Año 2 • No. 48 • diciembre 3 de 2001 Xalapa • Veracruz • México
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Mínima historia de los viajes espaciales
Alfredo Magaña Jattar (Facultad de Física)
 


Al igual que un gran río es el resultado de múltiples afluentes a lo largo de su curso, una gran idea es el resultado de un sinfín de sucesos y contribuciones a lo largo del tiempo. Tal es el caso de la historia de los cohetes, la que nos remite a uno de los deseos más antiguos de la humanidad: volar.

Como muchos afirman, muy probablemente el hombre se sintió atraído hacia las alturas por la observación de las aves. Así, sin más referencia que la naturaleza, era lógico intentar copiar sus patrones.

Aventurarse a levantar el vuelo con alas de madera y plumas de pájaros fuertemente amarradas fue sólo el principio de un largo camino que consumió a generaciones enteras de soñadores e inventores, y que, como se sabe, culminó con dos vertientes bien definidas: la aeronáutica, que probablemente sentó sus bases cuando el ser humano empinó el primer papalote en un antiguo pueblo de Asia o de Egipto; y la astronáutica, que comenzó, quizás inconscientemente, cuando se lanzó el primer cohete artesanal en la antigua China.

Sin embargo, la idea del cohete como vehículo interplanetario no adquirió forma hasta la invención del telescopio y la modificación de conceptos religiosos fuertemente arraigados y paralizantes.

A pesar de que el conocimiento que permite distinguir entre planetas y estrellas data de milenios atrás, para los primeros "astrónomos" no era claro dónde se encontraban tales objetos ni mucho menos cuál era su constitución física. Por tal razón, concebir un viaje a los planetas no fue un pensamiento viable en mucho tiempo. Pero existía un lugar que, dada su cercanía, aparentaba ser sólido y semejante a nuestro planeta, convirtiéndose en el objetivo próximo de muchos escritores: la Luna.

Hacia el año 160 d.C., apareció el primer texto sobre un viaje a la Luna. Su autor era el sofista y satírico griego Luciano de Samosata. Luciano tituló su obra Vera Historia y comenzaba por el relato de múltiples aventuras que tienen lugar en el planeta Tierra, a bordo de un navío, y el autor las ubica en una región extraña y desconocida, al oeste de las Columnas de Hércules, es decir, al oeste de la península de Gibraltar. Después de varios sucesos, cuando todo parece ya estar consumado y el barco próximo a volver a puerto, la embarcación es repentinamente absorbida por un torbellino gigantesco levantándose por encima del mar. El viento los trasporta sobre el océano y durante siete días y siete noches ninguno de los viajeros sabe lo que ocurrirá con ellos. Finalmente, "tuvimos ante nuestros ojos una gran comarca de aire, como isla resplandeciente". Habían llegado a la Luna.

Siglos después del texto de Luciano se presentó el primer acontecimiento notable en la materialización de los viajes espaciales: el surgimiento de los primeros cohetes. Los textos más antiguos que hacen referencia a estos artefactos son chinos y datan del siglo XIII. En ellos se les menciona principalmente como artilugios pirotécnicos destinados a asombrar a la gente durante las celebraciones populares. Pero no pasó mucho tiempo para que se les encontrara una aplicación práctica.

Hacia 1232, se les utilizó en lo que sería su primera actuación militar durante el asalto a Kaifeng, antigua capital de la provincia de Henan. Desde entonces, los cohetes han estado ligados a la industria militar.

Más adelante, en el siglo XIX, Julio Verne escribió De la tierra a la luna, novela en que se expuso, por vez primera, un acercamiento científico al problema de los vuelos interplanetarios. Verne hizo los mayores esfuerzos por conseguir que su método para alcanzar la Luna fuera verosímil. Decidió utilizar un cañón como medio de impulso para poder recorrer la distancia entre los dos planetas. Calculó la velocidad mínima que debía tener el proyectil para poder alcanzar al satélite y de hecho hizo revisar sus resultados por astrónomos profesionales. En realidad, introdujo una serie de innovaciones sustanciales para su época, pero su mayor mérito fue lograr convencer a la gente que el problema fundamental para salir del planeta era sólo una cuestión de velocidad.

La idea de llegar más allá de la atmósfera terrestre fue durante mucho tiempo, y hasta ya entrado el siglo XX, pura especulación teórica. Grandes investigadores de estos procesos fueron el ruso Konstantin Tsiolkovsky y el alemán Hermann Oberth, quienes crearon el sustento teórico que antecedió a los primeros cohetes destinados a la exploración del espacio extraterrestre.

Finalmente, el sueño se materializó parcialmente con las experiencias ya muy conocidas del físico Robert H. Goddard y concluyó con el brillante trabajo de ingeniería del científico ruso Sergueiv P. Koroliev sobre el cohete R-7, que llevaría a órbita al primer satélite artificial, el Sputnik (que en ruso significa "compañero de la Tierra"), en octubre de 1957. Para comentarios y sugerencias, al correo electrónico:

svezda@hotmail.com.