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Jorge Luis Borges |
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Me conformo con enunciar dos
de sobra conocidas: el cuento-ensayo, donde conjunta
dos géneros en apariencia disímiles, y la trama bifurcada,
donde hay dos historias entrelazadas: una visible,
otra sigilosa u oculta. En el primer caso, Borges
omite la diferencia genérica para fundir en un solo
texto dos posibilidades argumentativas; en el segundo,
la verdadera diégesis no es la que captamos de
primera intención sino la que emerge en el desenlace
del cuento para desconcierto y sorpresa del lector.
Respecto a esto último, cito algunos títulos consagrados: “El sur”, “Las ruinas circulares”, “La forma de la
espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “Abenjacán
el Bojarí, muerto en su laberinto”.
Son obras insuperables que han cambiado la
concepción del cuento y la percepción del lector,
acostumbrado a mantener distancia o recelo hacia
la literatura. Los cuentos de Borges, por el contrario,
exigen la completa entrega de quien los lee para descifrar,
aunque sea en parte, el contenido polisémico de
los mensajes que ocultan.
Encapsulados en los dogmatismos ideológicos, los
intolerantes pasaron inadvertida la universalidad de
Borges. Víctimas de la estrechez mental y la falta de
sensibilidad literaria, no comprendieron que con él
concluía el servilismo a un lenguaje anacrónico, afecto
a los formulismos y a la adjetivación recargada, y
despuntaba la creación de un idioma innovador e ilimitado
hasta entonces desconocido en los dominios
de la prosa, salvo las contadas excepciones de Alfonso
Reyes, Macedonio Fernández y Pablo Palacio. Ahora
sabemos que Borges se adelantó a la literatura posmoderna
con los originales recursos que usó en la concepción de sus cuentos, en los cuales encuentro seis
puntos esenciales: 1) disolución de las fronteras entre
los géneros literarios; 2) articulación de dos historias,
la expuesta y la soterrada; 3) conformación del relato
mediante procedimientos intertextuales, intratextuales,
metaficcionales y metaliterarios; 4) cancelación
de los códigos del realismo por la apertura irrestricta
hacia lo fantástico; 5) reformulación de la literatura
en cuanto artificio del lenguaje; y 6) transformación
del personaje “individual” en arquetipo de índole
atemporal.
Los rasgos anotados padecerán cambios, revestimientos
y transformaciones en los cuentistas sucedáneos,
sean o no practicantes de lo fantástico, sin
demérito del modelo que los fraguó. Antes bien, enriqueciendo
los hallazgos recibidos. Esta continuidad
fecunda es una demostración palpable de que el magisterio
de Borges es iterativo como los sueños recurrentes
de los magos de “Las ruinas circulares”.
Deseo concluir esta microhistoria haciendo un comentario,
a manera de cierre, sobre Julio Cortázar
(1914-1984), a quien le debemos el iluminador ensayo
titulado: “Algunos aspectos del cuento”, donde expone
no sólo “la dirección y el sentido” de su arte sino
una poética inspirada, según precisa, en “la certidumbre
de que existen ciertas constantes, ciertos valores
que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas,
dramáticos o humorísticos”. El trabajo mencionado
circuló por primera vez en la revista Casa de las
Américas, de Cuba, en el número doble 15-16 de febrero
de 1963. Atenidos a la fecha de redacción, 1962,
el ensayo apareció treinta años después de “El arte
narrativo y la magia”, en los inicios de la revolución
cubana. Es decir, en una situación histórica contraria
a la que prevalecía en los años en que Borges desconfiaba
de los métodos del realismo y los cuestionaba.
Sin embargo, el cambio radical de las circunstancias,
y el hecho de que Cortázar hubiera escrito el texto
para una conferencia que dictó en un auditorio repleto
de jóvenes revolucionarios, no invalidó en sustancia
las ideas que Borges avisoraba acerca de la autonomía
literaria. A decir verdad, las precisó y profundizó, remitiéndose
a lo largo de la disertación a la práctica
personal de escritor como soporte de sus argumentos.
Éstos atañen a la estructura del cuento y al desempeño
de la literatura en la sociedad, función que
Borges soslayaba. De acuerdo, pues, con los lineamientos
trazados en el ensayo aludido, son tres los “elementos invariables” en los cuentos de cualquier
tendencia: significación, intensidad y tensión. Palabras más
palabras menos, caben en dichos términos las poéticas
que he venido comentando. La significación, por
ejemplo, atañe a la repercusión de un cuento en la
sensibilidad y la mente del lector por encima de los
estrechos márgenes que constriñen la minúscula historia
contada. La intensidad, en cambio, concierne a
la depuración de comentarios innecesarios, detalles
accesorios o vocablos superfluos que entorpezcan el
avance de la intriga y obstruyan el efecto ostensible o
encubierto del cuento. En consecuencia, la tensión es
el acercamiento gradual a la intención clave que recorre
el trasfondo de la narración. Para conseguirlo, el
narrador debe suprimir a cualquier precio digresiones
que anulen o debiliten la atmósfera que el cuento va
propiciando.
Las constantes advertidas por Cortázar sintetizan
o recapitulan los razonamientos de las poéticas
de Poe, Chéjov, Quiroga y demás cuentistas que han
reflexionado sobre los principios estructuradores que
intervienen en la constitución del género. Por tanto, si
confrontamos las sucesivas poéticas difundidas desde
las consideraciones teóricas de Poe, confirmamos que
hay opiniones coincidentes respecto a que el cuento
es un sistema codificado con leyes propias que definen
su peculiar naturaleza dentro de otros discursos
literarios. Mientras que las diferencias pertenecen a
un orden distinto: corresponden al orbe imaginario de
cada escritor y a la forma de transmitirlo. Empero, los
mecanismos esenciales del cuento, permanecen.
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