Núm. 13 Tercera Época
 
   
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ALBERTO CONTRERAS
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Los santos laicos. De allí que no se les pudiera criticar. Del altar católico se pasó al altar de la patria; el catecismo católico fue substituido por el “Catecismo de la historia de México”. Seguramente los mayorcitos recordarán que en los años setenta del siglo pasado, un comediante, El Loco Valdés, con frecuencia era detenido o multado por hacer chistes de los héroes.

          ¿Para qué sirvió la pedagogía del nacionalismo decimonónico mexicano? Como lo ha señalado Josefina Zoraida Vázquez, para modelar la conciencia colectiva de los mexicanos y, al mismo tiempo, para garantizar la lealtad de sus habitantes hacia el Estado-nación. Este ejercicio fue muy exitoso. Hasta hace poco, al nacionalismo mexicano no se le cuestionaba, y aún coexiste con las identidades regionales y locales. Este fenómeno no se dio, por ejemplo, en España. Si bien entre 1808 y 1823 ambas sociedades vivieron y compartieron una historia común, en la actualidad, en la península los habitantes de las provincias todavía se resisten a asumirse como españoles y han insistido en reafirmar sus respectivas identidades autonómicas como catalanes, valencianos, gallegos, andaluces y vascos, por citar algunas; en cambio, no tienen ningún problema en formar parte de la Comunidad Europea.

          En México ahora se vive un proceso de desacralización de los mitos fundadores del nacionalismo decimonónico. Los héroes identifi cados, así como los anónimos, ahora son de carne y hueso, humanos. Parece inminente la destrucción del “patriotismo criollo”, el que empezó a forjarse desde la conquista española y con una visión de la historia en la que se ignoraba a las clases populares, como atinadamente ha sido explicado por el profesor David Brading. La fuerza de este movimiento cultural continuó después de la independencia de México. Recuérdese que en la segunda mitad del siglo XIX, varios héroes o heroínas que no eran blancos fueron “criollizados”, siendo el más conocido Porfirio Díaz. Lo mismo ocurrió con las partidarias de la insurgencia Josefa Ortiz de Domínguez y Gertrudis Bocanegra. Estudios recientes ha revelado que todos ellos no eran criollos sino mestizos.

          Lamentablemente, este ejercicio de deshacer y rehacer la historia mexicana, sumado a la libertad de expresión, ganada con tanto esfuerzo en nuestro país, ha conducido hoy a la banalización del llamado Bicentenario. Este término perdió su significado histórico para convertirse en mercancía, y ahora forma parte de la mercadotecnia publicitaria de empresas, gobiernos y hasta de escritores. En el último año han aparecido varias publicaciones “históricas” cuya finalidad es satisfacer el morbo de algunos lectores, y han tenido la osadía de describir con detalle la supuesta vida íntima de algunos personajes de la historia. Citaré dos ejemplos: la correspondencia amorosa entre el general Vicente Guerrero y el embajador de los Estados Unidos Joel Poinsett, o los amoríos de la Corregidora con el general Ignacio Allende. En los dos casos no existe evidencia alguna. El extremo de la banalidad es la forma en que las bisnietas de dos generales de la Revolución Mexicana, Venustiano Carranza y Plutarco Elías Calles, van a celebrar el bicentenario: posando desnudas para Playboy.

          En este contexto de la libertad de expresión también debemos ubicar uno de los temas de mayor discusión en los medios de comunicación: la excomunión del Padre de la Patria, cura Miguel Hidalgo. Desde hace tres años en diversos foros se ha abordado este tema. De hecho, en 2007 el Congreso de la Unión solicitó al Vaticano levantar la excomunión a Hidalgo. En mayo de 2009, el Episcopado mexicano encomendó a un grupo de historiadores, todos católicos, analizar la excomunión de Hidalgo y de Morelos. Ellos concluyeron que los próceres no habían muerto en pecado y solicitaban a la Secretaría de Educación Pública modificar el contenido de los libros de texto. Hubo historiadores que se opusieron a esta petición, lo cual es normal en estos casos, no así las inserciones pagadas en los medios impresos nacionales por la Iglesia de la Luz del Mundo, en los que acusaba a la Católica de distorsionar el hecho histórico con el argumento de que, quien había dictado la excomunión, Abad y Queipo, no contaba con la correspondiente consagración episcopal. Los detractores sumaron a su argumentación seis edictos más firmados por obispos consagrados y con ello aseguraban que los caudillos de la revolución sí habían muerto excomulgados.

  Imagen Estado y Sociedad 2

 
  C.P.

          Lo que llama la atención de todo este alegato es la preocupación de las jerarquías católicas por salvar sólo las almas de dos de los principales próceres de la Independencia, mientras ignoran al resto de los pobres insurgentes, que fueron también excomulgados, y los dejan “retorciéndose en las llamas del infierno”, sin hacer nada para liberarlos de tan espantoso sufrimiento. ¿Podrá la Iglesia católica modifi car los libros de texto, apropiarse de la celebración del 15 y 16 de septiembre y participar como actor de primer orden en la celebración del Bicentenario, salvando así su descrédito histórico?.

          Otro tema de discusión en los medios impresos, no en los audiovisuales, es el derroche para la celebración del “Bicentenario de oropel”. Y es que, de acuerdo con los reportajes publicados en el periódico Reforma de 14 de marzo de 2010, alrededor de dos mil millones de pesos costará la realización de dos eventos para la celebración del 15 y 16 de septiembre: el recinto ferial de la Expo Bicentenario en Silao, el cual sólo funcionará cuatro meses, y el espectáculo de luces con una duración de 10 horas para la Ciudad de México.

 
 
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