régimen autoritario, sino de una mera
arena de lucha de dos fuerzas políticas mimetizadas a
tal grado que se han tornado indistinguibles y que en
su confrontación están destruyendo las leyes e instituciones democráticas que tomó dos décadas de movilizaciones civiles construir.
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Antonio Pérez, "Ñiko" |
Ahora bien, los resultados de las elecciones en Veracruz constituyeron una derrota simbólica y política
para el PRI. Si bien su candidato Javier Duarte ganó con una ventaja de casi 3% sobre su contrincante principal, Miguel Ángel Yunes, la sorpresa fue mayúscula pues en la noche del día de la elección los priístas
pensaban, siguiendo la encuesta de salida de Consulta
Mitofsky, que sacarían 14% de diferencia sobre el PAN,
tal como todas las encuestas preelectorales habían predicho. (Cabe aclarar que la encuesta de salida de la
UV fue la más certera al pronosticar una diferencia de
sólo 6%.) Pero el PREP mostró una realidad distinta. Y
eso que el candidato del PAN no era precisamente un
líder opositor creíble. En realidad Yunes se benefició del voto de protesta de muchos jóvenes y de amplios
sectores de las clases medias urbanas que no podían
aceptar el dispendio absurdo de recursos públicos que
realizó el PRI y la manipulación sistemática y descarada
de los medios locales. Tal vez Yunes habría ganado de
no haber propiciado la división interna del PAN, que
llevó a los panistas “doctrinarios” a aliarse con el PRI
(mediante generosos pagos y promesas de puestos).
Sorprende el alto porcentaje de votación que
hubo en el estado, cercano a 60% del padrón de electores. Ello condujo a cantidades históricas de votación
para los partidos principales. Según las cifras oficiales, el PRI obtuvo 1 392 300 votos y el PAN 1 306 800,
incrementos de casi 40% sobre la elección anterior.
La gran derrotada fue la alianza de izquierda, quien
perdió cerca de 45% de sus votos, obteniendo esta vez
sólo 433 800. Se configura así en Veracruz en un modelo de dos partidos y medio y no uno de tres como lo
fue en 2004. Pero lo cerrado de la elección de gobernador hizo perder de vista que ocurrió una verdadera revolución municipal, al registrarse alternancia en
casi ¾ de los municipios del estado. El PRI, junto con su aliado el Partido Verde, perdió 78 de los gobiernos
municipales que tenía (de 154 en 2007 a 76 en 2010),
mientras que el PAN, por sí mismo o coaligado con el
Partido Alianza, pasó de 31 a 90. El PRD, coaligado
con PT y Convergencia, subió de 16 a 37, a pesar de su
autodestrucción y de que Dante Delgado casi no hizo
campaña. Ciertamente, el PRI ganó todos los municipios urbanos importantes, pero nunca en la historia
había controlado tan pocos municipios en esta entidad. Fue notable el esfuerzo de los ciudadanos por
castigar a ediles abusivos (así sea post factum) por la
vía de la alternancia municipal. Hubo un voto diferenciado muy abundante, especialmente en las ciudades,
como Jalapa, donde el PRI ganó por mucho la presidencia municipal, pero perdió por mucho la votación
por la gubernatura.
En las elecciones de legisladores, el PRI había ganado 28 de 30 distritos en 2007, pero en esta ocasión
triunfó en sólo 20, quedándose el PAN con 10 (2 en
2007). Las 20 diputaciones restantes se distribuyeron
por el principio de representación proporcional. Dados los porcentajes de votación, el PRI no debería tener mayoría en la Cámara de Diputados, pues la Ley
Electoral vigente indica que al partido mayoritario
sólo se le pueden asignar un máximo de 5 diputados
de representación proporcional (20 + 5 en este caso).
Sin embargo, el IEV, a mediados de agosto, asignó al
PRI 9 diputaciones de representación proporcional
alegando que al PRI no se le podía considerar un “partido mayoritario”, pues no superó el 50% de la votación, criterio absurdo que no está contenido en la Ley.
La disposición otorga al PRI una sobrerrepresentación
parlamentaria de 18% (es decir, tendrá 18% más diputados de los que le corresponderían por la votación
obtenida). Esto signifi ca que, por la vía de la “interpretación” de la Ley, el IEV ha regresado el sistema político a los tiempos de la “cláusula de gobernabilidad”,
es decir, al otorgamiento de la mayoría parlamentaria
automática al partido con mayor número de votos.
Esto es precisamente lo que las reformas electorales
nacionales de los últimos años buscaron evitar para
establecer un balance democrático entre los poderes
Ejecutivo y Legislativo. Al cierre de la edición, esta cuestionable decisión era impugnada por todos los
partidos de oposición.
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