Del esencialismo estratégico a la acción afirmativa
Para los movimientos multiculturalistas, el afianzamiento
normativo de estas nuevas identidades ha
pasado por una fase de “re-esencialización” de diferencias
originalmente construidas. De forma paralela
al inicio de la institucionalización educativa, académica
y luego política del multiculturalismo, es sobre todo
en el contexto de los estudios étnicos y culturales donde
las diferencias “raciales”, “étnicas” y “culturales”
se utilizan como argumentos en la lucha por el acceso
a los poderes fácticos. En esta estrategia, nuevamente
se acude al prototipo del feminismo, cuya noción de “cuotas” de acceso al poder es retomada por el multiculturalismo
para generar un sistema altamente complejo
de trato diferencial de grupos minoritarios. El
objetivo de esta política de “acción afirmativa”, aplicada
primero en los órganos de representación y toma
de decisiones de los propios movimientos y posteriormente
trasladada al ámbito académico y educativo,
consiste en paliar las persistentes discriminaciones que
por criterios de sexo, color de piel, religión, etnicidad
etc. sufren las minorías a través de una deliberada política
de “discriminación positiva”.
A finales de los años ochenta las elites académicas
de estas diferentes comunidades sexuales, étnicas y culturales, que originalmente habían impulsado a
los nuevos movimientos sociales, logran asentarse en
una gran mayoría de los espacios educativos y académicos
sobre todo anglosajones. Es a partir de entonces
cuando el multiculturalismo y la “acción afirmativa”
—como su expresión político-institucional más visible—
se establecen como un discurso hegemónico en
gran parte de la opinión pública, sobre todo anglosajona.
A partir de ahora, muchos de los protagonistas
de estos movimientos se dedicarán a defender las “cuotas” de poder conquistadas dentro de las instituciones
públicas no sólo frente al antiguo anti-multiculturalismo
asimilacionista de la “derecha histórica”,
sino sobre todo frente a dos corrientes críticas, articuladas
desde posiciones políticas muy próximas al primer
multiculturalismo como movimiento social. En
primer lugar, se trata de aquellos que coinciden con
el multiculturalismo institucionalizado y hegemónico
en la necesidad de superar el anárquico anything goes
(Feyerabend) del pensamiento postmoderno, pero que —a diferencia del multiculturalismo “oficializado”—
insisten en la necesidad de distinguir entre identidades
subjetivas, por una parte, y relaciones de poder objetivamente
existentes en el seno de la sociedad, por
otra. La segunda corriente, crítica con la ya institucionalizada “política de diferencia”, cuestiona dos de
los principales postulados del multiculturalismo: por
un lado, su elección del ámbito educativo y académico
anglosajón como campo preferencial de actuación
y reivindicación, y, por otro lado, su insistencia en la
necesidad de construir comunidades delimitables y
portadoras de identidades discernibles.
Ante las críticas formuladas desde estos ámbitos,
tanto académicos y educativos como políticos,
al trato diferencial y su algo artificial distinción entre
discriminaciones “negativas” versus “positivas”, el
multiculturalismo reivindica la diferencia normativa
entre las discriminaciones históricamente sufridas
por los miembros de un colectivo estigmatizado, por
un lado, y las discriminaciones que a nivel individual
puede generar la política de “acción afirmativa” para
determinados miembros del grupo hegemónico, por
otro. Transferida de su inicial contexto feminista y su
análisis de las diferencias de género al nuevo contexto
multicultural, para ser efectiva la política de cuotas
requiere de cierta estabilidad en las “fronteras” y
delimitaciones establecidas no sólo entre la mayoría
hegemónica y las minorías subalternas, sino asimismo
entre cada uno de dichos grupos minoritarios.
Con ello, paradójicamente, cuanto más éxito tiene el
movimiento multiculturalista en la praxis social, más
profundiza en una noción estática y esencialista de “cultura”. Subsumiendo diferencias “raciales”, “étnicas”,
“culturales”, “subculturales” y relativas a los “estilos de vida”, el nuevo concepto multiculturalista
de “cultura” se asemeja cada vez más a la noción estática
que la antropología había generado en el siglo
xix y que pretendía definitivamente superar a finales
del siglo xx y comienzos del xxi.
Peligros comunitaristas
La evidente culturalización detectable en los discursos
públicos que en los años ochenta giran en torno
a cualquier problema social y educativo constituye,
a la vez, el principal logro y el mayor peligro de los
movimientos multiculturalistas. Al tratar a las minorías
como “especies en vías de extinción” (Vertovec)
y diseñar políticas exclusivamente orientadas hacia
su “conservación”, el multiculturalismo aplicado a
la intervención educativa y social corre el riesgo de “etnificar” la diversidad cultural de sus destinatarios
originales. La apropiación de este tipo de discurso
esencialista de la diferencia por parte de los grupos
hegemónicos genera nuevas ideologías de supremacía
grupal que basan sus privilegios en un culturalismo
difícil de distinguir del “nuevo racismo cultural”. A
menudo autores, sobre todo europeos, critican la indirecta
confluencia entre la tendencia segregacionista
del multiculturalismo recién institucionalizado en
Estados Unidos y un incremento de la xenofobia y
el racismo; ambos coinciden en relativizar la vigencia
universal de los derechos humanos más allá de las —supuestas o reales— diferencias culturales.
Cuando el discurso multiculturalista pasa así del ámbito meramente académico a adquirir una creciente
influencia en la opinión pública, sobre todo norteamericana
y británica, a finales de los años ochenta e
inicios de los noventa surge un debate político y pedagógico
acerca del futuro de las sociedades occidentales.
La confluencia de los “discursos de la diferencia”,
por un lado, con cambios cualitativos en la composición
y por tanto la autopercepción de las clásicas sociedades
de inmigración, por otro lado, impregna este
debate de un fuerte carácter normativo: ¿hacia dónde
deberían evolucionar las sociedades contemporáneas
de composición multicultural? Al inicio de la confrontación
se percibe un fuerte maniqueismo entre
posiciones universalistas y particularistas a ultranza.
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