Al igual que un gran río es el resultado de múltiples
afluentes a lo largo de su curso, una gran idea es el resultado
de un sinfín de sucesos y contribuciones a lo largo del tiempo.
Tal es el caso de la historia de los cohetes, la que nos remite
a uno de los deseos más antiguos de la humanidad: volar.
Como
muchos afirman, muy probablemente el hombre se sintió atraído
hacia las alturas por la observación de las aves. Así,
sin más referencia que la naturaleza, era lógico intentar
copiar sus patrones.
Aventurarse
a levantar el vuelo con alas de madera y plumas de pájaros
fuertemente amarradas fue sólo el principio de un largo camino
que consumió a generaciones enteras de soñadores e
inventores, y que, como se sabe, culminó con dos vertientes
bien definidas: la aeronáutica, que probablemente sentó
sus bases cuando el ser humano empinó el primer papalote
en un antiguo pueblo de Asia o de Egipto; y la astronáutica,
que comenzó, quizás inconscientemente, cuando se lanzó
el primer cohete artesanal en la antigua China.
Sin
embargo, la idea del cohete como vehículo interplanetario
no adquirió forma hasta la invención del telescopio
y la modificación de conceptos religiosos fuertemente arraigados
y paralizantes.
A
pesar de que el conocimiento que permite distinguir entre planetas
y estrellas data de milenios atrás, para los primeros "astrónomos"
no era claro dónde se encontraban tales objetos ni mucho
menos cuál era su constitución física. Por
tal razón, concebir un viaje a los planetas no fue un pensamiento
viable en mucho tiempo. Pero existía un lugar que, dada su
cercanía, aparentaba ser sólido y semejante a nuestro
planeta, convirtiéndose en el objetivo próximo de
muchos escritores: la Luna.
Hacia
el año 160 d.C., apareció el primer texto sobre un
viaje a la Luna. Su autor era el sofista y satírico griego
Luciano de Samosata. Luciano tituló su obra Vera Historia
y comenzaba por el relato de múltiples aventuras que tienen
lugar en el planeta Tierra, a bordo de un navío, y el autor
las ubica en una región extraña y desconocida, al
oeste de las Columnas de Hércules, es decir, al oeste de
la península de Gibraltar. Después de varios sucesos,
cuando todo parece ya estar consumado y el barco próximo
a volver a puerto, la embarcación es repentinamente absorbida
por un torbellino gigantesco levantándose por encima del
mar. El viento los trasporta sobre el océano y durante siete
días y siete noches ninguno de los viajeros sabe lo que ocurrirá
con ellos. Finalmente, "tuvimos ante nuestros ojos una gran
comarca de aire, como isla resplandeciente". Habían
llegado a la Luna.
Siglos
después del texto de Luciano se presentó el primer
acontecimiento notable en la materialización de los viajes
espaciales: el surgimiento de los primeros cohetes. Los textos más
antiguos que hacen referencia a estos artefactos son chinos y datan
del siglo XIII. En ellos se les menciona principalmente como artilugios
pirotécnicos destinados a asombrar a la gente durante las
celebraciones populares. Pero no pasó mucho tiempo para que
se les encontrara una aplicación práctica.
Hacia
1232, se les utilizó en lo que sería su primera actuación
militar durante el asalto a Kaifeng, antigua capital de la provincia
de Henan. Desde entonces, los cohetes han estado ligados a la industria
militar.
Más
adelante, en el siglo XIX, Julio Verne escribió De la tierra
a la luna, novela en que se expuso, por vez primera, un acercamiento
científico al problema de los vuelos interplanetarios. Verne
hizo los mayores esfuerzos por conseguir que su método para
alcanzar la Luna fuera verosímil. Decidió utilizar
un cañón como medio de impulso para poder recorrer
la distancia entre los dos planetas. Calculó la velocidad
mínima que debía tener el proyectil para poder alcanzar
al satélite y de hecho hizo revisar sus resultados por astrónomos
profesionales. En realidad, introdujo una serie de innovaciones
sustanciales para su época, pero su mayor mérito fue
lograr convencer a la gente que el problema fundamental para salir
del planeta era sólo una cuestión de velocidad.
La
idea de llegar más allá de la atmósfera terrestre
fue durante mucho tiempo, y hasta ya entrado el siglo XX, pura especulación
teórica. Grandes investigadores de estos procesos fueron
el ruso Konstantin Tsiolkovsky y el alemán Hermann Oberth,
quienes crearon el sustento teórico que antecedió
a los primeros cohetes destinados a la exploración del espacio
extraterrestre.
Finalmente,
el sueño se materializó parcialmente con las experiencias
ya muy conocidas del físico Robert H. Goddard y concluyó
con el brillante trabajo de ingeniería del científico
ruso Sergueiv P. Koroliev sobre el cohete R-7, que llevaría
a órbita al primer satélite artificial, el Sputnik
(que en ruso significa "compañero de la Tierra"),
en octubre de 1957. Para comentarios y sugerencias, al correo electrónico:
svezda@hotmail.com.
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