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Partiendo de estos principios, el
expresionismo se abocó a una discusión y reestructuración
del orden de la vida siguiendo estancias espirituales
de creación y destrucción, génesis y apocalipsis. Un
firme propósito de renovación trascendió incluso la
espiritualidad para convertirla en una mística religiosa
propia de unos cuantos, como es el caso de Johannes
Itten y de Walter Gropius, quienes, herederos y partícipes
del expresionismo, adoptaron en la Bauhaus los
preceptos del mazkadismo.6 La propia Bauhaus en su
nacimiento fue presentada bajo el emblema de una
catedral, obra elaborada por Feininger que representaba
la hermandad entre las artes y la unidad espiritual.
Dadá por su parte presentaba intenciones de
reacomodo espiritual: que el arte debía mostrar una
nueva moral y una nueva fe.7 El ascetismo tomado
por el poeta dadá Hugo Ball al final de su vida puede
verse como una condición de recogimiento espiritual
llevada al límite en un tiempo que excluía al arte y a
la oración, en fin, dos actividades espirituales. No es
casual que tanto en el expresionismo como en dadá el
rumbo tomado haya sido el místico-espiritual. Ambos
dotan de amplio sentido a la conciencia del hombre,
ya sea por medio de un estallido de reclamos o por un
derroche de ironías, el arte debería estar sujeto a la
emoción, la cual constituye uno de los rasgos primario
de la esencia humana. De la emoción parte el deseo de
refugio, esperanza y redención; circunstancias propias
del endeble periodo entre guerras. Goeritz, presente
en este desolado panorama en el que la promesa de la
modernidad se contrapone a la incertidumbre, forja
desde sus inicios la postura ética que determinará su
obra posteriormente: el credo en la salvación.
Werner Mathias Goeritz Brünner nace en la ciudad
de Danzing, Alemania, en 1915, y a los cuatro
años se traslada a Berlín. En 1931 se inscribe en la
carrera de medicina de la cual estudia sólo un año.
Posteriormente, ingresa en la Escuela de Artes y oficios
(Kunstgewerbeschule) de Berlín-Charlottenburg
donde transcurren sus estudios de historia del arte,
doctorándose con una tesis sobre Ferdinand von
Rayski, pintor del siglo xix. En 1941 huye de la hecatombe
propagada por la II Guerra Mundial y se
refugia en Tetúan, provincia de Marruecos. Después
de pasar cuatro años en territorio africano viaja a España,
país en el que despertará su conciencia artística
con plenitud. De 1949 hasta su muerte en 1990,
Goeritz vive en México produciendo su obra mejor
lograda. En sus primeros trabajos, aquellos realizados
en Marruecos, es clara la influencia de los pintoresexpresionistas, sobre todo en la temática trabajada:
la ciudad. Delaunay, Klee, Feininger, Kirchner, Meidner,
Heckel, Grosz, Kandinsky, Macke y Beckman,
plasmaron la vida nerviosa citadina, proporcionando
en el mayor de los casos visiones de agonía. Goeritz
mantiene vivas estas imágenes e irrumpe en una “geografía
emocional, en la mirada de Europa vista desde el
otro lado”.8 Las vistas de ciudad plasman una intención
de reordenamiento del territorio, aquel en el que
Goeritz dijo sentirse sobre un vacío temporal. En una
carta a su madre, el autoexiliado escribió: “Me siento
como andando a través de un pasado remoto, en
un extraño ambiente bíblico y no se cómo coordinar
esta nueva realidad con aquella otra de la cual estoy
huyendo”.9 La disidencia territorial de la que habla
Goeritz revela la presente fisura trazada en las líneas
de la historia. Una nueva guerra había comenzado
y no había restricción al anunciar que era la peor de
todas. La obra Gibraltar en noche de guerra (1942), imprime
en el cielo la angustia generada por el fuego de la
batalla, arrojando deliberadamente restos de paisaje.
A su arribo a la ciudad de Granada, España, Goeritz
desarrolla su primera serie de acuarelas y dibujos
con impronta religiosa. Se trata de trabajos cuyo tema
es la muerte de Cristo. Dolor y tormento están presentes
en estas obras y por su composición recuerdan
a la crucifixión del retablo de Isenheim (1512-1516)
de Mathias Grünewald, pieza que tuviera suma relevancia
en la plástica expresionista. Goeritz concilia
en estas obras sus influencias artísticas y se une, por
medio del arte, a la reciente muerte de sus compatriotas
caídos. De 1946 a 1948 trabaja con una estilización
de la línea y sus creaciones se ven marcadas
por las inquietudes espaciales de Joan Miró, pintor
español que compartió por ese entonces, junto a un
número considerable de artistas (Goeritz incluido) la
creación del hombre nuevo, un hombre que surgiera
sin el peso trágico de la historia y con el alma purificada.
La oportunidad para Goeritz de realizar una
conciencia renovada para el hombre nuevo, surge en
1948 cuando radica en la provincia de Santander y
funda la llamada Escuela de Altamira, que consistía
en un grupo de personas abocadas al arte y que tenían
como convicción la transformación del alma humana. El contacto con las cuevas de Altamira lo llevaron a
concretar la posibilidad de un ser libre y renovado, el
espíritu que debía de nacer de entre las cenizas del
desastre. Ida Rodríguez Prampolini, una de las primeras
alumnas de la Escuela de Altamira, recuerda: “Las palabras que más empleaba eran: prístino, sano,
nuevo, contemporáneo, niño, nuevos prehistóricos,
juego, lírico y, sobre todo, futuro. La certeza de un
futuro común del hombre en paz y armonía surgía
de la certeza de que todos los hombres son artistas”.10
6 De esta fijación por la secta se desprende el hecho de que
Itten se haya uniformado como monje y el registro de tal se encuentre
plasmado en la famosa fotografía donde se le observa a él
delante de uno de los cuadros realizados en la Bauhaus. Elaine S.
Hochmann, La Bauhaus. Crisol de la modernidad, Paidós, Barcelona,
2002, p. 172.
7 Ida Rodríguez Prampolini, El arte contemporáneo. Esplendor y
agonía, Pormaca, 1964, p. 56.
8 Natalia Carriazo, “Mathias antes de Mathias. Influencia
expresionista en Goeritz”, Los ecos de Mathias Goeritz, Catálogo de la
exposición, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Investigaciones Estéticas, México, 1997, p. 31.
9 Cita tomada de Olivia Zuñiga, Mathias Goeritz, Intercontinental,
México, 1963, p. 14.
10 Ida Rodríguez Prampolini, “La Escuela de Altamira”, Los
ecos de Mathias Goeritz, Catálogo de la exposición, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas,
México, 1997, p. 50.
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