El refrán que dice “Una imagen vale más que mil
palabras” pareciera haber sido inventado para acompañar la explicación, espada de doble filo que un pintor podría blandir para justificar la primacía de su
arte, y sin embargo, si volteamos la sintaxis a “Una palabra vale más que mil imágenes” descubrimos que el
poeta haría lo suyo. La paradoja nos da luz: en ambas
oraciones el primer término se establece como analógico mientras que el segundo resulta digital: cuando
la palabra ordinaria se transforma en palabra poética
también allí encontramos el conocimiento analógico.
Otro refrán que viene al caso es: “Obras son amores y
no buenas razones”. En nuestras conductas cognoscitivas se aprecia una separación del mundo y del flujo
de la vida. A diferencia de culturas no occidentales,
buena parte de nuestra praxis no participa en los procesos vitales, quedando reducida al automatismo de lo fisiológico, lo involuntario inconsciente, así como a la
expresión artística y las artesanías.
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Carlos Apango: Werehorse |
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Como ha quedado dicho, su acercamiento es crítico y por eso tantos aspectos negativos parecieran
extremistas o unilaterales. Queda claro que el foco
de su atención es la ciencia como la entendemos actualmente y toda su injerencia en la vida diaria. Aquí
presento un pasaje que concentra buena parte de sus
insistencias:
El problema es que en la actualidad toda esta
constelación de factores –la manipulación tecnológica del ambiente, la acumulación de capital
basada en ella, nociones de la salvación secular que se nutrían mutuamente– aparentemente ya
ha extinguido sus posibilidades. En particular el
paradigma científico moderno ha llegado a ser
tan difícil de mantener a fines del siglo XX como
lo fue sostener el paradigma religioso en el siglo
XVII. El colapso del capitalismo, la disfunción generalizada de las instituciones, la repulsión que
produce la expoliación ecológica, la incapacidad
creciente de la visión científica del mundo para
explicar cosas que realmente importan, la pérdida de interés en el trabajo, y el alza estadística
de la depresión, la angustia y la psicosis son todos
partes de un todo (p. 22).
Es cierto que así quedarían fuera muchas consideraciones positivas; Occidente no es únicamente eso.
Berman está consciente de ello y más allá de que la
crítica nos lleve a la anulación de lo conseguido, lo
que obliga es remontar. Pienso en primera instancia
en las valiosas aportaciones de la literatura y el arte
de nuestra cultura moderna, incluyendo por supuesto
sus potencialidades cognitivas y que el propio autor
reconoce de manera intermitente e implícita a lo largo de su libro, particularmente hacia el final del capítulo “Eros Recobrado”:
La Edad Media entera no produjo un escultor
como Miguel Ángel, un pintor como Rembrandt,
un dramaturgo como Shakespeare o un científico
como Galileo; y en meros términos de volumen
de creatividad, la comparación resulta aún más
dramática. Sin embargo, el punto crucial según
[Robert] Bly es que la “maravillosa luminosidad” ha llegado a sus límites. Se ha convertido en un
resplandor hostil, en una bola de fuego quemante
que, como lo intentó sugerir Dalí, incluso derrite
los relojes en un árido paisaje desértico (p. 186).
De cualquier manera, lo que conviene a partir del camino recorrido junto con Berman es poner el dedo
en la llaga para que aquellos otros aspectos, los favorables, no desaparezcan para siempre jamás, y el mundo sea reencantado. Así, el cambio de conciencia que
propone comprende una visión holística participativa
y una metafísica futura decantadas principalmente en
sus aspectos intelectivos de las ideas que Gregory Bateson expuso en trabajos como Pasos hacia una ecología
de la mente y Mente y espíritu, entre otros.
REVISITACIÓN A LA PALABRA ARTE
En las propuestas de la nueva biología, la biosemiótica,
el pensamiento complejo, la transdisciplinariedad y la
teoría de sistemas, se presentan con asiduidad ejemplos como compensaciones poiéticas que mantienen el
frágil equilibrio entre nuestra pulsión cognitiva-creativa y la inercia de las maneras dictadas. La visión que
se ofrece frente a la escisión arte/ciencia se inclina
por la reconciliación; los límites perimetrales entre
disciplinas, vocaciones y cualquier otra tipificación de
procederes cognitivos pierden su rigidez centenaria.
La tarea vislumbrada tiene que ver al mismo tiempo
con transformar, conservar y hacernos presentes con
nuestros actos cargados de inventiva y creatividad.
Por mucho tiempo el arte se tuvo como una dimensión separada del individuo cotidiano. Tal concepción
solía ser reforzada tanto por artistas e historiadores
como por la asunción acrítica de los “laicos”. Ahora,
Arthur C. Danto habla del arte poshistórico y George
Steiner propone la era de la pospalabra. Después de la declaración del fin del arte, habrá que encontrar
el justo lugar de las artes y los artistas, compartir la
emoción sentida de darnos cuenta que ese justo lugar
se halla tan cerca y tan dispuesto a ser ocupado como
esos ángeles de Win Wenders cuyo aliento percibimos
de vez en cuando por encima del hombro.
Se oye decir que debemos hacer a un lado el término arte por su carga elitista y autosuficiente, además
de la cercanía con tékhne, que lo reduce. Hay quienes
prefieren recobrar la acepción de la poiesis griega que
abarca a la vida de una manera más amplia. En Platón,
por cierto, ambos son términos que andan zumbando
juntos alrededor de la misma flor. Esta es una de las
razones que me mueven a preguntar si el cuestionamiento a la palabra no es más bien el cuestionamiento
a las costumbres.
EL RAPTO COMO MANERA DE CONOCER
Entre otras cosas, la mirada de Berman en su libro se
dirige a la diferenciación habitual que se hace entre
dos maneras distintas de conocer, una de ellas validada como primordial para acceder a la verdad:
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