Año 8 • No. 319 • Julio 21 de 2008 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Centrales

 Editorial

 General


 Entrevista

 Regiones

 Becas y oportunidades

 
Arte

 Deportes


 Contraportada


 Números  Anteriores


 Créditos



 

 

  Joan Crawford
Roberto Ortiz Escobar

roe_xal@yahoo.com.mx
Desde que era niña, Joan Crawford aspiraba a ser parte de la farándula pues desde el interior del teatro de poca monta perteneciente a su padrastro, observaba los atractivos del escenario. Frente a un entorno familiar miserable, debió pagar sus estudios trabajando desde temprana edad como camarera de hotel o criada. En los años veinte se convierte en bailarina profesional de Broadway, gana un concurso de baile y debuta para la productora Metro-Goldwyn-Mayer después de ser descubierta por un buscador de talentos.

Siempre fue una mujer tenaz y ambiciosa cuya procuración de metas la desprendieron del escrúpulo. Se diría que su vida amorosa (cuatro matrimonios) y de madre (adoptó cuatro niños) se plegó a un afán actoral que se inició en la etapa silente, continuó en los treinta y cuarenta, y ya madura, prolongó su estadía, así fuera en el género de horror sesentero en películas de serie B. No es casual que rechazara el embarazo porque podía alterar su figura e impedir la continuidad de su trayectoria, o que como madre no natural, manejara con dureza a sus hijos, al grado del maltrato cruel e indignante, aun al escriturar el testamento.

De la etapa silente podemos mencionar Tramp, Tramp, Tramp (1926, de Harry Edwards) y una dramática cinta con el maestro del maquillaje Lon Chaney titulada Garras humanas (The Unknown, 1927, de Tod Bowining).

De las más de veinte cintas hechas en la década de los treinta, destacan Gran Hotel (Grand Hotel, 1932, de Edmund Goulding, Vivamos hoy (Today We Live, 1933, de Howard Hawks), Alma de bailarina (Dancing Lady, 1933, de Robert Z.

Leonard) y Mujeres (The Women, 1939, de George Cukor). La primera reunió a las principales actrices de la Metro, la segunda fue una apreciable cinta bélica, la tercera le permitió ser la pareja inicial de Fred Astaire, y la tercera fue un melodrama enjundioso manejado por el experto en actrices George Cukor, la cual apuntaló una popularidad alicaída.

Más adelante su carrera tuvo altibajos pero sumó una que otra obra interesante. En Un rostro de mujer (A Woman’s Face, 1942, de George Cukor), interpreta a una joven en crisis después de verse sometida a una cirugía estética por un accidente; en Mildred Pierce (1945, de Michael Curtiz) es una altiva empresaria que ha superado la pobreza, pero enfrenta ahora la fuga de su hija con el amante de la madre y un asesinato que la podría condenar a la cárcel. Este papel le valió el único Oscar en su carrera.

De los cincuenta se recuerdan su presencia vital en Johnny Guitar (1954), western psicológico de Nicholas Ray, y Hojas de otoño (Autumn Leaves, 1956, de Robert Aldrich), un melodrama vigoroso.

El mismo Aldrich la integraría al reparto de ¿Qué pasó con Baby Jane (What Ever Happened to Baby Jane, 1962) donde haría un tour de force con Bette Davis, otra veterana venida a menos.

Si bien a continuación trabajó en algunos telefilms, tomaría muy en serio su papel como ejecutiva de la Pepsi-Cola y como autora de los libros A Portrait of Joan (1962) y My Way of Life (1971).

En recuerdo de esta enorme estrella hollywoodense, el Departamento de Cinematografía de la Universidad Veracruzana presenta dos películas que nos remiten a la Crawford como actriz o referencia biográfica: La abeja reina (Queen Bee, 1955, de Ranald MacDougall) y Mamita querida (Mommie Dearest, 1981, de Frank Perry). La primera nos muestra a una actriz en su etapa final de madurez y la segunda es una tremebunda transcripción del libro que su hija Christina escribiera un año antes de su muerte, donde relata las atrocidades cometidas por Joan a sus hijos. Estas cintas se proyectan el lunes y miércoles en horario de 18:00 horas en el Aula Clavijero de Juárez 55. La entrada es gratuita.