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Se
trata de una especie de naves llamadas nanopartículas o nanocápsulas,
mucho más pequeñas que las células sanguíneas, que se introducen
al torrente del paciente (el prefijo nano hace alusión a un nanómetro,
que es igual a una millonésima de milímetro); siendo un gran avance
en el campo de la biomedicina.
Todos los esfuerzos se deben a investigadores de las Universidades
de Texas, la Estatal de Oklahoma y la Técnica de Lousiana, apoyados
por la nasa; cuyos intereses versaron, al principio, en buscar un
tratamiento menos dañino para el cáncer originado por altas dosis
de radiación que experimentan los astronautas al viajar al espacio.
Debido a que los trajes y los medios utilizados por ellos no son
suficientes para aislarla, su adn se ve afectado, experimentando
mutaciones y, algunas veces, diversos cánceres.
El objetivo es que las nanopartículas penetren hasta encontrar a
las células dañadas o muy enfermas y tratar de repararlas, o bien,
provocarles la muerte, respectivamente.
Para esto, hay que saber que las células del ser humano tienen la
capacidad de comunicarse entre sí, gracias a moléculas externas
(por lo general, proteínas) localizadas en su membrana, quienes
actúan como señaladores químicos, controlando lo que entra y sale
de ellas. Entonces, tanto las células sanas como enfermas producen
marcadores para identificarse. En este caso, las irradiadas generan
la proteína cd-95, colocándola en su superficie y “comunicándole”
a las nanocápsulas que ella es su objetivo. Estas, a su vez, llevarían
un receptor de dicha proteína, adhiriéndosele e inyectándole enzimas
reparadoras de adn, si el daño no es muy grande; o de lo contrario,
inductivas de su muerte, conocida como apoptosis.
Con respecto a la aplicación de estas pequeñas naves, no hay mucho
problema (en teoría), dado que son más minúsculas que una bacteria,
basta una inyección con aguja hipodérmica, para que se liberen millones
de ellas en el enfermo.
Pero no todo es tan sencillo, pues ejercen mayor esfuerzo en pruebas
confiables de todos sus componentes (enzimas, las mismas nanocápsulas,
etc.), que si bien han sido comprobadas individualmente, su función
conjunta es inicio de una serie de experimentos.
Como es evidente, no se puede negar que estos “nanocirujanos” implican
una innovadora forma de suministrar medicina, por lo que podría
ampliarse su acción hacia diferentes casos de cáncer y, posiblemente,
a otros padecimientos, cuyos medicamentos lastimen de manera continua
al cuerpo –como la cortisona o la quimioterapia-, en términos comunes,
que el remedio salga peor que la enfermedad.
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