Pero en el caso específico de la comunidad de La
Gloria intervinieron otros factores especiales. Ciudadanos de la localidad han denunciado constantemente la presencia de múltiples males respiratorios, de la
piel y gástricos en la comunidad desde que en 2005 se
instaló en las cercanías una gigantesca granja de cría
de cerdos de la empresa Carroll de México, filial de la
más grande empresa trasnacional productora de cerdos del mundo, Smithfield Foods. En años recientes se
han instalado en la región 15 plantas de este tipo que
ocupan la parte más occidental del Valle de Perote y
una vasta extensión de las llanuras secas de Puebla
que colindan con esta región. Grupos organizados
de ciudadanos han denunciado el grave problema de
contaminación y de salud pública que causan estas
plantas desde hace tres años.
Pero el gobierno del estado, atento únicamente a
la necesidad de atraer inversiones a la entidad, ha protegido a la empresa y desoído a los pobladores, quienes en respuesta a sus luchas han recibido todo tipo de
amenazas, incluidas órdenes de aprehensión sobre cinco de sus líderes. En efecto, a raíz de una protesta pública que un amplio grupo de ciudadanos hizo a orillas
del camino que une su pueblo con la carretera federal
Perote-Puebla, la empresa Carroll hizo una denuncia y
el solícito Gobierno de Puebla, en cuyo territorio tuvo
lugar la acción, procedió a demandar ante un tribunal
federal a las cinco personas que dirigían visiblemente el movimiento, a pesar de que dos de ellas ni siquiera
estaban en esta protesta. Un empleado de la empresa
fue el que testificó falsamente. A la fecha estas cinco
personas continúan su proceso penal y tienen que ir
al juzgado en la ciudad de Puebla cada mes. El gobierno de Veracruz también tuvo su cuota represiva, pues
le dio curso a una denuncia por “difamación” que la
empresa presentó contra ocho líderes civiles. Afortunadamente, esa demanda ya fue desechada.
La protesta de los pobladores se entiende mejor si
colocamos en su debido contexto los riesgos ecológicos de la nueva producción industrial de cerdos. Como
dice Mike Davis “se trata de una transición desde los
chiqueros a la antigua, hacia vastos infiernos de excremento –de naturaleza sin precedente– en los cuales decenas, incluso cientos de miles, de animales con
sistemas inmunes debilitados se sofocan entre el calor
y el estiércol e intercambian patógenos a velocidad de
vértigo con sus compañeros de presidio y sus patéticas
progenies”. Los efectos de este modelo depredador
son conocidos. Ya en 2008 “una distinguida comisión
convocada por el Centro de Investigación Pew emitió
un informe señero sobre la producción animal en las
granjas industriales”, el cual subrayaba el agudo peligro de que “el continuo reciclaje de virus en grandes
manadas o rebaños incrementará las oportunidades
de generación de virus novedosos, mediante mutación o eventos recombinantes, que podrían propiciar
una transmisión más eficaz de humano a humano”
(La Jornada, 2 de mayo de 2009).
Si ya de por sí este modelo productivo es un riesgo
global, a ello debemos sumarle la ausencia de regula-
ciones efectivas en México. En las granjas de la región
de Perote, las lagunas de oxidación están al aire libre,
y junto a ellas se han construido fosos de concreto,
denominados biodigestores, donde son arrojados los
cerdos muertos por enfermedad o aplastamiento. Los
fosos suelen estar llenos y la fetidez se filtra al medio
ambiente, haciéndolo irrespirable en las cercanías de
las granjas.
Sin hacer mención alguna a este hecho, el día 27 de
abril el gobernador Fidel Herrera hizo una visita de 10
minutos al niño Edgar para tomarse una foto con él y ponerlo como ejemplo mundial de que la enfermedad es curable. Al mismo tiempo, su gobierno montó
un aparato propagandístico para divulgar la buena
nueva y creó un escenario artificial en la comunidad,
pintando las calles, instalando una cocina que desde
entonces da de comer a la tercera parte del pueblo
y hasta una cafetería móvil. Pero el hecho es que no
sabemos si los tres niños muertos anteriormente también adquirieron el virus, ni si los más de 600 afectados en la localidad también compartieron la misma
enfermedad.
Una vez más, el gobernador defendió en primera
instancia a la empresa porcícola, aunque después de
ver las reacciones de los medios decidió solicitar estudios sobre el caso. Uno de ellos, sobre los cerdos de las
granjas de Perote que la empresa Carroll encargó con
bombo y platillo a la Universidad de Minnesota, ha
quedado sospechosamente en el olvido. A esta fecha
apenas está por iniciarse una investigación epidemiológica seria sobre La Gloria con la participación de investigadores de la UNAM y de la Universidad Veracruzana. Habrá que esperar los resultados de ese estudio
para saber a ciencia cierta si hay una relación entre las
plantas porcícolas y el brote de influenza.
La irresponsabilidad del sector púbico se reprodujo en otras entidades. Nadie ha explicado hasta hoy
por qué hubo tantos casos en San Luis Potosí, ni hay
información alguna sobre el perfil de las víctimas. Nadie ha explicado por qué hubo tantos muertos en la
Ciudad de México ni sabemos si en realidad hubo más
enfermos en otras partes del país que simple y sencillamente no fueron reportados. En Jalisco no se informó a tiempo del número de casos, lo que redundó al
final en la necesidad de mantener por más tiempo las
medidas de emergencia.
Este cuadro habla de la precariedad de la investigación epidemiológica en México y de la inexisten-
cia de infraestructura adecuada para el diagnóstico
de este tipo de enfermedades, pese a que desde hace
años se sabe que hay una alta probabilidad global de
una epidemia de algún tipo de influenza. No se cuenta en México con los laboratorios adecuados, y hace
muchos años se abandonó el desarrollo de plantas de fabricación de vacunas, lo cual nos hace depender de
abastecedores extranjeros de estos vitales elementos
de prevención de epidemias. La falta de previsión y de
planes de largo plazo explica esta irresponsable omisión que ahora se quiere subsanar de manera urgente.
En suma, se trata de un caso patente de omisión
de responsabilidades del Estado: México sólo gasta en
salud 6.6% del PIB, cuando el promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es de 8.9%. Alrededor de 40% de la población no está protegida por ningún sistema de salud, y
el instrumento diseñado para subsanar esa carencia,
el Seguro Popular, está subfinanciado y carece de la
infraestructura hospitalaria y de atención primaria
requerida para ofrecer un servicio digno. Hablar de
la capacitación del personal es entrar en un terreno
pantanoso, pues es patente que hay grandes carencias
de formación y de actualización.
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