Los defensores del liberalismo clásico y del antiguo
asimilacionismo sostienen que la única alternativa al
clásico paradigma integracionista del melting pot son
las neotribales “comunidades cercadas”, que acabarán
descomponiendo el “proyecto” común del “sueño
americano”. Por su parte, sus antagonistas multiculturales
resaltan el carácter nada neutro, sino eurocéntrico,
del supuesto universalismo anglosajón. Frente a esta interpretación, la tradición liberal del pensamiento
político defiende la democracia “universalista”
como un mecanismo meramente de procedimiento,
exento de contenidos culturales particulares. Este supuesto
axiomático del universalismo es rechazado por
el discurso multiculturalista. A pesar del proceso de
secularización y del laicismo como principio de las
democracias contemporáneas, su trasfondo sigue revelando
una determinada matriz cultural, la cristiana.
En este sentido, la separación liberal de lo público y
lo privado no establece un “terreno neutro”, sino que
impone una forma específica de concebir la política.
Sin embargo, la crítica que desde el particularismo
se formula contra el proyecto integracionista, sobre
todo estadounidense, no se restringe a las minorías étnicas. También es retomada por aquellos sectores
de la sociedad mayoritaria que rechazan las injerencias
públicas —tachadas como “centralistas”— en sus ámbitos locales y regionales. Según una percepción
creciente en estos sectores, “todos somos minorías”,
por lo cual somos portadores de derechos y obligaciones únicamente en función de nuestra pertenencia
a determinadas comunidades integradas de forma
segmentada en el conjunto de la nación. La correspondiente
noción de ciudadanía tampoco puede ser
neutra o meramente formal, como estipula el ideal del “patriotismo constitucional” (Habermas), sino que ha
de tener una faz comunitaria, definida en términos
culturales y nacionales. Durante los años noventa, el
resultante “comunitarismo” se establece como el movimiento
políticamente más influyente que ha surgido
de forma indirecta en los confines del multiculturalismo,
y que desafía el “monopolio” discursivo del que
hasta entonces disfrutaba el liberalismo en la teoría
política, sobre todo estadounidense.
Inclusión y ciudadanía
A raíz de este tipo de amonestación relativizante
surge un segundo debate menos dicotómico en sus
conclusiones políticas y más directamente enfocado
hacia el multiculturalismo. Partiendo del citado reconocimiento
de que el universalismo como forma
específica de conceptualizar derechos y obligaciones
es producto de una determinada tradición occidental,
cabe preguntarse si ello automáticamente debe hacer
sospechar de todo planteamiento universalista. Desde
esta perspectiva, el “monoculturalismo implícito” en
la tradicional concepción de los derechos humanos
ha de ser des-contextualizado y separado de los derechos
humanos como tales, para rescatar la aportación
—incidencialmente “occidental”, pero en principio
universalizable— que realiza la original Declaración
de Derechos Humanos a la formulación de un nuevo
concepto inclusivo de ciudadanía. La subsecuente tarea,
en la que coinciden los liberales y comunitarios
menos dogmáticos, consiste en reconocer el pluralismo
cultural existente en las sociedades contemporáneas
y formular nuevos mecanismos de negociación y “criterios procedimentales transculturales” (de Sousa
Santos) que respeten el principio del reconocimiento
de la diversidad existente.
Una “ciudadanía multicultural” (Kymlicka) deberá
basarse, por una parte, en los derechos individuales
qua ciudadanos, y, por otra parte, en el reconocimiento
mutuo de “derechos grupales diferenciales” por todos
los componentes de una sociedad. La concreción
específica de estos derechos sólo será factible si en
cada contexto multicultural los derechos universales
se traducen en derechos particulares de determinados
grupos. El punto de partida para este diálogo multicultural-
liberal es la negociación del reconocimiento
de derechos colectivos por parte de un Estado basado
en la concesión de derechos individuales. Los partícipes
de dicho diálogo necesariamente serán las “comunidades”
que se consideran portadoras de estos
derechos diferenciales. Con ello, el propuesto “compromiso”
liberal-multicultural llevado a la práctica
desencadenaría una “invención”, institucionalización
y “reificación” de las comunidades culturalmente “diferentes”.
*Gunther Dietz. Doctor en Antropología
por la Universidad de Hamburgo.
Pertenece al Instituto de Investigaciones
en Educación de la uv.
Referencias
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apostando por una democracia multicultural. Madrid:
Talasa.
De Sousa Santos, B. (1995) Toward a New Common Sense: law,
science and politics in the paradigmatic transition. New
York: Routledge.
Dietz, G. (2003) Multiculturalismo, interculturalidad y educación:
una aproximación antropológica. Granada – México:
eug - ciesas.
García Canclini, N. (1995) Consumidores y ciudadanos: conflictos
multiculturales de la globalización. México: Grijalbo.
Kymlicka, W. (1996) Ciudadanía multicultural: una teoría liberal
de los derechos de las minorías. Barcelona: Paidós.
Kincheloe, J. L. & S.R. Steinberg (2000) Repensar el
multiculturalismo. Barcelona : Octaedro.
Lamo de Espinoza, E. (ed., 1995) Culturas, estados, ciudadanos:
una aproximación al multiculturalismo en Europa.
Madrid: Alianza.
Taylor, C. (1993) El multiculturalismo y la política del
reconocimiento. México: fce.
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