Núm. 13 Tercera Época
 
   
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ALBERTO CONTRERAS
LA BRUJA
 
 
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          Dionisio Sancho se nos presenta como un académico con ideas revolucionarias acerca del arte y sus funciones:

Con efecto, en todos los tiempos y en todas las naciones cultas las nobles artes han estado siempre en una libertad racional de pensar en la mejora y belleza de los objetos de su instituto; sin ella jamás hubieran salido de su infancia ni hecho los progresos asombrosos que observamos en los monumentos que de la antigüedad nos han dejado los griegos y romanos, y no se hubieran restaurado de la fatal caída que dieron en los siglos bárbaros si los esfuerzos en promoverla de un León X en Italia, los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II en España, los Medicis en Florencia [...] y tantos otros príncipes, políticos e ilustrados, no hubieran roto las fatales ligaduras en que quedaron con la decadencia del Ymperio Romano, y no las hubieran elevado con su influxo hasta el grado en que se han llegado a veer después de tantos años de tinieblas. 14

          El aparato teórico desplegado por Sancho en su defensa es prueba de las bases conceptuales de estos modernos practicantes de las artes liberales. Uno de los signos más cuestionados es el uso de fasces en los escudos; mientras que para el fiscal son símbolos del republicanismo, porque eran insignias de los cónsules romanos , pa r a S ancho son ins ig ni a de justicia y para de mostrarlo recurre al Diccionario moderno de Capmani:

Las fasces son una insignia de la justicia. En esto está conforme con el de la Academia francesa y con lo que dicen otros varios diccionarios extranjeros. El de Moreri dice que su uso viene de los toscanos; y refiriéndose a Horo y Silvio añade que Tarquino el Anciano las introdujo en Roma, y que según otros el mismo Rómulo a fin de imponer mayor respeto y no menos temor en el ánimo de los pueblos. Y han subsistido no solamente en tiempos de los reyes, mas también de los cónsules y primeros emperadores, etcétera, refiriéndose a Tito Livio, Dionisio Halicarnaso, Silvio Itálico y Rosino de antigüedades romanas. 15

          Este entramado teórico que se corresponde con su rol de académico de mérito es sostenido durante todo el conflicto que duró hasta 1820; el fiscal del crimen que lleva el caso, Mariano Mendiola, se percata de la altura que ha alcanzado la discusión y repara en que se discute algo que el pueblo no va a observar:

Por lo respectivo a que el público pueda criticar o haya podido discurrir sobre materias que le son tan extrañas y desconocidas, desearía el fiscal que las cosas hubieran acabado de reponerse siquiera al estado indispensablemente necesario de que hubiese en esta populosa ciudad escuelas suficientes de primeras letras, de plumas y de cuentas, en lo cual estamos en tan grande atraso que dentro de poco habremos de ocurrir fuera de lugar a que algún tendajonero nos ajuste una cuenta.

Tal es el miserable estado de la instrucción pública ¿pues sabrá el pueblo de lo que son faces ni menos la conexión que tienen con la forma de gobierno, si ahora no se lo dixera? Algo había visto el fiscal sobre estos artículos, pero omite extenderse inútilmente en unos puntos que en la Corte son demasiadamente sabidos para poder sostener la presunción que desde Guadalajara se pudiera añadir la menor cosa. 16

          El testimonio de las condiciones socioculturales de la Nueva Galicia en el ocaso del Imperio español nos muestra que afecta por igual a todos los sectores. Este empleado de la Corona nos alerta sobre el miserable estado de la instrucción pública.

          Más preocupación causó al fiscal de lo civil la similitud del águila del escudo de la Nueva España con el águila de las monedas de los insurgentes; 17 para dirimir el conflicto se llamó a declarar a José María Uriarte, “profesor del nobilísimo arte de pintura”, y a Manuel Cuentas y Santa María, descendiente en cuarta generación de Diego de Cuentas, novogallego de principios del siglo XVIII. Uriarte también llegó procedente de la Ciudad de México. En el conjunto de la pintura jalisciense su obra pictórica representa la transición del neoclásico a un estilo independiente. Egresado de la Academia de San Carlos, fue discípulo de Rafael Ximeno y Planes; se desempeñaba en México como un retratista de mediano éxito cuando fue invitado por el entonces intendente de la Nueva Galicia, general José de la Cruz, a trasladarse a Guadalajara a principios de 1817. Ese mismo año comenzó a realizar las pinturas religiosas para los templos de Guadalajara, de las que se conserva en el templo de Jesús María una Última Cena de regular factura fechada en 1818.

          De entre los retratos realizados por este pintor en la capital tapatía sobresalen el de Agustín de Iturbide, pintado en 1822 por encargo del Consulado de Comerciantes y que actualmente se localiza en el Arzobispado de Guadalajara, y el primer retrato del patricio Prisciliano Sánchez, firmado en 1828.

          En el argumento de Uriarte también encontramos elementos de un discurso en donde las posibilidades de la evasión verbal del tema aparecen con tintes de reflexión:

En todo lo que se contiene en las monedas no hay cosa que se pueda llamar parecida al tribunal, si no es el perfil del contorno del manto que se semeja algún tanto al del tribunal; pero no por esto se puede llamar parecidas por lo que se representan y son cosas muy diversas, y sería lo mismo que comparar un óvalo con un globo o esfera, y aun un círculo, cuyo contorno es absolutamente igual al de la esfera, no se puede en sí comparar, porque el círculo es una figura sólo terminada por la línea que lo circunscribe y la esfera ya es sólido ter minado por las mismas partes que lo componen; y aunque el manto que está en dichas monedas en realidad sea sólido porque es un cuerpo, pero extendido en el aire como está allí sólo se considera y se

16 Fernández Sotelo y Mantilla Trolle, op. cit., p. LXXV.
17 La Suprema Junta Gubernativa de Zitácuaro ordenó la acuñación de moneda entre 1812 y 1814, cfr. Alfredo Francisco Pradeau, Historia numismática de México, trad. de Román Beltrán Martínez, Banco de México, México, 1950, pp. 188-190.

 
 
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