tanto del Che como de las
guerrillas latinoamericanas que la izquierda europea
comenzaba a mitificar –y a veces a mezclar en un caos
de ideologías que en Latinoamérica divergían principalmente entre modos de acción rurales y urbanos, ya
fuera que siguieran el modelo de los diarios del Che,
o el de Los condenados de la tierra, de Fanon.
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Alejandro Magallanes |
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El film se mostraba, a través del ensayo de una
orquesta que jamás lograba ponerse de acuerdo –no
por falta de talento, sino de solidaridad y espíritu cooperativo, acompañada a su vez por excesos de virtuosismo individualista–, como una metáfora aguda
de la ingobernabilidad de la joven izquierda italiana
(o europea) –quizás en una alusión directa a las Brigadas Rojas que sembraban el terror en la Italia de
esos tiempos– y del caos de gobernabilidad que esto
producía, pero sin caer en ningún momento en la crítica reaccionaria, sino desde una sátira madura que
no ocultaba que, para estos jóvenes postsesentistas, el
Che se volvía un objeto estético a quien se imitaba en
la indumentaria descuidada más que en la ideología.
La sutileza de la crítica radica precisamente en que ésta no se monta sobre el lenguaje, sino sobre la gestualidad, la escenografía y la música –de Nino Rota–,
prescindiendo casi completamente del diálogo.
Ya en la cinematografía masivo-popular y musical
norteamericana, cuesta reconocer al Che en el personaje que, con la dirección de Alan Parker, interpreta Antonio Banderas. Pero no es difícil reconocer el
camino por el cual se intenta integrar la historia: la
ciudadanía y la preocupación social, diversamente interpretadas, hacen que esa comunión de personajes –Evita y el Che– que para un argentino (tanto si fuera
peronista como si fuera militante de izquierda) resulta chocante, forzada y arbitraria, 2
se vuelva plausible
ante ojos internacionales y, así, Guevara-Banderas es
el admonitorio crítico del accionar progresivamente
fascistizado de Evita.
En la verosímil Buenos Aires filmada en Budapest
por razones de costo,
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el film logra captar tanto la fascinación del mito de Eva como el melodrama sórdido
del resentimiento social que en él se cobija, y los riesgos a los que el sentimiento –y el sentimentalismo– arrastran; esas dos imágenes difíciles de conciliar
para ojos extranjeros, sólo otra legendarización podía
integrarlas y unificarlas críticamente.
Es en ese mito donde el inverosímil Che artístico
se potencia, atemporal, construido sobre una modelización que queda al margen de su liderazgo en la guerrilla cubana, pero respetando su intolerancia ante la
injusticia de la que da cuenta su propia historia; a partir de allí se pueden explorar sintéticamente las aristas de la contradicción ideológica nacional argentina
como para explicarlas a un público foráneo de una
manera accesible y totalizadora, ya que –en la visión
de Parker– Argentina ha parido al Che como al otro
extremo de una ideología revolucionaria.
Desde otro ángulo y probando que la imagen del
Che da para todo –incluso para dedicar el libro explícitamente a “los gusanos”–, aparece el ya mencionado texto de Symmes, que apunta a la búsqueda de un
Che prístino, aún al margen de la guerrilla y del marxismo, en el momento fundante de la constitución de
su realidad histórica y su leyenda política –el mismo
Che que contemporáneamente nos está mostrando el
brasileño Walter Salles en su ya mencionado film Diarios de motocicleta, pero en éste claramente historizado,
incluso a través del modelo de la motocicleta elegida.
Para hallar a ese Che y presentarlo tanto a los cubanos anticastristas de Miami como al gran público
americano, Symmes no sólo sigue en una modernísi
ma moto el mismo itinerario que Guevara recorriera
por Latinoamérica en 1952 con su amigo Alberto Granados en una rudimentaria motocicleta, viaje durante
el que, como se ha señalado repetidamente –y como
se hace evidente en el film de Salles–, surge la conciencia social que caracterizaría sus años futuros, sino
que también, a imitación hiperrealista de los jóvenes
de entonces, produce un diario de viaje que funcione
como remake de aquel original que había tenido fines
científico-antropológicos más que hedonistas.
No oculta su objetivo: “Había venido a Sudamérica para encontrar un Guevara juvenil, original, quizás
el hombre joven que precede las diversas incrustaciones de la leyenda, el Ernesto que estaba antes del Che” (p. 25), sólo que parte del extendido prejuicio maniqueísta propio de cierto mainstream norteamericano –la existencia del ser prístino, “preideológico”– y el
transcurso del viaje irá haciéndole descubrir que las
cosas no son tan lineales como encontrar un Che joven, “bueno” e incontaminado ideológicamente, para
oponerlo al lúcido guerrillero de los años futuros.
En su obstinación por encontrar esa figura “original” aun a pesar de los inconvenientes que se le presentan, Symmes contrasta los diarios de Granados y
de Guevara intentando probar que los propósitos de
ambos eran diversos, ya que mientras el primero –Granados, quien organiza el viaje– tenía claros motivos
políticos, el segundo, es decir, el Che, según él, sólo
quería “divertirse un poco”; de este modo, la estatura
política de Guevara se desvirtúa al ser mostrado como
el ingenuo joven pervertido por la ideología ajena.
2
Evita provenía del populismo de derechas, radicalmente
antintelectual y afascistado; el Che, de la intelligentsia profesional
burguesa con lecturas progresistas.
3
La paridad del peso argentino con el dólar en esos días
encarecía absurdamente la filmación en Buenos Aires; eso hizo que
sólo se filmara en Argentina la escena del balcón, y algunas de la
pampa.
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