ESTADO Y SOCIEDAD
MULTICULTURALISMO
un breviario para el debate
Gunther Dietz*
Las confluencias programáticas de estos “nuevos” movimientos sociales —afroamericanos, indígenas,
chicanos, feministas, gay-lesbianos, “tercermundistas” etc.— se han dado a conocer
a partir de entonces bajo el a menudo ambiguo lema del “multiculturalismo”...
Desde los años ochenta, inicialmente en Estados Unidos,
Canadá, Australia y el Reino Unido, un conjunto
altamente heterogéneo de movimientos contestatarios “post-68” emprende el camino de la institucionalización
social, política y académica. Las confluencias
programáticas de estos “nuevos” movimientos sociales —afroamericanos, indígenas, chicanos, feministas,
gay-lesbianos, “tercermundistas”, etc.— se han dado
a conocer a partir de entonces bajo el a menudo ambiguo
lema del “multiculturalismo”: un heterogéneo
conjunto de movimientos, asociaciones, comunidades
y —posteriormente— instituciones que confluyen en
la reivindicación del valor de la “diferencia” étnica
y cultural, así como en la lucha por la pluralización
de las sociedades que acogen a dichas comunidades
y movimientos.
El multiculturalismo como movimiento social
Los movimientos multiculturalistas forman parte
del panorama de los “nuevos movimientos sociales”
(Touraine, Melucci). En el contexto de la terciarización
de las economías occidentales y del surgimiento
de una “sociedad postindustrial” se pretende agrupar
a movimientos estudiantiles, urbanos, feministas, ecologistas,
pacifistas y multiculturalistas bajo un denominador
común, que se caracterizaría por los siguientes
rasgos:
• una estructura organizativa altamente flexible,
expresada mediante redes escasamente jerarquizadas
y un rechazo abierto a liderazgos explícitos,
producto del legado “anti-autoritario” de la
revuelta estudiantil que desencadenó este tipo de
movimiento;
• la insistencia en la autonomía del movimiento específico
frente a otros actores políticos, sobre todo
frente al Estado y a los partidos políticos, interpretados
como “aliados” o representantes del viejo establishment
y de los movimientos sociales de origen
decimonónico;
• la carencia de una ideología de transformación de
la sociedad en su totalidad, como lo fuera el proyecto
marxista; el rechazo a los amplios proyectos
de cambio societal será el punto de partida de la
confluencia entre los movimientos multiculturalistas
y los discursos “postmodernos”; no la política
revolucionaria, sino la life politics (Giddens), la individualizada
política vital, se convertirá en el lema
común;
• la consecuente limitación a temáticas específicas
que no abarcan un proyecto societal global, sino
que sólo se articula como single-issue-movement, cuyos
ejes vertebradores estaría íntimamente relacionados
con la “política de identidad” del propio
movimiento;
• una composición social heterogénea, “multiclasista”,
con un fuerte componente procedente de las clases medias, lo cual para algunos analistas
plantea el problema de cómo identificar el “sujeto
histórico”;
• y, probablemente como consecuencia de dicha
composición plural, una constante tematización
de la identidad y la subjetividad.
Encontronazos académicos
Es el ámbito filosófico, y sobre todo epistemológico,
en el que los movimientos multiculturalistas y su reivindicación
de una nueva “política de la diferencia”
encuentran un peculiar aliado académico: el giro “postmoderno”, inicialmente denominado a veces “neo-estructuralista”, pero mayoritariamente “postestructuralista”,
que ha protagonizado la filosofía
francesa de los años setenta y ochenta. Es sobre todo
el feminismo, tanto académico como político, quien
ofrece una primera crítica sistematizada al universalismo
y esencialismo subyacentes en las nociones
occidentales del análisis social. Partiendo de esta crítica
feminista de la supuesta neutralidad genérica del
pensamiento occidental, que camufla su carácter patriarcal
y autoritario bajo la singularización y monopolización
del “conocimiento”, las diferentes corrientes
postestructuralistas coinciden en su afán de de-construir
los grandes “relatos” hegemónicos, las autorizadas “narrativas” occidentales que dotan de sentido y
con ello legitiman los poderes fácticos vigentes en las
sociedades contemporáneas. Este afán “deconstructivista”,
crítico y disidente del postestructuralismo es
retomado y aprovechado por los protagonistas de los
movimientos multiculturalistas en su intento de demostrar
el carácter subversivo y potencialmente contrahegemónico
del propio multiculturalismo.
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