Más que un artista: un esteta
Rafael Alfonso Pérez*
El artista debe saber cómo convencer a los demás
de que sus mentiras son verdades.
PABLO PICASSO
Hace ya más de veinte años, en 1988, tuve la oportunidad en mi tierra natal de ver en la Galería de Manolo
Rivero una muestra fantástica que rompía con los parámetros de lo común. Esa exposición, denominada El
circo, obra del maestro José García Ocejo, incluía imágenes colgadas de los techos, figuras pintadas en las
paredes, textiles, dibujos recortados como siluetas dispersas por todas partes al acecho de los asistentes; en
fin, una gran instalación vigorosa y desbordante donde
el color competía con la luz del trópico y el colorido
opacaba las festividades que ocurrían en esa misma calle, la “60”; un encuentro sorprendente con una obra
extraordinaria que marcó la memoria de otros que,
como yo, asistimos a ese singular evento.
Con el paso del tiempo y después de haber transcurrido mi adolescencia y gran parte de mi juventud,
por azares del destino tuve la oportunidad de armar
un proyecto con el maestro García Ocejo: El Olimpo
revisitado, muestra que dio pie a una amistad y un intercambio profesional de ideas. Esa relación me permitió
revisar los conceptos estéticos de este singular creador,
cuyas formas decadentes parecían estar lejos en tiempo de mi interés; sin embargo, como lo dije en aquel
entonces y hoy lo reafirmo, la obra de José García Ocejo confronta lo sorprendente con el sueño, habitando
esos mundos imaginarios con andróginos protagonistas y seres mitológicos; poblando paraísos exuberantes
y coloridos; creando escenas como imágenes de un
universo utópico en donde imperan la concordia, la
armonía, el placer, como alegoría de un edén fantástico arrebatado de su imaginario metafórico; una obra
que no sigue los cánones establecidos para la nueva
estética “posmoderna”, sino responde a su individualidad y a una semántica propia e independiente.
Pensar en José García Ocejo es, sin duda alguna,
entender la capacidad de acoplar el proceso creativo
a la forma de vida de un “esteta”. Su mundo personal está rodeado de un “eclecticismo barroco” de objetos diversos como trofeos de múltiples incursiones por este país y de su andar por otros mundos insospechados: jarrones chinos, bustos neoclásicos, arqueología, porcelanas, mobiliario “de época”, lámparas art
nouveau, etc.; objetos y artefactos que alimentan su
frenética creación y dan sentido y concordancia al ser
con el artista creador.
En su obra, el foco de sus obsesiones está en la
representación de la figura humana, ya sea como figurante retratado, protagonista de una historia o como
parte de un conglomerado de cuerpos que, desnudos
y desparramados por la superficie de la obra, crean
paraísos concupiscentes de quiméricas proporciones.
Sus personajes no son en su totalidad sacados de la
realidad, ya que su obra no se inscribe en la figuración
realista, sino prestados para ser reconfigurados y traducidos en imágenes sensuales, ubicados en escenas
íntimas llenas de erotismo o de personajes híbridos y
metamorfoseantes. Un imaginario en el que se funden
las referencias literarias de las culturas antiguas y el
mundo posmoderno con las trivialidades que se nos
han hecho ya necesarias y comunes, para lo cual recurre en más de una ocasión a esa crítica aguda que linda
con la ironía y la burla.
Su obra posee una vibrante tesitura cromática en
la que se fusionan los tonos fríos y cálidos en equilibrado frenesí de contrastes, con pinceladas impulsivas de
vibrantes colores, para crear una extraversión colorista, atrevida y abundante. Un imaginario producto de
un pensamiento delirante y de la visión aguda de un
voyeur capaz de producir obras extraordinariamente
imaginativas, en las que concibe personajes híbridos
provenientes de mundos insospechados y alucinantes.
José García Ocejo es creador de una obra polémica, ya que mientras por un lado encontramos al hedonista en relación con su creación, cuyo discurso abierto, obvio, teatral y franco permea la superficie propia
de su obra, por la otra está el artista íntimo, real, cauto
e inteligente, cuyo autoanálisis frente a su propia producción plástica le permite distinguir el impacto de su
creación frente a la crítica y el espectador.
En fin, se trata de un creador prolífico de esmerada fluidez poética, sin límites en su capacidad fabulatoria-pictórica, y cuyas obsesiones nos llevan a la recreación de lo mítico-filosófico mediante la representación y prolongación de la vida a través del erotismo,
la sexualidad y el amor en tiempo actual. Un hedonista alucinado con una visión particular de un mundo
que se des-estructura y cambia en todo momento para
formar su propio Olimpo; un creador de imágenes corrosivas con sentido del humor y un claro deseo de rebeldía frente a todo lo establecido; un desmitificador
sarcástico que borra las fronteras entre lo natural y lo
civilizado, entre lo visto y lo soñado, entre lo real y lo
fantástico: un esteta llamado José García Ocejo.
* Rafael Alfonso Pérez y Pérez nació en Mérida, Yucatán;
realizó estudios de artes plásticas en la Escuela Estatal de
Bellas Artes. Ha sido curador en exposiciones en todo el
país; ha participado como jurado en diversos
certámenes y bienales de arte. Actualmente es subdirector y
curador del Museo de Arte de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
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