Gonzalo Aguirre Beltrán fue tal vez el último exponente de una generación de funcionarios públicos
en cuyo desempeño –como lo ha sugerido Roderic Ai
Camp– la línea que divide la actividad intelectual de
la actividad política no está claramente definida. Recordemos que en el siglo XX la mayor parte de los
principales intelectuales mexicanos trabajó (en algún
momento de su vida) al servicio del Estado. La nómina incluye a Jaime Torres Bodet, Antonio Carrillo Flores, Agustín Yáñez, Jesús Reyes Heroles, José
Vasconcelos, Manuel Gamio, Narciso Bassols, Alfonso Caso, Genaro Estrada, Federico Gamboa, Alfonso
Reyes, Manuel Maples Arce, Jesús Silva Herzog, Octavio Paz, Martín Luis Guzmán, Carlos Fuentes, Juan
Rulfo, lista incompleta a la que necesariamente deben
sumarse otros nombres destacados.
¿Gonzalo Aguirre Beltrán pagó con creces el “pecado” de “avenir ciencia y política”, según él mismo lo
reconociera, al reflexionar sobre un planteamiento de
Arturo Warman?7
Lo cierto es que su vida y obra testimonian que la historia del conocimiento es también
una de las historias del poder. En su notable quehacer
intelectual y en los consensos y disensos asociados a su gestión pública, es preciso observar la política como
metáfora de la antropología, perfil que corresponde
plenamente al que Alfonso Reyes trazara para caracterizar la “inteligencia americana”: vinculación social,
desempeño de variados oficios, oposición a las torres
de marfil, y “un equilibrio que se resuelve en una peculiar manera de entender el trabajo intelectual como
servicio público y como deber civilizador”.
8
Constructor y crítico de paradigmas, operador singular de aparatos teóricos y conceptuales, dirigente institucional
de honestidad a toda prueba, durante más de medio
siglo Aguirre Beltrán transitó por las sombras que oscurecen el diálogo entre el pensador y el político. Tres
distinciones de alto rango evidencian sus logros cimeros en los ámbitos académico, antropológico y político
(en tanto funcionario sobresaliente del sistema): Bronislaw Malinowski Award (1973), Premio Nacional de
Ciencias y Artes en Historia, Ciencias Sociales y Filosofía (1979), y Medalla Belisario Domínguez, otorgada por el Senado de la República (1991). Su larga y
honesta trayectoria en el servicio público comprende
su desempeño como director general de Asuntos Indígenas de la SEP (1946), director del primer Centro
Coordinador Indigenista en San Cristóbal de las Casas, Chiapas (1951), rector de la Universidad Veracruzana (1956-1961), subdirector general del Instituto
Nacional Indigenista (1964), director del Instituto Nacional Indigenista y subsecretario de Cultura y Educación Extraescolar de la SEP (1970). Postulado por el
PRI, en 1961 fue diputado federal.
El quehacer antropológico
En apretada síntesis puede decirse que las reflexiones
y los planteamientos antropológicos e historiográficos
de Aguirre Beltrán tienen que ver con la integración
nacional (estableciendo el mestizaje y la “aculturación
planificada” como instrumentos centrales del proceso)
y al desarrollo social de acuerdo con el modelo del
capitalismo dependiente. Estas vertientes (que ciertamente no agotan el conjunto de las temáticas que
abordara a lo largo de su quehacer intelectual) serían
el sustento de formulaciones ideológicas convertidas
en tesis primordiales del indigenismo mexicano hasta mediados de los años setenta. Se trata de propues-
tas cognoscitivas y políticas que, al enfrentar severos
cuestionamientos por parte de la antropología crítica,
evidenciaron su articulación orgánica con un sistema
social que hoy día enfrenta su más aguda crisis, y en
el cual la problemática étnica tiene particular relevancia. No es extraño, entonces, que haya sido nombrado
el “antropólogo de la Revolución”.
La finalidad del indigenismo se orientaba a la
“integración” del indígena a la sociedad nacional, sin
plantearse la eliminación de las desigualdades estructurales que condicionan la explotación de la población autóctona. Aquí vale la pena recordar que en un
lapso de 50 años (entre 1930 y 1980) el indigenismo
en México y Latinoamérica agotó sus recursos ideológicos y programáticos. Su deterioro se articula a la
quiebra de las soluciones políticas y económicas implantadas en nuestros países, en franco concierto con la dinámica del desarrollo capitalista, ejercicio antidialógico contrario a las demandas reivindicatorias de
los pueblos indígenas, en gran medida los más pobres
entre los pobres.
La crisis del indigenismo precisa, ciertamente, de
explicaciones que van más allá de las fronteras de la
administración pública y la antropología aplicada. En
tanto ideología política con propósitos pragmáticos, el
indigenismo de nuestros días (en su nueva versión asistencialista) se desgasta y languidece atrapado en contradicciones y conflictos entre las clases dominantes y
las comunidades pauperizadas. Su inoperancia se imbrica y singulariza con los complejos caminos que han
recorrido los esfuerzos políticos para constituirnos en
un Estado-nación en el que la diversidad etnocultural
tenga pleno reconocimiento, más allá de los afanes retóricos y el maquillaje del texto constitucional. En esta
rápida mirada a la debacle de las políticas indigenistas
no puede dejarse a un lado el fenómeno de la globalización en tanto sus dinámicas socavan las tradiciones
identitarias y el multiculturalismo, y plantean desafíos
a los derechos humanos al concebirlos estandarizados
en todas las culturas. En todo caso, la globalización es
un proceso sistemático de exclusión de facto que permite a la economía de mercado mundial apropiarse de
los recursos de los países dependientes, propiciando
nuevas secuelas de explotación y dependencia. En el
proceso de globalización las decisiones se toman fuera
del espacio nacional soberano; se controlan mediante
estructuras de alcance mundial (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial
del Comercio, etc.), entidades que a su vez protegen y
promueven los intereses de las corporaciones transnacionales y de las oligarquías nacionales.
7
Véase Gonzalo Aguirre Beltrán, “¿El pecado de avenir
ciencia y política?”, Contrapunto, núm. 8, enero-abril, Xalapa, Editora de Gobierno del Estado, 2008.
8
A. Reyes, “Última Tule”, en Obras completas, t. II, FCE, México, 1982 (1ª reimpr.), p. 86.
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