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Mathias Goeritz, Mensaje, 1959. |
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1952 es un año crucial para la obra y persona de
Goeritz. Tras varios viajes a la capital, en los que se
pone en contacto con el ambiente artístico mexicano,
Goeritz decide radicar en la creciente y moderna ciudad
de México. Entre todas las personas que conoce,
hubo una en particular; era un hombre un tanto enloquecido
de nombre Daniel Mont que se la pasaba tocando un tambor diciendo: “que chingue su madre
me dijo la muerte, que chingue que gusto de verte”, lo
cual podía durar horas.15 Goeritz veía en Mont ciertos
dejos de la personalidad del dadaísta Huelsenbeck,
quien portaba un tambor dentro del Cabaret Voltaire y
bajo esta misma “lógica del tambor”16 propuso al irreverente
hombre hacer un museo experimental en el
que la emoción y la espontaneidad primaran sobre la
lógica y la razón. El museo experimental El eco consagra
la idea de Goeritz por reunir las artes bajo el
plano de la arquitectura. Si bien la integración plástica
había sido un esbozo de la colaboración entre las
artes, El eco marca el punto medular para que éstas
fluctúen en conjunto. Antes de proseguir con la descripción
y análisis de El eco, es necesario, a fin de que
quede claro el proyecto espiritual que propuso el museo,
hacer un breve recorrido de la idea germánica de
la Gesamtkunstwerk (obra de arte total). La intención de
comunión entre las artes se remonta al siglo xix, en el
que el músico alemán Richard Wagner en su texto La
obra de arte del futuro propone que las artes se equiparen
entre sí y se diluyan los límites que las separan, con el
fin de que lleven al máximo las emociones producidas
en el espectador. Wagner, siguiendo la tradición
romántica por revitalizar el gótico17 como punto de
partida para unificar las artes, habla en su texto del “soberbio edificio que se elevaba hasta el cielo”,18 lo
que bien puede entenderse como un catedral. Wagner
intenta revitalizar el alma del hombre con esta tesis;
habla a su vez de de un “espíritu comunitario”19 que
convoque dentro de sí un propósito de cooperación y
trabajo en conjunto, lejos de la propiedad única sobre
el trabajo consumado.
La Edad Media, referente
para la idea romántico-wagneriana, es retomada por
los ingleses William Morris y John Ruskin a finales del
siglo xix. Morris, arquitecto, y Ruskin, pensador; tuvieron
como objetivo retomar la forma de producción
medieval con el fin de que le devolvieran al hombre
su legitimidad como ser humano, la cual había sido
despojada por la producción en serie y el trabajo mecanizado
producto de la revolución industrial. En el
pensamiento utópico de Morris y Ruskin se encuentra
un intento por restablecer los aspectos espirituales que
significaron al ambiente que propició la construcción
de las catedrales góticas. Ruskin plantea en su texto
Las siete lámparas de la arquitectura que las catedrales
fueron erigidas como gratitud y ofrecimiento hacia
Dios20 y, por tanto, este ejercicio de veneración debía
estar constituido por la unificación de las artes.
La línea histórica de la Gesamtkunstwerk adquiere una
relectura en el expresionismo, en el que “prolifera el ‘Sueño de las catedrales’ tras la conflagración mundial
en los sucesivos grupos del expresionismo utópico-visionario”.
21 La pintura en la música ejemplificada por
Schöenberg, y la música en la pintura revelada por
Klee, Marc y Kandinsky, señalan el cruce transversal
de las artes en la Alemania expresionista. No fue hasta
el momento de la creación de la Bauhaus cuando
pudieron coronarse las catedrales en tanto obras de arte
total, abriendo la posibilidad para el siglo xx de unificación,
cooperación, síntesis, totalidad. Han sido ya
descritos los aspectos espirituales que evoca el espíritu
expresionista y cómo se adentraron en la Bauhaus, por
ello debe de entenderse que las catedrales no dejaron
de mantener un proyecto espiritual dentro de sí.
En El eco de Goeritz está presente cada punto referido
anteriormente de la Gesamtkunstwerk, sobre todo
en el momento de encuentro de la emoción y el espíritu.
En el Manifiesto de la arquitectura emocional Goeritz
habla de una propuesta de salvación o rescate para el
sentido espiritual del hombre moderno: “El arte en
general, y naturalmente también la arquitectura, es un
reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo.
Pero existe la impresión de que el arquitecto moderno,
individualizado e intelectual, está exagerando a veces —quizá por haber perdido el contacto estrecho con la
comunidad— al querer destacar demasiado la parte
racional de la arquitectura”.22
15 Ida Rodríguez Prampolini en entrevista personal, junio
2005.
16 Ibid.
17 Esta intención viene demarcada en la literatura por las
obras de Novalis, Schlegel y Tieck. En la pintura Friedrich,
Schinkel, Statz y Runge consideran, si bien no con exactitud el
estilo gótico, sí la unión de las artes.
18 Richard Wagner, La obra de arte del futuro, Universitat Autónoma
de Valencia, Valencia, 2000, p. 64.
19 Ibid., p. 48.
20 John Ruskin, Las siete lámparas de la arquitectura, Ediciones
Coyoacán, México, 1994, p. 23.
21 Simón Marchán Fiz, Contaminaciones figurativas, Alianza Forma,
Madrid, 1986, p. 72.
22 Mathias Goeritz, “Manifiesto de la arquitectura emocional”,
texto tomado de O. Zúñiga, op. cit., p. 32.
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