poner de relieve
la esperanza y el logro revolucionario por sobre la idea
fatalista del momento de derrota y herida en que fuera
escrito; dicho fragmento dice: “al saberse condenado a
muerte por congelación en las zonas heladas de Alaska.
Es la única imagen que recuerdo” (p. 18).
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Leonel Sagahón |
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Dice Castro: “El proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la conciencia y el honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más
sensibles de los revolucionarios” (p. 10); éstas son justamente las que nos toca el personaje de Cortázar, a
quien reconocemos a través del relato –que se desenvuelve en primera persona testimonial– por el “acento” porteño, por la sensibilidad humorística de las
observaciones, por la preocupación hacia el prójimo y
por la sostenida agonía que le producía el asma.
El momento que se retrata en la narración es el
de los días que siguen al desembarco, en la tortuosa
caminata hacia la Sierra, días de tensas dudas ante la
incertidumbre del logro, sin saber siquiera qué compañeros permanecen vivos, pero con la certeza de que
las bajas son numerosas: “En el fondo lo único bueno
del día ha sido no tener noticias de Luis; el resto es un
desastre, de los ochenta nos han matado por lo menos
a cincuenta o sesenta” (p. 59).
Los estragos de la lucha son presentados sin patetismo, con la sobria responsabilidad solidaria que caracteriza también los verdaderos escritos del Che: “Javier cayó entre los primeros, el Peruano perdió un ojo y agonizó tres horas sin que yo pudiera hacer nada, ni siquiera rematarlo cuando los otros no miraban” (p. 59), y el temperamento altruista del personaje se exacerba:
Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo sino
ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y
la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis,
con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo
decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor,
un juez que empieza por ser el acusado y el testigo
y que no juzga, que simplemente separa las tierras
de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una
patria de hombres en un amanecer tembloroso, a
orillas de un tiempo más limpio. (pp. 61-62)
Por supuesto, este Che-Cortázar no escatima la crítica
social:
Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los
casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal
a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no
tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando
el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las
amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades
y censuraba las publicaciones, y defendiendo por
miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses
vivos en su pobre país perdido (p. 66).
Así, gradualmente, avanzando en comentarios que
despliegan su personalidad firme y sencilla y su voluntad inclaudicable, inician el ascenso de la Sierra hacia
la reunión final, que garantizará el triunfo; si bien el cuento termina aún en la duda, Cortázar aprovecha
una de las anécdotas que el Che relata para darle a la
narración la expectativa del triunfo, ya que el Guevara histórico dice:
Por la noche salimos a caminar. Establecí cuál era
la estrella Polar, según mis conocimientos en la
materia y durante un par de días fuimos caminando, guiándonos por ella hacia el Este y llegar a la
Sierra Maestra. (Mucho tiempo después me enteraría de que la estrella que nos permitió guiarnos
hacia el Este no era la Polar y que simplemente
por casualidad habíamos ido llevando aproximadamente este rumbo hasta amanecer en unos
acantilados, ya muy cerca de la costa.) (p. 20).
Cortázar utiliza la anécdota para cerrar el cuento con
la fantasía del personaje sobre la estrella de la futura
bandera cubana:
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