|
|
|
|
Antonio Chéjov |
|
|
|
|
En la dimensión privada hace hincapié en
el quebranto de los personajes frente a la realidad que
no logran entender y acaba por avasallarlos, en tanto
que el contexto social está representado en los campesinos
pobres, los estudiantes solitarios, los profesionistas
frustrados y los aristócratas abúlicos, habitantes
continuos de estas historias. A mi juicio, Chéjov realizó
así la proeza de plasmar, en el circunscrito espacio
del cuento y a la manera de los pintores impresionistas,
la opresiva atmósfera moral de la época del zar
Alejandro III. Y contra cualquier sospecha de crítica
tendenciosa o partidista, coincidimos con la opinión
de Marc Slonim de que nuestro autor “no es un moralista”.
Por el contrario, la posición que adoptó fue
la de un observador imparcial, atento a las secretas
pulsiones de los seres humanos, siempre iguales pero
diferentes.
Si Poe es la figura emblemática del cuento clásico
o canónico, Chéjov lo es del cuento moderno. El
norteamericano es referencia indispensable del relato
fantástico y de horror, mientras que la indagación
psicológica tiene en el autor eslavo a un ilustrerepresentante. Puestos a cotejar con detenimiento
los respectivos sistemas literarios, encontramos discrepancias
menos obvias que atañen a los temas, los
personajes, el ambiente y la estructura, componentes
indispensables de cualquier relato. En cuanto a sus
ideas concernientes a los elementos esenciales del
cuento, Chéjov no las expuso en términos teóricos a
la manera de Poe. Lo que sabemos de ellas es gracias
a la copiosa correspondencia con amigos, conocidos
y lectores que le solicitaban con frecuencia opiniones
y consejos sobre cuestiones literarias o reseñas críticas
acerca de libros y piezas teatrales de actualidad
en reconocimiento a la autoridad que tenía en estas
materias. Las cartas abundan en detalles acerca de la
composición, el estilo, el diseño de los personajes, las
descripciones de la naturaleza, la preocupación por
prescindir de comentarios accesorios o irrelevantes en
beneficio de la concisión. Asomarnos a esas páginas
personales es algo parecido a entrar en el taller del
escritor para observar de cerca los instrumentos de
trabajo con los que obtuvo la perfección de sus relatos
a fuerza de empecinamiento.
Los cuentos de Chéjov desconcertaron a los lectores
acostumbrados a la línea argumental basada en
la división de las tres unidades tradicionales: planteamiento,
nudo y desenlace, porque a contracorriente
del gusto de la época, él construía la historia con la
anécdota empezada antes del inicio del cuento. Más
que a la exposición de un desarrollo en sentido estricto,
asistimos a la revelación —Joyce la llamará epifanía—
de una situación o momento clave que cambiará
drásticamente la existencia de los personajes antes de
que ellos mismos tomen conciencia del hecho sólo en
apariencia vanal, como sucede en “El beso”. El planteamiento
parece a primera vista bastante convencional:
en la fiesta de una familia burguesa, una dama,
ofuscada por la oscuridad de la habitación donde
acaba de entrar, besa en la mejilla a un desconocido
confundiéndolo con un amigo de la casa. Acto seguido
sale del aposento dejando al hombre atónito. La
equivocación, sin embargo, trastornará en adelante la
vida del hombre, que intentará en vano identificar a la
misteriosa mujer de la cual se ha enamorado.
El virtuosismo de Chéjov consiste en evitar los
acentos dramáticos o los exabruptos patéticos en los
conflictos que enfrentan en silencio hombres y mujeres
reducidos a la única opción de salida: abandonar
la lucha y asumir el fracaso con resignación. Mantener
la sobriedad narrativa es, entonces, una de sus cualidades
sobresalientes de escritor: decir mucho en pocas
líneas y sin recargar los tonos intensos en los momentos
climáticos de la trama. Para ello, Chéjov recurre
a la alusión y la elipsis en vez de emplear la enunciación
directa de los sucesos. Estos procedimientos
dieron origen a cuentos que dan la sensación de estar
inconclusos; es decir, el lector es responsable de decidir
por la solución que mejor le parezca, expuesto a la
sospecha de que el meollo del problema permanecerá
oculto en los intersticios del texto.
Los aportes de Chéjov son inmensos si los estimamos
desde la perspectiva actual. Las estrategias que
captamos en las narraciones del periodo de madurez,
las supieron aprovechar con fortuna Henry James,
Katherine Mansfield, Virginia Wolf, James Joyce (Dublineses
es el ejemplo por antonomasia) y otros autores
cercanos a la sensibilidad del escritor ruso.
El magisterio que ha ejercido en posteriores generaciones
de cuentistas de distintos países y la prueba
fehaciente de que editoriales de prestigio continúen
publicando sus obras por el interés sostenido de los
lectores, justifica el criterio unánime de la crítica al señalar
a Chéjov como el fundador del cuento moderno
considerando las cinco proposiciones básicas que lo
distinguen: 1) limita la omnisciencia del narrador a
favor de la elipsis y la alusión; 2) elimina el suspenso
como requisito indispensable de la trama; 3) excluye
la acción en beneficio de la densidad psicológica de
los personajes; 4) desplaza la descripción detallada de
cuño realista por la proyección simbólica latente en
el paisaje, los objetos o los motivos literarios articulados
a la trama; y 5) omite los mensajes evidentes para
atraer al lector hacia los detalles minúsculos que son
a la postre los verdaderamente significativos. La validez
de estos principios estratégicos no ha sucumbido
al avasallador impacto de la posmodernidad, y esta
permanencia en el tiempo hace de Chéjov nuestro
contemporáneo.
A Poe y Chéjov el cuento les debe haber alcanzado
el mismo rango de la novela, con sus alardes técnicos
y sus frecuentes metamorfosis, acomodándose a
las necesidades expresivas de cada autor y a los vaivenes
de cada época. Estatuidos los criterios que rigen
el acto de contar, el cuento quedaba así “legitimado”en el consenso de los géneros estimados de prestigio, como la novela, la poesía y el teatro.
|