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Si
vieron recientemente el filme El Señor de los Anillos, una historia
en donde básicamente luchan el bien contra el mal dentro de un mundo
ficticio, que se caracteriza porque aún en el final del primer episodio
la historia no tiene un final o un intento de punto y aparte, entonces
seguramente habrá quedado como al principio, sin una respuesta clara,
es más, a la expectativa, en espera del próximo diciembre para ver
la segunda parte de esta trilogía.
Pero qué les parecería si les dijéramos que existe otro “Señor de
los anillos”, este sí, real, aunque fuera de este mundo, pero con
una similitud con el de la película; éste tampoco tiene final, tampoco
ofrece respuestas y se ve difícil que nos las diga. Les hablamos
de Saturno, ‘El Señor de los anillos’ del espacio, el sexto planeta
más cercano al Sol.
Esta historia comienza hace millones de años, sin embrago, los que
comenzaron a contarla llegaron hasta el siglo xvii, gracias a la
tecnología óptica de comienzos de ese siglo, en donde Saturno se
veía como una estrella acompañada de cerca por dos astros más débiles,
lo que fue una borrosa insinuación de los magníficos anillos del
planeta.
Y es que resulta que desde ese entonces a la fecha nadie en la Tierra
está seguro de cuál es el origen de los anillos de Saturno. Los
astrónomos pensaron que los anillos se habían formado junto con
él hace cuatro mil 800 millones de años, en la época en que el Sol
y los planetas se formaban a partir de una nube de gas interestelar
en rotación. Sin embargo, últimamente hay una creciente certeza
de que los anillos de Saturno no pueden ser tan antiguos.
El primero en observar los anillos fue Galileo Galilei, quien quería
contarle a todos lo que había visto, pero a la vez deseaba mantener
en secreto su trabajo mientras estudiaba el asombroso planeta. Por
esto, informó de su descubrimiento en forma codificada: smais mr
milmep oet ale umibunen ugttauir as. Puesto en orden, el anagrama
quiere decir “He observado la tri-forma del planeta más alto”.
Actualmente cualquiera, con un telescopio adquirido en la tienda
de la esquina (según los que gustan de observar el cielo), puede
tener una vista mejor de los anillos de Saturno, que la que obtenía
Galileo. Fuera de esto, las cosas no han cambiado mucho en estos
400 años. Los que observan el planeta por primera vez, aún retroceden
mudos del telescopio. Y los científicos todavía están perplejos,
ya que se especula que hace cientos de millones de años –cuando
los dinosaurios más primitivos caminaban sobre nuestro planeta–
Saturno no tenía sus brillantes anillos.
Se cree que un objeto del tamaño de la Luna, proveniente de las
zonas más lejanas del Sistema Solar pasó cerca de Saturno, donde
la fuerza de las mareas gravitatorias lo hicieron pedazos. O tal
vez un asteroide se estrelló con una luna de Saturno. Los restos
rodearon el planeta formando los anillos que vemos hoy día. Se cree
también que son tan nuevos porque tienen el brillo de algo nuevo.
Y no es broma, a medida que Saturno orbita al Sol, los anchos anillos
van recogiendo polvo espacial (restos de cometas y asteroides).
Si los anillos tuviesen más que unos pocos cientos de millones de
años, se habrían oscurecido debido a la acumulación de polvo. Además,
las pequeñas lunas que orbitan en la región externa del sistema
de anillos están ganando momento angular a costa de los anillos.
Durante los próximos cientos de millones de años, la mitad exterior
caerá hacia el planeta, y las pequeñas lunas -llamadas satélites
pastores- serán expulsadas. Este es un sistema dinámico joven.
Podríamos pasar horas y horas hablando de este enigma que aún encierra
este “Señor de los anillos”; sin embargo, después de cuatro siglos
de investigaciones no sería sensato sólo interpretar; quizá, y al
igual que la versión cinematográfica, estemos todavía muy lejos
de saber el final.
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