|
|
|
|
Julio Cortazar |
|
Cortázar, desde luego, introdujo en sus relatos
elementos muy suyos. La función social a la que hice
mención, verbigracia, concierne al papel reactivador
que le toca cumplir a la literatura en el entorno que
la ha propiciado, estimulando en los lectores la curiosidad
y la apertura hacia una “segunda realidad” que
lo incite a la acción, a desprenderse de la pegajosa tela
de araña de la rutina. Acorde con este propósito, el
fantástico cortazariano lejos de invocar mundos alternos,
finca su razón de ser en la realidad cotidiana del
hombre común. Por eso los artilugios fantásticos pertenecen
a la esfera de los objetos conocidos: puertas,
ventanas, puentes, escaleras, cristales, fotos, peceras.
Son vías de acceso a otra dimensión más profunda e
inquietante que la triste, opaca e insulsa cotidianidad.
De ahí que Cortázar insista en un “fantástico abierto”
que obligue al lector a involucrarse en las peripecias
del relato y le permita ver el mundo con ojos asombrados,
hacerle entender que no hay una sino muchas
realidades.
Recordemos, a propósito de las intenciones de
Cortázar, que la preocupación de implicar a los receptores
en la lectura la comparten todos los practicantes
del género, prueba reciente son los comentarios
de Sergio Pitol vertidos en El mago de Viena (2005) a
propósito de Chéjov: “El cuento moderno —dice— a
partir de Chéjov, tenga o no un final preciso, requiere
la participación del lector, éste no sólo se convierte
en un traductor sino también en un partícipe, es más,
un cómplice del autor” (el subrayado es mío). El lector,
entonces, es parte de la estructura de los textos breves,
pues le compete llenar los vacíos de información que
el autor implícito ha dejado a la perspicacia de cada
quien. El virtuosismo de Cortázar radica precisamente
en permitir la libre discusión del significado de sus
cuentos, que por eso asimilan varias interpretaciones
a la vez y dan pie a múltiples acercamientos críticos.
Ahí están para corroborarlo “Casa tomada”, “Reunión
con un círculo rojo”, “Historia con migalas”,
“La puerta condenada”, “Axolotl”, “La noche boca
arriba”, “Las babas del diablo”…, muestra mínima
de la vasta bibliografía del gran cronopio.
Por lo que se ha visto, y pese a las heterogéneas
tendencias literarias cultivadas por los cuentistas, todos
coinciden en aseverar que la intervención del lector es
fundamental en la medida en que es pieza indispensable
de los engranajes del cuento e instancia imprescindible
donde éste cumple y define su destino.
Desde Horacio Quiroga los narradores hispanoamericanos
han creado un genuino arte de contar,
resultado de la constante búsqueda de formas
de expresión legítimas. Es cierto que hay invariantes
de construcción que pertenecen a la naturaleza del
cuento, como la brevedad, la exactitud enunciativa y
la tensión sostenida, pero también es verdad que los
continuos hallazgos técnicos y la diversidad temática
demuestran sin titubeos la dinámica del género. A falta
de espacio me conformo con resumir, por lo menos,
cinco atributos del cuento hispanoamericano actual
vistos de pasada en estas notas: 1) argumento bifurcado
en dos historias paralelas que convergen en el
desenlace; 2) ambigüedad de los personajes y de las
acciones que desempeñan; 3) vacíos de información;
4) diversidad de procedimientos constructivos; 5) final
abierto para la intervención del lector.
A despecho de la indiferencia que muestran por la
narrativa corta algunos investigadores de la literatura,
el cuento ha llegado a tan alto grado de complejidad
que está a la par de la novela. Razón suficiente para
insertar a manera de epígrafe el comentario de García
Márquez que preside esta microhistoria.
En las páginas precedentes me he mantenido apegado
a la noción de que el cuento no es una invención
reciente, caprichosa o efímera, producto de la moda
y las exigencias del gusto. Tampoco juego gratuito de
la fantasía, carente de compromiso y valor estético.
Es algo más: comunión con la colectividad. Según
se ha podido ver, su abolengo llega hasta épocas remotas
y continuará acompañando a los hombres en
sus incesantes avatares. De ahí que la expresión coloquial: “Es cuento de nunca acabar”, utilizada para
designar hechos que siempre están repitiéndose sin
ninguna variación, tenga una connotación diferente
si le cambiamos el sentido con que solemos usarla,
aplicándola a la idea de que con dicha frase también
podemos aludir a la permanencia en el tiempo de la
voluntad de contar, que está en perpetuo movimiento
gracias a los incesantes estímulos que nutren a la
imaginación.
*Crítico y antologador. Maestro en Letras
Españolas por la Universidad Veracruzana con postgrado
en literatura polaca por la Universidad de Varsovia. Fue
director de La Palabra y el Hombre.
|