigo mismo; a Norberto
(Trevis) Guzmán, poeta, enamorado de una palabra que apenas había
sido recordada y escrita, ya era devuelta al olvido; a Francisco
(Paco) Álvarez, cantor, como pocos orgulloso de estos parajes y
de los sueños que producen; a Javier Avendaño, arquitecto que nos
heredó estos lugares; a Mundo Gueixpal, brujo, primero que ejerció
en Nanciyaga. Si alguna vez fueron justificadas nuestras lágrimas,
lo son ahora.
Para ellos Nanciyaga tiene siempre un hueco bajo una piedra, un
doblez bajo una hoja, un resquicio tras la corteza de un árbol milenario,
y papel y viento donde inmortalizar a diario sus malogrados sueños
(no pocos ambicionamos para nosotros un privilegio igual). Pero
ellos, los que ya no están, también aportan no poco de la alegría
que a diario vive la naturaleza al despertar tuxteco. Su recuerdo
es pues también motivo de que hoy sintamos con particular ánimo
que valió la pena este esfuerzo por mantener viva la selva prodigiosa
de Los Tuxtlas.
Y también están los que han permanecido o que regresan. Saludamos
entre ellos a: Agustín (Quenchave) Martínez; a Pedro (Perico) Azamar;
a Cirilo Espejo; a Héctor Brauer; a Luis Bianchi; a Blanca y a Débora
Jaramillo; a María de los Ángeles (Maruca) Uscanga, Jorge Fons,
Sergio Olhovich, Hugo Stiglitz...
Del recuerdo de los que se han ido y de la presencia de los que
están toma fortaleza Nanciyaga para reconocer hoy a uno de sus miembros
más amados, a un asiduo, conspicuo, músico, que siempre ha apoyado
el duro a veces, dulce en otras, transitar de este proyecto ecológico.
Su música (en muchas noches como esta y como aquella que al principio
recordaba) ha ido permeando este sitio, hasta que parece difícil
entenderlo si no es a través de ella.
Estudió la carrera de Percusiones en la Facultad de Música de la
Universidad Veracruzana, y Antropología, con especialidad en Arqueología
en la misma institución. Durante nueve años fue músico de la Compañía
de Danza Contemporánea y fundó y dirigió el Taller Independiente
de Percusiones, en Xalapa. Ha participado en festivales nacionales
e internacionales. Ha hecho música para teatro y actualmente es
miembro del grupo de jazz Orbis Tertius.
Los guardianes de Nanciyaga entregamos hoy, agradecidos y orgullosos,
la presea Uillenqui, y el respectivo nombramiento de Guardián Mayor
a: Xavier Cabrera. Niñas y niños, señoras y señores, amigas, amigos,
deseamos a ustedes que esta sea una noche no solamente bella, sino
mágica.
* Este texto fue leído por su autor durante la función de gala en
Nanciyaga, el 1 de marzo de 2002, ceremonia en la que se realizó
un homenaje al músico Xavier Cabrera.
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