La antropología indigenista, en última instancia,
planteó la supresión de las diferencias culturales, tesis
contraria al postulado universal del pensamiento antropológico orientado a defender la diversidad humana. En ese sentido, la obra de Aguirre Beltrán ha sido
el centro de múltiples críticas que cuestionan, con razón, la antropología indigenista integrativa. Las ciencias sociales (y en particular nuestra antropología) se
enriquecieron con los acalorados debates suscitados por él en un espacio de 30 años que, en buena medida,
siguen hoy vigentes. En ese palenque don Gonzalo fue
siempre un polemista que sumó a su erudición, la fina
ironía y la elegancia de su prosa, provista de giros insospechados. Un aspecto poco atendido de esos textos
tiene que ver con la crítica que formulara a las políticas indigenistas, reflexiones diversas que dan cuenta
de su honestidad intelectual y de su pensamiento en
permanente revisión.
Su legado
En La imaginación sociológica –libro con el que C. Wright
Mills sacudió las burocracias académicas– se explica
cómo en las sociedades modernas ciertos políticos tienen el poder de actuar con importantes consecuencias
estructurales y conocen bien los resultados de estas
acciones; otros tienen ese poder, pero desconocen su alcance efectivo; finalmente, existen otros más que no
pueden trascender sus ambientes cotidianos mediante
la comprensión de su entorno, ni efectúan cambios
estructurales por ninguno de los medios de acción a
su disposición. La tarea política del científico social en
toda sociedad que sustente su quehacer en los imperativos de la razón, la justicia social y la democracia
como estilo de vida, tiene que orientarse a estos tres
tipos de dirigentes en términos de la relación entre el
poder y el pensamiento. De acuerdo con el argumento de Wright Mills, a los depositarios del poder que
saben sus alcances, el científico social debe recordarles
los grados y las consecuencias de su responsabilidad;
en tanto que a aquellos cuyas acciones tienen repercusiones estructurales pero que parecen no saberlo, el investigador debe mostrarles todo lo que ha descubierto
acerca de ellas, en una definida y clara tarea educativa
que conlleva responsabilidades. Finalmente, a las personas que carecen de poder y cuyo reconocimiento se
limita al medio social cotidiano, el estudioso de la sociedad debe revelarles con su trabajo la dirección de
las tendencias y decisiones estructurales en relación
con dicho ambiente, así como las formas en que las
inquietudes personales se articulan con los problemas
públicos.
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Analizados en conjunto, el pensamiento y la acción de Gonzalo Aguirre Beltrán cumplen en grado
sobresaliente las tres tareas planteadas por Wright Mills. Más allá de las opiniones vertidas por sus detractores (o planteadas por autores que han leído de manera
superficial sus estudios), con sentido crítico y responsabilidad intelectual tradujo las necesidades e injusticias sociales enfrentadas por los pueblos indígenas en
problemas públicos, estableciendo el importante rango que éstos tienen en la configuración y dimensión
nacional. Esta observación no implica, desde luego,
acuerdo con sus tesis respecto a los procesos de integración nacional.
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Aquí es pertinente puntualizar
que para estudiar el pensamiento de Aguirre Beltrán
debe trascenderse el ámbito de la tarea indigenista,
ahondando necesariamente en sus estudios referidos
a la población negra, las prácticas de la medicina y
la magia durante la Colonia, los programas de salud
en la situación intercultural, sus análisis etnohistóricos sobre las luchas agrarias, las acciones educativas
en las regiones indígenas, sus reflexiones en el campo
de la antropología política, sin olvidar sus numerosos
abordajes en torno a los constructores del pensamiento antropológico y político en México.
Sustentado en un sólido quehacer antropológico e
historiográfico, Aguirre Beltrán trascendió el estricto
campo intelectual imbricando en su acción los planos
de la política y la ciencia social. Esta circunstancia no
le impidió cuestionar críticamente los excesos del poder. Claro ejemplo de tal actitud es el comentario que
escribiera en torno al movimiento estudiantil:
El año trágico del 68 está teñido por la sangrienta
represión al movimiento anarco-estudiantil, or-
denada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Nada hay que justifique la masacre que yugula
bárbaramente el pronunciamiento democrático.
Tal año señala el fin del discurso revolucionario y
el principio de la crisis económica que empobrece
al país.
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En este orden de ideas su actividad intelectual no puede reducirse a su obra escrita considerada de manera
aislada. El análisis debe visualizarla como el conjunto
de sus manifestaciones personales y sociales; la suma
del carácter del hombre modelado por las instituciones, las vertientes ideológicas y las circunstancias históricas, superando el dualismo analítico que opone lo
externo y lo interno en el quehacer social. Se precisa,
entonces, de un ensayo biográfico que, sin alejarse del
perfil de la personalidad, enfatice la importancia que
en ésta ejercieron los contextos. Ante todo, no debe
olvidarse que Aguirre Beltrán construyó ideas antropológicas desde la política, y acciones políticas desde
la antropología. Complejo concierto donde imaginación y realidad se anudaron mediante el primado de
la praxis.
9
C. Wright Mills, La imaginación sociológica, FCE, México, 1974,
pp.196-197.
10
Véase F. Báez-Jorge, “Claves de un diálogo entre la antropología y la política” (estudio introductorio), en Obra antropológica,
G. Aguirre Beltrán, vol. XV, FCE/INI/UV/Gobierno del Estado de
Veracruz, México, 1990, pp. 7-42.
11
Véase Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer antropológico, op. cit.
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