Núm. 15 Tercera Época
 
   
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JOSÉ LUIS CUEVAS
BESTIARIO IMPURO
 
 
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          El refrán que dice “Una imagen vale más que mil palabras” pareciera haber sido inventado para acompañar la explicación, espada de doble filo que un pintor podría blandir para justificar la primacía de su arte, y sin embargo, si volteamos la sintaxis a “Una palabra vale más que mil imágenes” descubrimos que el poeta haría lo suyo. La paradoja nos da luz: en ambas oraciones el primer término se establece como analógico mientras que el segundo resulta digital: cuando la palabra ordinaria se transforma en palabra poética también allí encontramos el conocimiento analógico. Otro refrán que viene al caso es: “Obras son amores y no buenas razones”. En nuestras conductas cognoscitivas se aprecia una separación del mundo y del flujo de la vida. A diferencia de culturas no occidentales, buena parte de nuestra praxis no participa en los procesos vitales, quedando reducida al automatismo de lo fisiológico, lo involuntario inconsciente, así como a la expresión artística y las artesanías.

   
 

Carlos Apango: Werehorse

 

          Como ha quedado dicho, su acercamiento es crítico y por eso tantos aspectos negativos parecieran extremistas o unilaterales. Queda claro que el foco de su atención es la ciencia como la entendemos actualmente y toda su injerencia en la vida diaria. Aquí presento un pasaje que concentra buena parte de sus insistencias:

El problema es que en la actualidad toda esta constelación de factores –la manipulación tecnológica del ambiente, la acumulación de capital basada en ella, nociones de la salvación secular que se nutrían mutuamente– aparentemente ya ha extinguido sus posibilidades. En particular el paradigma científico moderno ha llegado a ser tan difícil de mantener a fines del siglo XX como lo fue sostener el paradigma religioso en el siglo XVII. El colapso del capitalismo, la disfunción generalizada de las instituciones, la repulsión que produce la expoliación ecológica, la incapacidad creciente de la visión científica del mundo para explicar cosas que realmente importan, la pérdida de interés en el trabajo, y el alza estadística de la depresión, la angustia y la psicosis son todos partes de un todo (p. 22).

Es cierto que así quedarían fuera muchas consideraciones positivas; Occidente no es únicamente eso. Berman está consciente de ello y más allá de que la crítica nos lleve a la anulación de lo conseguido, lo que obliga es remontar. Pienso en primera instancia en las valiosas aportaciones de la literatura y el arte de nuestra cultura moderna, incluyendo por supuesto sus potencialidades cognitivas y que el propio autor reconoce de manera intermitente e implícita a lo largo de su libro, particularmente hacia el final del capítulo “Eros Recobrado”:

La Edad Media entera no produjo un escultor como Miguel Ángel, un pintor como Rembrandt, un dramaturgo como Shakespeare o un científico como Galileo; y en meros términos de volumen de creatividad, la comparación resulta aún más dramática. Sin embargo, el punto crucial según [Robert] Bly es que la “maravillosa luminosidad” ha llegado a sus límites. Se ha convertido en un resplandor hostil, en una bola de fuego quemante que, como lo intentó sugerir Dalí, incluso derrite los relojes en un árido paisaje desértico (p. 186).

De cualquier manera, lo que conviene a partir del camino recorrido junto con Berman es poner el dedo en la llaga para que aquellos otros aspectos, los favorables, no desaparezcan para siempre jamás, y el mundo sea reencantado. Así, el cambio de conciencia que propone comprende una visión holística participativa y una metafísica futura decantadas principalmente en sus aspectos intelectivos de las ideas que Gregory Bateson expuso en trabajos como Pasos hacia una ecología de la mente y Mente y espíritu, entre otros.

REVISITACIÓN A LA PALABRA ARTE

En las propuestas de la nueva biología, la biosemiótica, el pensamiento complejo, la transdisciplinariedad y la teoría de sistemas, se presentan con asiduidad ejemplos como compensaciones poiéticas que mantienen el frágil equilibrio entre nuestra pulsión cognitiva-creativa y la inercia de las maneras dictadas. La visión que se ofrece frente a la escisión arte/ciencia se inclina por la reconciliación; los límites perimetrales entre disciplinas, vocaciones y cualquier otra tipificación de procederes cognitivos pierden su rigidez centenaria. La tarea vislumbrada tiene que ver al mismo tiempo con transformar, conservar y hacernos presentes con nuestros actos cargados de inventiva y creatividad.

           Por mucho tiempo el arte se tuvo como una dimensión separada del individuo cotidiano. Tal concepción solía ser reforzada tanto por artistas e historiadores como por la asunción acrítica de los “laicos”. Ahora, Arthur C. Danto habla del arte poshistórico y George Steiner propone la era de la pospalabra. Después de la declaración del fin del arte, habrá que encontrar el justo lugar de las artes y los artistas, compartir la emoción sentida de darnos cuenta que ese justo lugar se halla tan cerca y tan dispuesto a ser ocupado como esos ángeles de Win Wenders cuyo aliento percibimos de vez en cuando por encima del hombro.

           Se oye decir que debemos hacer a un lado el término arte por su carga elitista y autosuficiente, además de la cercanía con tékhne, que lo reduce. Hay quienes prefieren recobrar la acepción de la poiesis griega que abarca a la vida de una manera más amplia. En Platón, por cierto, ambos son términos que andan zumbando juntos alrededor de la misma flor. Esta es una de las razones que me mueven a preguntar si el cuestionamiento a la palabra no es más bien el cuestionamiento a las costumbres.

EL RAPTO COMO MANERA DE CONOCER

Entre otras cosas, la mirada de Berman en su libro se dirige a la diferenciación habitual que se hace entre dos maneras distintas de conocer, una de ellas validada como primordial para acceder a la verdad:

 
 
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