La libertad y los
CENTENARIOS en
MÉXICO
Juan Ortiz Escamilla
Juan Ortiz Escamilla es investigador de la UV, doctor
en Historia por El Colegio de México, especialista en la
guerra de Independencia de México.
En la polémica que se desarrolla en los medios de
comunicación sobre la conmemoración de los
CENTENARIOS está implícito otro debate: el de
nuestro presente y nuestro futuro. En cada periodo
de su historia, las sociedades demandan una explicación de su pasado, pues aunque los hechos históricos
no cambian, su interpretación se modifica con el paso
del tiempo. Como decía mi maestra Josefina Zoraida
Vázquez, “…es el presente el que nos dicta las preguntas que le hacemos a la historia”. Por su parte, en una
publicación reciente, Ariel Rodríguez Kuri señala que
la “…revolución política moderna no es el fardo muerto del pasado sino sueño y pesadilla de los vivos”. Otro
destacado historiador, Ilán Semo, asume la idea de que
…la Revolución, como toda revuelta moderna,
produjo grandes transformaciones sociales, pero
también un nuevo sistema de apropiación asimé
trica del poder. Y por ello sería preciso pensar
más en los cambios del futuro, que en aquellos
que nunca se lograron.
Hoy en día, las secuelas del fenómeno de la globalización que vivimos, disfrutamos y/o padecemos en
todas las sociedades, independientemente de su ni
vel de desarrollo, nos obliga a explicar nuestro pasado en términos más universales y no sólo a partir de
nuestra historia patria. La historiografía mexicanista
contemporánea está dejando atrás los parámetros del
nacionalismo decimonónico: el defensivo, el que miraba como enemigo a lo desconocido (extranjero) y el
que vivía, sufría y cargaba sobre sus espaldas todas las
tragedias históricas de México, y el “nuevo nacionalismo”, no el “ramplón”, sino el que asume su responsabilidad en el presente, el que reconoce a cada una de
las identidades (cada pueblo y región o estado) como
parte del todo que es México. El que comparte con
muchos otros actores académicos, sociales y políticos,
la inquietud para explicar los problemas que aquejan
a la humanidad en general y a la sociedad mexicana
en particular.
Para el caso mexicano, coloquialmente hablando “ya no es suficiente vernos el ombligo y lo redondo
que está”. Necesitamos estudiar el cuerpo entero. Ello
explica que vivamos una especie de orfandad patriótica porque las historias (en plural) que nos contaron
ya no nos convencen. El traje de la mexicanidad diseñado hace 150 años ya está roto, deshilachado y ya no
nos gusta. Queremos y necesitamos una visión renovada de nuestro pasado, incluyente, plural y universalmente asumida.
Permítame abordar desde esta perspectiva el tema
de los CENTENARIOS. (Lo pongo con mayúsculas porque pareciera que el Bicentenario se tragó al Centenario). Las guerras civiles de 1810 y de 1910 en México
signifi caron la mayor tragedia para las sociedades que
las sufrieron. En ambos casos el descontento social
alcanzó niveles extremos ante la incapacidad y poca
sensibilidad de los gobernantes, coludidos con las élites económicas, para atender y resolver los problemas económicos, sociales y políticos de las mayorías.
El hartazgo fue tal, que el pueblo en masa se lanzó contra los tiranos y terminó destruyéndolos. Pero las
guerras no sólo generan destrucción y muerte, también se convierten en el punto de partida de una nueva sociedad, aunque sólo sea en la conciencia de los
habitantes. En ello radica su importancia histórica.
Las fiestas del 15 y 16 de septiembre y del 20 de noviembre son eminentemente populares. Se trata de las
fechas cívicas más importantes de la República Mexiana, que se han mantenido como tales sin tornarse
en –o confundirse con– las festividades religiosas. La
primera, porque el clero no ha podido apropiársela,
y la segunda, porque a los conservadores, aliados del
clero, les saca ronchas su ingrediente eminentemente
popular. En efecto, después de la guerra de Reforma
y del triunfo de los liberales sobre los conservadores y
los franceses intervencionistas (1857-1867), el dogma
católico cedió su lugar al de la historia, y con ello a
una secularización de la sociedad. Así nacieron nuestros inmaculados héroes nacionales.
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C.P. |
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