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El hecho de que las universidades sean consideradas por los mexicanos
como las instituciones más confiables de nuestro país,
de acuerdo con el Ranking Nacional de Confianza que publicó
Consulta Mitofsky, otorga a éstas, de forma indefectible, una
autoridad incontrovertible en el desahogo de la agenda pública
de México.
Esta autoridad, originada a su vez en la credibilidad a la que ya
aludimos, es de tal modo sólida que a pesar del acoso y la
difamación, las universidades “mantienen su vitalidad
y su potencia”, según se recordarán las palabras
del escritor Carlos Monsiváis en UniVerso 292.
Ergo, para menoscabar tal credibilidad y tal autoridad sería
necesario que los universitarios olvidaran su historia, remontar –para
el caso de nuestra casa de estudios– más de 60 años
y deprimir el espíritu universitario que anima a trabajadores,
académicos, investigadores y estudiantes.
Y, en este sentido, la historia universal demuestra que cañones
ni misiles han logrado eliminar de las comunidades más fuertes
(sean geográficas, toponímicas, religiosas o universitarias)
la certeza de quiénes somos y a dónde vamos.
No olvidemos que si, como afirma el filósofo español
Fernando Savater, educar es preservar aquellos valores de nuestra
cultura que deseamos conservar, entonces las universidades se constituyen
como la casa donde se animan, conservan y reproducen nuestros más
altos valores sociales, es decir, el hogar donde habita el ideal del
mejor ciudadano posible.
Resulta evidente, entonces, que para dialogar con la Universidad es
necesario privilegiar, precisamente, el diálogo por sobre la
calumnia, el interés de un futuro sostenible por sobre los
intereses coyunturales y los más altos valores universales
por encima de las justificaciones pragmáticas. |
Semanario UniVerso
El periódico de los universitarios
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