Año 6 • No. 205 • diciembre 12 de 2005 Xalapa • Veracruz • México
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 Sergio Pitol,
 Premio Cervantes


 
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Fragmentos de los discursos de aceptación de algunos escritores galardonados con el Premio Cervantes
Danner González Rodríguez
Jorge Luis Borges
El destino del escritor es extraño, salvo que todos los destinos lo son; el destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces; sentir intensamente cada instante de su vida y, como quería Wolser, ser no sólo actor, sino espectador de su vida, también tiene que recordar el pasado, tiene que leer a los clásicos, ya que lo que un hombre puede hacer no es nada, podemos simplemente modificar muy levemente la tradición; el lenguaje es nuestra tradición.
El escritor tiene una desventaja: el hecho de tener que operar con palabras, y las palabras, según se sabe, son una materia deleznable. Las palabras, como Horacio no ignoraba, cambian de connotación emocional, de sentido; pero el escritor tiene que resignarse a este manejo, el escritor tiene que sentir, luego soñar, luego dejar que le lleguen las fábulas; conviene que el escritor no intervenga demasiado en su obra, debe ser pasivo, debe ser hospitalario con lo que le llega y debe trabajar esa materia de los sueños, debe escribir y publicar, como decía Alfonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo los borradores, y así trabaja durante años y se siente solo, vivo en una suerte de sueñosismo; pero si los astros son favorables, uso deliberadamente las metáforas astrológicas, aunque detesto la astrología, llega un momento en el cual descubre que no está solo.
En ese momento que le ha llegado, que le llega ahora, descubre que está en el centro de un vasto círculo de amigos, conocidos y desconocidos, de gente que ha leído su obra y que la ha enriquecido, y en ese momento él siente que su vida ha sido justificada. Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes […]
Carlos Fuentes
Si este galardón –que tanto me honra y tanto aprecio– es considerado el premio de premios para un escritor de nuestra lengua, ello se debe a que, como ningún otro, es un premio compartido. Yo comparto el Premio Cervantes, en primer lugar, con mi patria, México, patria de mi sangre pero también de mi imaginación, a menudo conflictiva, a menudo contradictoria, pero siempre apasionada con la tierra de mis padres.
México es mi herencia, pero no mi indiferencia; la cultura que nos da sentido y continuidad a los mexicanos es algo que yo he querido merecer todos los días, en tensión y no en reposo. Mi primer pasaporte -el de ciudadano de México- he debido ganarlo, no con el pesimismo del silencio, sino con el optimismo de la crítica. No he tenido más armas para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje. Son éstos los sellos de mi segundo pasaporte, el que me lleva a compartir este premio con los escritores que piensan y escriben en español. La cultura literaria de mi país es incomprensible fuera del universo lingüístico que nos une a peruanos y venezolanos, argentinos y puertorriqueños, españoles y mexicanos.
Puede discutirse el grado en el que un conjunto de tradiciones religiosas, morales y eróticas, o de situaciones políticas, económicas y sociales, nos unen o nos separan; pero el terreno común de nuestros encuentros y desencuentros, la liga más fuerte de nuestra comunidad probable, es la lengua –el instrumento, dijo una vez William Butlerler Yeats, de nuestro debate con los demás–, que es retórica, pero también del debate con nosotros mismos, que es poesía.
Octavio Paz
Si yo dejase hablar a mis sentimientos únicamente, estas palabras serían una larga, interminable, frase de gratitud. Pero mi emoción es ciega. Bien sé que la realidad simbólica de este acto es más real que la fugaz realidad de mi persona. Soy apenas un episodio en la historia de nuestra literatura, la transitoria y fortuita encarnación de un momento de la lengua española. El Premio Cervantes, al escoger a éste o aquel escritor de nuestro idioma, sin distinción de nacionalidad, afirma cada año la realidad de nuestra literatura. ¿Y qué es una literatura? No es una colección de autores y de libros, sino una sociedad de obras.
Las novelas, los poemas, los relatos, las comedias y los ensayos se convierten en obras por la complicidad creadora de los lectores. La obra es obra gracias al lector. Monumento instantáneo, perpetuamente levantado y perpetuamente demolido, pues está sujeto a la crítica del tiempo: las generaciones sucesivas de lectores. La obra nace de la conjunción del autor y el lector; por esto la literatura es una sociedad dentro de la sociedad: una comunidad de obras que, simultáneamente, crean un público de lectores y son recreadas por esos lectores. Se dice que las ideologías, las clases, las estructuras económicas, las técnicas y las ciencias, por naturaleza internacionales, son las realidades básicas y determinantes de la historia. El tema es tan antiguo como la reflexión histórica misma, y no puedo detenerme en él; observo, sin embargo, que igualmente determinantes, si no más, son las lenguas, las creencias, los mitos y las costumbres y tradiciones de cada grupo social.
El Premio Cervantes, justamente, nos recuerda que la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización: comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el presente, el porvenir
Álvaro Mutis
Este premio que me otorga España, ha venido a despertar en dos sentidos las más antiguas y entrañables vetas de mi conciencia. Debo explicar en primer término, que mi relación con lo que he escrito ha estado siempre señalada por el rigor de una autocrítica implacable y la angustia de no haber alcanzado la plenitud y claridad de lo que he querido decir.
Abrir un libro mío, ya sea de poesía o de narrativa, es una prueba que trato de evitar las más de las veces. Como jamás he vivido de mi vocación literaria y me he ganado el pan en oficios muy distantes de las Letras, tenía la sensación de que mi obra caminaba desamparada por sendas ajenas a mi diaria rutina. España, al concederme este premio, otorga a mi obra un lugar y un porvenir que, al tiempo de llenarme de felicidad, me la entrega identificada con mi propio destino. Que sea España quien lo haya hecho, es algo que viene a confirmar la relación esencial que he tenido toda la vida con la patria de mis antepasados gaditanos, siempre presentes en la diaria rutina de la vida.
España, los españoles, las Letras y las Artes de esta nación, conforman las circunstancias de mi existencia, la materia siempre esencial de mis sueños y el apoyo que me rescata en los días de angustia y desconcierto. Creo que debo pedir aquí indulgencia por esta incursión en las confesiones personales, que corren el riesgo de caer en la cándida impertinencia, pero debo reconocer que es para mí muy importante ponerme en orden frente a tan generosa y obligante distinción como ha sido este Premio Cervantes y quiero hacerlo ante tan egregios como calificados testigos.
María Zambrano
Para salir del laberinto de la perplejidad y del asombro, para hacerme visible y hasta reconocible, permitidme que, una vez más, acuda a la palabra luminosa de la ofrenda: Gracias. Gracias por concederme, en esta hora de España y en la Universidad de Alcalá de Henares, la ocasión de haber sido la primera mujer galardonada con el Premio Cervantes. Y gracias, asimismo, por otorgarme la oportunidad de compartir la siempre leal penumbra de algún recuerdo claro o, a lo menos, íntimamente verdadero: el recuerdo de los espacios, pues mal puedo olvidarme de todos ellos; y el recuerdo de las palabras, pues desdecirme de ellas tampoco quiero.
Por amor a tales recuerdos y a vuestra generosa compañía, seguidme hasta una hermosa ciudad de México, Morelia, cuyo camino no busqué, sino que él mismo me llevó a ella, igual que a tantos otros españoles recién llegados al destierro. Allí me encontré yo, precisamente a la misma hora que Madrid -mi Madrid- caía bajo los gritos bárbaros de la victoria. Fui sustraída entonces a la violencia al hallarme en otro recinto de nuestra lengua, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, rodeada de jóvenes y pacientes alumnos. Y, ajena desde siempre a los discursos, ¿sobre qué pude hablarles aquél día a mis alumnos de Morelia? Sin duda alguna, acerca del nacimiento de la idea de la libertad en Grecia.
Era una forma natural de acordarme de España y del ya melancólico, resignado y esperanzado fracaso. Era la forma de situarse en aquella hermandad de una cultura que anunciaba la España del fracaso: la más noble tal vez, la más íntegra. La que forzosamente tuvo que fracasar, porque había ido más allá de su época, más allá de los tiempos. Y es que posee la historia un ritmo inexorable que condena al fracaso a todo aquello que se le adelanta o que le desborda. Fracaso en razón de su misma nobleza y de su insobornable integridad; también, porque en el fracaso aparece la máxima medida del hombre, lo que el hombre tiene tan desprendido de todo mecanismo, de toda fatalidad, y que nada puede quitárselo. Lo que en el fracaso queda es algo que ya nada ni nadie pueden arrebatarnos. Y este género de fracaso era entonces y sigue siendo ahora la garantía de un renacer más completo. El que adviene cada vez que un hombre íntegro vuelve a salir, al alba, al camino.
Gonzalo Rojas
Discursos van, discursos vienen y no dicen gran cosa. He medido las páginas. No pasaré de diez con letra grande.
Ya Cervantes lo dijo todo en esta lengua de nacer y seguir naciendo desde la meseta hermosa hasta los últimos parajes insulares, de los trópicos a la Antártida, y uno debiera entrar en el callamiento este 23 que no es de abril sino de la respiración del mundo. Porque uno dice aire y dice tiempo con respiro temerario y hasta dice eternidad en español, sílaba y más sílaba, del vagido al velorio, y el prodigio sigue creciendo más allá de toda circunstancia por adversa que sea; más allá por ejemplo de la inmolación y del martirio en esos rápidos que el otro día partieron extrañamente de Alcalá.

Ser es crecer y eso lo dijo el sánscrito, de tal suerte que cuando somos más bien crecemos.
Pero no procede la alabanza en esta fecha sino la confirmación de que vivimos colgados del lenguaje como dijo Niels Bohr y ese lenguaje es el que respiramos y vivimos a cada instante, lo mismo en la península que en las cumbres andinas o en la vastedad oceánica, o en las grandes ciudades, de los trópicos a los hielos.

Los escritores galardonados con el Premio Cervantes
2005 - Sergio Pitol (México)
2004 - Rafael Sánchez Ferlosio (España)
2003 - Gonzalo Rojas (Chile)
2002 - José Jiménez Lozano (España)
2001 - Álvaro Mutis (Colombia)
2000 - Francisco Umbral (España)
1999 - Jorge Edwards (Chile)
1998 - José Hierro (España)
1997 - Guillermo Cabrera Infante (Cuba)
1996 - José García Nieto (España)
1995 - Camilo José Cela (España)
1994 - Mario Vargas Llosa (Perú)
1993 - Miguel Delibes (España)
1992 - Dulce María Loynaz (Cuba)
1991 - Francisco Ayala (España)
1990 - Adolfo Bioy Casares (Argentina)
1989 - Augusto Roa Bastos (Paraguay)
1988 - María Zambrano (España)
1987 - Carlos Fuentes (México)
1986 - Antonio Buero Vallejo (España)
1985 - Gonzalo Torrente Ballester (España)
1984 - Ernesto Sabato (Argentina)
1983 - Rafael Alberti (España)
1982 - Luis Rosales (España)
1981 - Octavio Paz (México)
1980 - Juan Carlos Onetti (Uruguay)
1979 - Jorge Luis Borges (Argentina) y Gerardo Diego (España)
1978 - Dámaso Alonso (España)
1977 - Alejo Carpentier (Cuba)
1976 - Jorge Guillén (España)