ESTADO Y SOCIEDAD
El liberalismo mexicano hoy*
Héctor Aguilar Camín
Héctor Aguilar Camín. Novelista e historiador. Su
novela más conocida es La guerra de Galio, Editorial Cal y
Arena, (1990). Ha escrito además las siguientes novelas:
Morir en el Golfo, Editorial Océano, México, 1980;
La decadencia del dragón, 1983; El error de la luna, Alfaguara,
1995; y la novela corta Mandatos del corazón (2003). En 1998
obtuvo el Premio de Literatura Mazatlán por su libro Un
soplo en el río. En la actualidad es uno de nuestros analistas
políticos e historiadores más destacados.
Me honra la invitación a ocupar este espacio de la
Cátedra Jesús Reyes Heroles de la Universidad Veracruzana.
Si de alguien hemos aprendido los mexicanos que
la política es el arte de lo posible y lo posible el arte
de la reforma, es de este veracruzano ilustre, de altos
vuelos intelectuales y vastos recursos prácticos. Reyes
Heroles fue una mezcla difícil de lograr: la del bien
pensar y del bien hacer. Un hombre poseído por el
doble demonio del pensar y el realizar. Quizá nadie
exploró el legado del liberalismo mexicano y, en general,
de la historia de México, con fi nes tan pragmáticos
como Jesús Reyes Heroles. Quería aprender de la
historia para gobernar el presente; en particular, quería
reabrir algunos cauces liberales en la deriva más
bien antiliberal del nacionalismo revolucionario y del
presidencialismo mexicano de la era del PRI, es decir, de su propia era. Hizo lo que pudo, y no fue poco.
Abrió las rendijas de la reforma política de 1978, por
donde se coló en las décadas siguientes la marejada
incontenible, pero pacífi ca, porque fue reconocida a
tiempo, de la aspiración democrática del país.
Me pregunto qué diría Reyes Heroles de lo que
pasa hoy en nuestra vida pública y qué balance haría
de la democracia mexicana. Creo que diría: “Ya
está claro que la democracia no arregla nada, salvo
lo que arregla la democracia”. Y yo pensaría, una vez
más, que tiene razón. La democracia sirve para lo que
sirve, para lo demás no sirve. Digo esto porque se ha
puesto de moda el desencanto por la democracia, en
gran parte porque se le pide a la democracia cosas
que ésta no da: crecimiento económico, empleo, equidad
social. La democracia no da eso. Da libertades
públicas y competencia política, y es bastante.
Me han sugerido como tema para esta ponencia,
y yo he aceptado con gusto, hacer una refl exión
sobre el liberalismo y sus asignaturas pendientes en el
México de hoy. Son unos apuntes, nada más, y así los
someto a su consideración.
Empezaré por el principio, es decir, por el fi nal de
José María Luis Mora:
En las últimas páginas del primer libro de Charles
Hale, dedicado al liberalismo mexicano, he leído
la triste historia del desencuentro fi nal de José María
Luis Mora, el más infl uyente de los liberales mexicanos
de su tiempo, con la época de la nación. Mora
sale del país en 1834, al caer el gobierno liberal de
Valentín Gómez Farías. Muere en el exilio voluntario,
en compañía de su fi el sirvienta mexicana, luego de haber cumplido la última encomienda pública
de representar a México ante la corte de Inglaterra;
solo y pobre, “en el último peso”, asumió este cargo
salvador, facilitado por un gobierno liberal de México,
pero la tuberculosis que lo perseguía lo obligó a
buscar mejores climas que las nieblas de Londres, de
modo que se fue a las brumas de París, donde murió
un 14 de julio de 1850. Su biógrafo y amigo, Bernardo
Couto, escribió de él: “su vida (…) corrió toda en
pena y amargura del corazón, pues pocos hombres
han probado menos la paz y el contentamiento del
alma”. El desencuentro de Mora con los tiempos de
su país es un buen símbolo del desencuentro del liberalismo
con la historia de México, mejor dicho, de
su encuentro azaroso, reincidente, contrahecho y, sin
embargo, triunfal.
Pocas teorías políticas habrán tenido más penas
de adaptación, menos “paz y contentamiento del
alma” por verse cumplidas que las del liberalismo en
tierras mexicanas. Origen es destino, dice Freud, y el
origen del liberalismo mexicano es el de un trasplante
en seco a tierras poco propicias, mal abonadas por
la historia para el fl orecimiento de la semilla liberal,
tierras largamente colonizadas, en realidad, por robustos árboles de la cepa contraria. Los principios del
liberalismo, como los del federalismo norteamericano,
eran cosa extraña en México. Lo nuestro era el
régimen monárquico, el pactismo medieval con su cadena
de fueros y corporaciones, la unidad de la Iglesia
y el Estado, y la negociación hacia arriba. Todo iba a
la Corona en busca de concesiones y mercedes y todo
venía de la Corona, igual que hace unas décadas todo
iba y venía del presidente, y ahora todo va y viene del
gobernador.
Pero el liberalismo es contra la Corona y contra
la religión, es decir, contra los poderes absolutos y
contra las creencias obligatorias que oprimen o constriñen
las libertades del hombre. El liberalismo es a
favor de las libertades individuales de conciencia, de
conducta, de propiedad, de comercio y de actividad
económica. Todo lo que favorece estas libertades es
liberal, lo que las frena es iliberal o antiliberal.
* Conferencia para la cátedra Jesús Reyes Heroles, dictada
el 19 de octubre del 2007, en la Universidad Veracruzana, en la
ciudad de Xalapa, Veracruz.
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