Año 6 • No. 205 • diciembre 12 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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 Sergio Pitol,
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Sobre Sergio Pitol

Elena Poniatowska
Corría el año 1965. Llevaba dos años de vivir en Varsovia. Un día el cartero me entregó una carta procedente de Vence, una población del sur de Francia. La firmaba Witold Gombrowicz. ¿Se trataría, acaso, de una broma? Me resultaba difícil creer que fuera auténtica. La mostré a algunos amigos polacos y se quedaron estupefactos. ¡Una carta de Gombrowicz recibida por un joven mexicano residente en Varsovia! ¡Qué exceso, qué anomalía! Yo asentía y me regocijaba. «Como todo en la vida de Gombrowicz», me decía. En la carta me explicaba que alguien había puesto en sus manos la traducción al español de Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y que le había parecido satisfactoria. Tanto, que me invitaba a colaborar con él en la traducción de su Diario argentino, que publicaría en Buenos Aires la editorial Sudamericana. Fue el inicio de una mejoría considerable en mis condiciones de vida. De repente comencé a recibir proposiciones de varios lugares. Mis fuentes de ingreso en México eran Joaquín Mortiz, Era, la editorial de la Universidad Veracruzana. En Barcelona, Seix Barral y Planeta; en Buenos Aires, Sudamericana. En el pasado, sólo había logrado colocar esporádicamente unas cuantas traducciones. A partir de entoKnces, con sólo tres o cuatro horas diarias pude recibir un ingreso regular que en la Polonia de aquellos días significaba un capital muy saneadito. Más que la literatura polaca, recibía solicitudes para traducir a autores ingleses e italianos. En los siguientes seis o siete años fui fundamentalmente traductor; ese oficio iniciado en Varsovia me mantuvo de manera total en Barcelona y parcial en Inglaterra.

Juan García Ponce
Me atrevo a decir de Sergio Pitol lo que es más difícil atreverse a decir de cualquier escritor: es un escritor por necesidad. La escritura es un fin en sí misma, tal vez nadie se atreva a dudar de esto. La escritura es también un fin porque no puede dejar de ser un medio para llegar a lo que nunca se alcanza y termina convirtiéndola en fin. Habría que contar con un centro que estuviera afuera; pero ese centro no existe, sólo está adentro, en el seno de la misma escritura. Eso es lo que a mí me dicen con sus enrevesados desarrollos, con sus ambiguos procedimientos, con su reticencia y su continua capacidad para proponerse evocar un misterio que el autor sabe que no existe, pero nos engaña con los extravíos a los que lo conduce su búsqueda hasta el grado de que a través de su inexistencia el misterio existe: las obras de Sergio Pitol.

Antonio Tabucchi
Sergio Pitol, escritor mexicano de nacimiento pero cosmopolita por elección, deja en su historia la idea, como la sostuvo también nuestro Gadda, de que el barroco no es una manera de ver el mundo, sino que es precisamente el mundo el que es barroco. Sólo que esta idea central, que por otra parte se encuentra tan profundamente arraigada en la literatura latinoamericana, es filtrada por la cultura europea que Pitol ha absorbido profundamente en sus estancias en el Viejo Continente: la máscara y el rostro de la gran tradición de nuestro siglo (Pirandello y Pessoa), la ambigüedad y la ficción, diría yo más de sabor schnitzleriano que borgesiano, y las sugestiones freudianas.

Enrique Vila-Matas
Te recuerdo en Praga [Sergio] donde, paseando por esa laberíntica ciudad, un día encontraste una casa donde había una placa recordando que en ella había vivido Egon Edwin Kisch, un escritor y periodista checo que había estado exiliado en México. Ahí descubriste que ese hombre había sido un gran cronista de su época y te interesaste por saber más cosas de él y también por saber por qué diablos una ciudad tan provinciana como en aquel entonces era México recibió la más variada fauna que se pueda imaginar: republicanos españoles, la izquierda europea de los países ocupados por el Reich, el rey Carol de Rumania, el señor Trotski y otros genios enmascarados. Aquella placa encontrada casualmente en una calle de Praga sería el origen de tu deslumbrante novela El desfile del amor, escrita nada menos que entre Mariembad y Mojácar, esa grija novela donde nadie, absolutamente nadie, es lo que es.

Rafael Humberto Moreno-Durán
Desde su infancia en un lugar llamado Potrero, allá en Veracruz, hasta sus vivencias en las alcazabas de Samarcanda, el escritor ha deambulado entre bibliotecas eslavas y antros innombrables de Carnaby Street, ha sido diplomático en Varsovia y Moscú, ha papado la felicidad en Praga y ha mordido la desdicha en Escudillers. Sus libros, tan sugestivos en la anécdota como sus títulos, Del encuentro nupcial, El tañido de una flauta, Domar a la divina garza, le han abierto un espacio propio en la narrativa, actual en lengua castellana. Algo similar cabe decir de sus ensayos, género que revela a un autor atento y a la vez raro, que por igual nos pone en contacto con Boris Pilniak y El rey de las dos Sicilias. Como traductor de plurales recursos —polaco, ruso inglés, italiano, checo—, nos aproxima al orbe inclasificable de ese Flann O’brien que se ocultaba tras la eufónica máscara de Myles na Gopaleen o nos regocija con su poco inocente versión de Las excentricidades del cardenal Pirelli. Su biblioteca es testigo de sus amplias inquietudes intelectuales, y basta recordar que cualquier lector de Gombrowicz sabe que fue Pitol uno de quienes primero le facilitaron el acceso al mundo del escritor polaco.

Juan Villoro
Hay muchas clases de humor, y el de Pitol es vindicativo: transforma a los triunfadores de rutina en fantoches de gran guiñol. El procedimiento llega a sus últimas consecuencias en La vida conyugal, donde una pareja burguesa, atada al PRI hasta en su vida gástrica, basa su relación en la capacidad de sobrevivir a sus intentos de asesinarse. Pitol revierte el proceso narrativo de Mi enemigo mortal, la obra maestra de Willa Cather. Si la escritora norteamericana cuenta una trama sosegada que sólo en la última página deviene historia de horror, nuestro gran parodista ofrece una sórdida mascarada que termina como el perfecto idilio de dos seres que se merecen uno al otro.

Teresita García Díaz
La escritura de Sergio Pitol representa un viaje para el lector, una movilización por espacios geográficos y temporales, múltiples voces escritas y orales, interioridad de algunos sujetos, creaciones de sus personajes relaciones intertextuales y diferentes espacios genéricos. Su pluma se ha deslizado por varios géneros literarios (cuento, novela, crónica y ensayo), ya sea de manera aislada o combinada; el lector que conoce su obra puede aprehender un rasgo recurrente de la estética del autor veracruzano: la yuxtaposición de las características inherentes a distintos géneros discursivos en una sola obra.

Alberto Vital
Una de las muchas anécdotas ¿o leyendas? Entrañables en torno a la figura de Pitol, lo ubica ante la máquina de escribir y al mismo tiempo ante una televisión sin sonido. Tal vez los gestos mudos de los actores le sugieran una dimensión de lo grotesco que a todos los demás se nos escapa. Y, más todavía, tal vez así, callada y gesticulante, la TV le revele el secreto de su única (auto)aniquilación posible.

Renato Prada Oropeza
Los cuentos contenidos en el volumen de Vals de Mefisto de Sergio Pitol conforman uno de los libros más sólidos y significativos de la cuentística latinoamericana contemporánea: la complejidad narrativa, la novedad de planteamientos discursivos, el ritmo del enunciado escrito, firmemente establecido, confluyen a consolidar un lenguaje narrativo ya característico de una escritura que, con El tañido de la flauta y Juegos florales, constituyen una constelación literaria propia[…] En muy contadas ocasiones el relato hispanoamericano puede enorgullecerse ante tal maestría: manifestación expresiva de plenitud, complejidad compacta y rotunda de contenido son el anverso y reverso de este libro único. Estamos frente a un ejemplar de cuentos a la altura, sin duda, de los similares de Jorge Luis Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Carlos Fuentes[…]

Guillermo Sheridan
Si es inútil tratar de separar a Pitol de su obra, lo es también tratar de separar su obra de su crítica amable, febril y casi arcaica. Una crítica que no desdeña los antecedentes biográficos, las síntesis argumentales, las eclosiones de fascinación. Es una crítica conversacional, ero de conversador agudo, compenetrado, enterado. Tenues vasos comunican su crítica y sus novelas. Hay entre ellas una interacción que, en momentos, se antoja un enigma más, diseñado por su ingenio alternativamente cruel y piadoso, ácido y benigno.

Mario Muñoz
Los textos de Infierno de todos muestran la doble atracción de la literatura de Pitol: si bien por una parte hay una inmersión en las oscuras y tenebrosas aguas de la razón de ser del hombre, en ese subterráneo donde fascinación y agotamiento, inocencia y perversión integran una visión alucinante de la realidad, en su aparente cansina formulación; por otra, existe la preocupación constante por hacer racional, a través del lenguaje, este fragmentarismo, por inferir una coherencia de esa abrumadora pesadilla que es la vida. Búsqueda, al fin y al cabo, efímera pero que es la que justifica a la literatura.

José Emilio Pacheco
En Varsovia, en Roma, en París, en Moscú, en Praga, en Belgrado, en tantas otras ciudades, Sergio Pitol encuentra siempre a Jalapa, a Córdoba, a Orizaba, a Huatusco. Su país es el mundo entero unificado no por la globalización sino por la literatura. Como él insiste todo está en ella: lo vivido, lo pensado, lo añorado, lo imaginado. La literatura es el sueño de lo real. Por tantos años y tantos libros de esa realidad soñada y de ese sueño realizado, en ocasión del Premio Cervantes en el cuarto centenario del Quijote, sólo puedo decirle, una vez más y siempre, gracias, Sergio Pitol.

Carlos Monsiváis
La fe en que lo real es novelable y lo que no es novelable es irreal, desemboca en un método incesante de Pitol: los desenmascaramientos, que contribuyen a la fascinación y el prestigio de su obra. A este respecto, ¿cómo me explico el éxito creciente de Pitol, en la recepción crítica y en el entusiasmo del circuito oral? Me lo explico por sus virtudes prosísticas desde luego, y por la lucidez regocijada de su pensamiento y su creación de personajes. Sergio Pitol lo expresa en uno de sus paseos por la autobiografía: «La pasión por la lectura y la antipatía a cualquier manifestación del poder definen la identidad entre quien soy y quien fui entonces.» Y más adelante agrega: «Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios.» Pero si se es Sergio Pitol, uno es también la conversación incesante con lectores nunca desconocidos del todo, nunca lo suficientemente escudriñados. En el tiempo del autoritarismo que se resiste con furia a desaparecer, Sergio Pitol opta por el más democrático de los diálogos, el que se establece sobre una página y a lo largo de un libro. Mientras otros insisten en desordenar el caos, un escritor hace el recuento de haberes culturales y nostalgias plenas, y notifica lo obvio: el arte del viaje es también el arte del arraigo.

Jorge Herralde
Tuve la fortuna de asistir a una cena en casa de Vicente y Alba Rojo, con Pitol, Monsiváis y Prieto absolutamente desmadrados, pasando revista a los santones de la intelligentsia mexicana y a los fantasmones del PRI con el humor más descoyuntado e incorrecto posible. Un repaso nada pacífico, a cargo de un trío más divertido y salvaje que los hermanos Marx. Siguiendo con la risa, ésta estaba un tanto sofocada en los primeros libros de Pitol, pero a partir de El desfile del amor, amparado por las teorías de Mijaíl Bajtin sobre el carnaval, Sergio se suelta el pelo, amalgama la alta cultura con la parodia y lo grotesco: «Encontré refugio en el relajo», nos dice en el libro, y desde luego, a calzón quitado, funde literatura y risa. Y así hasta hoy.

Una décima para Pitol

A mi queridísimo amigo y colega Sergio Pitol Demeneghi, con motivo de su Premio Cervantes de Literatura 2005, esta décima espinela al modo del decisecer siglo.

Satisfacción singular
es el Premio Cervantino
dado con certero tino
a nuestro escritor sin par
que triunfa en todo lugar
Sergio Pitol celebrado
por literario legado
a nuestra lengua genial
como el Quixote inmortal
también hemos heredado.

De su leal huatusqueño Guillermo Landa