Núm. 14 Tercera Época
 
   
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poner de relieve la esperanza y el logro revolucionario por sobre la idea fatalista del momento de derrota y herida en que fuera escrito; dicho fragmento dice: “al saberse condenado a muerte por congelación en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo” (p. 18).

     
   

Leonel Sagahón

 

          Dice Castro: “El proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la conciencia y el honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más sensibles de los revolucionarios” (p. 10); éstas son justamente las que nos toca el personaje de Cortázar, a quien reconocemos a través del relato –que se desenvuelve en primera persona testimonial– por el “acento” porteño, por la sensibilidad humorística de las observaciones, por la preocupación hacia el prójimo y por la sostenida agonía que le producía el asma.

          El momento que se retrata en la narración es el de los días que siguen al desembarco, en la tortuosa caminata hacia la Sierra, días de tensas dudas ante la incertidumbre del logro, sin saber siquiera qué compañeros permanecen vivos, pero con la certeza de que las bajas son numerosas: “En el fondo lo único bueno del día ha sido no tener noticias de Luis; el resto es un desastre, de los ochenta nos han matado por lo menos a cincuenta o sesenta” (p. 59).

          Los estragos de la lucha son presentados sin patetismo, con la sobria responsabilidad solidaria que caracteriza también los verdaderos escritos del Che: “Javier cayó entre los primeros, el Peruano perdió un ojo y agonizó tres horas sin que yo pudiera hacer nada, ni siquiera rematarlo cuando los otros no miraban” (p. 59), y el temperamento altruista del personaje se exacerba:

Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo sino ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis, con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor, un juez que empieza por ser el acusado y el testigo y que no juzga, que simplemente separa las tierras de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una patria de hombres en un amanecer tembloroso, a orillas de un tiempo más limpio. (pp. 61-62)

Por supuesto, este Che-Cortázar no escatima la crítica social:

Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido (p. 66).

          Así, gradualmente, avanzando en comentarios que despliegan su personalidad firme y sencilla y su voluntad inclaudicable, inician el ascenso de la Sierra hacia la reunión final, que garantizará el triunfo; si bien el cuento termina aún en la duda, Cortázar aprovecha una de las anécdotas que el Che relata para darle a la narración la expectativa del triunfo, ya que el Guevara histórico dice:

Por la noche salimos a caminar. Establecí cuál era la estrella Polar, según mis conocimientos en la materia y durante un par de días fuimos caminando, guiándonos por ella hacia el Este y llegar a la Sierra Maestra. (Mucho tiempo después me enteraría de que la estrella que nos permitió guiarnos hacia el Este no era la Polar y que simplemente por casualidad habíamos ido llevando aproximadamente este rumbo hasta amanecer en unos acantilados, ya muy cerca de la costa.) (p. 20).

          Cortázar utiliza la anécdota para cerrar el cuento con la fantasía del personaje sobre la estrella de la futura bandera cubana:

 
 
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