¿Qué podemos entonces concluir de estos hechos
y consideraciones? ¿Despliega el macho sus encantos con tanta pompa y pique sin ningún propósito? ¿Tenemos justi? caciones suficientes para
creer que la hembra acepta los coqueteos y escoge
al macho que a ella le atrae mayormente? No es
probable que ella delibere conscientemente, pero
sí puede ser que se sienta atraída o excitada por
el pájaro más hermoso, o el más melodioso, o el
más galante. Tampoco debemos suponer que la
hembra estudia cada raya o mancha de color, por
ejemplo que la pava real admire cada detalle de la
espléndida cola del pavorreal… Sin embargo, después de escuchar cómo el macho faisán de Argus
cuidadosamente luce las elegantes plumas de sus
alas llenas de diminutas manchas con círculos en
varios tonos, erigiéndolas en la posición correcta
para conseguir el mayor efecto; o bien, otra vez,
cómo el gorrión macho exhibe alternativamente
sus alas doradas con manchas como estrellas, en
fin, después de escuchar todo esto, nosotros no
debemos sentirnos tan seguros de que la hembra
no ponga atención a estos detalles de belleza. Podemos juzgar, como se ha venido remarcando, que
existe el ejercicio de una selección sólo si establecemos una analogía con lo que pasa por nuestra
propia mente y si pensamos que el poder mental
de los pájaros, excluida la razón, no difiere fundamentalmente del nuestro.
Tras haber evitado meticulosamente las comparaciones a lo largo de cientos de páginas llenas de detalles
ornitológicos, el libro completo fluye hacia lo que podríamos llamar la vida salvaje. La belleza y la melodía,
el despliegue de galantería y elegancia, así como la
elección femenina del macho; todo esto, se afirma, es tan parte de la naturaleza como poner huevos. Y al
final hay una firme insistencia: estamos en el mismo
continuo mental que los faisanes y los pavorreales. Se
ha evitado la analogía y, de repente, la más perturba-
dora analogía de todas se afirma triunfalmente y sin
pedir disculpas: ellos son nosotros y nosotros somos
ellos. Este es el método de Darwin: una aparente y
modesta fidelidad a la simple acumulación de hechos
cristaliza abruptamente en una visión del mundo.
Llamar novelística a esta actitud no es afirmar un
parecido cosmético; es observar lo íntimamente unidas que pueden estar la narración de una historia y la
búsqueda de la verdad. Tanto Trollope como Darwin
trabajan en un estilo que se mofa de lo épico: los actos de criaturas pequeñas, humildes y cómicas, de
archidiáconos y gusanos, son utilizados no sólo para
ilustrar los trabajos heroicos y cósmicos, sino también
para mostrar que éstos son un aspecto de ellos mismos. El Barchester de Trollope es un pueblito, pero
los actos de sus habitantes no son pequeños, pues toda
clase de pasión, tragedia y angustia puede encontrarse dentro de estas estrechas comarcas provincianas. El
doctor Grantly es un héroe griego y la señora Proudie
es tan grandiosa como Clitemnestra si les ponemos la
atención correcta. Los campos ingleses son pequeños
y sus criaderos de perros son acogedores, pero para
Darwin contienen las claves de toda la creación. La
delicia que encontramos en el trabajo de ambos es la
vastedad del cosmos en una bolsa de té. (El propio
lema de cauto empirismo que utilizaba Darwin: “Sólo
se logra algo por medio de la persistencia y la tenacidad”, corresponde a un personaje de The Last Chronicle
of Barset [La última crónica de Barset]).
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No obstante,
el exceso de empirismo nunca se queda en una inundación de datos, Darwin poseía el don de cualquier
buen novelista de hacer que la historia parezca avanzar gracias únicamente a las descripciones. La trama
parece crecer a partir de simples observaciones y no
algo impuesto por la voluntad del escritor aunque en
realidad la trama existió primero, como generalmente sucede.
Gillian Beer, en su influyente estudio (Las tramas de Darwin), publicado en 1983,
identifica ciertas ideas básicas acerca de la variación,
el propósito y el desarrollo que Darwin aprendió de
los filósofos que lo precedieron y que compartió con
los novelistas de su tiempo. Nadie que haya leído
el libro de Beer puede volver a leer Middlemarch sin
considerar esta novela como una especie de espejo o
aplicación práctica de El origen de las especies. Darwin y George Eliot eran amigos y en una ocasión, por curiosidad, asistieron juntos a una sesión espiritista. La
escritura de Darwin, como buena parte de la de Eliot,
toma argumentos especulativos y los hace parecer un
registro de datos empíricos. No obstante, el hombre
que escribió los cuadernos de notas, con sus airadas
provocaciones, continúa asomándose incluso en el
trabajo de la eminencia de largos bigotes. La habilidad de Darwin para parecer piadoso al tiempo que
intenta demoler toda piedad puede observarse en su
forma más acabada cuando escribe la que podría ser
la oración más explosiva en inglés, que aparece en
el último capítulo de El origen del hombre…: “Así, nos
enteramos de que el hombre desciende de un cuadrúpedo peludo provisto de una gran cola y con orejas
paradas, probablemente con hábitos arbóreos y habitante del Viejo Mundo”.
Hoy día esta oración nos dejaría perplejos por su
audacia, y sabemos cuál fue su efecto en 1871. Sin embargo, no nos queda sino admirar lo armoniosamente
situada que está dentro del libro, tras cientos de páginas con detalles acerca de la selección natural, de las
colas de los pavorreales y los bigotes de los mamíferos,
gracias a lo cual no es presentada como una tesis que
necesita demostración, pese a que eso es exactamente
lo que era, sino como una conclusión que se impone
inexorablemente al autor. Y luego está el malicioso
uso de las palabras: lo “peludo” del cuadrúpedo –innecesario para el argumento que se quiere ofrecer,
pero necesario para crear una imagen perturbadora–; la dinamita implícita en el uso de esa cola y de
esas orejas paradas con su específica invocación a lo
diabólico, así como el uso del verbo doméstico “provisto”.
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Existen, por supuesto, miles de maneras en que
esa oración podría haber sido escrita para minimizar
el daño a los creyentes, por ejemplo: “Estos primates,
cercanos en organización y estructura al hombre, pueden haber tenido sus primeros orígenes entre los
cuadrúpedos nativos del Viejo Mundo que vivían en
árboles”. No obstante, una década después de El origen de las especies escribe, en cambio, la oración-mortero la
oración que haría el menor ruido al salir pero el máximo daño al llegar a su objetivo. He ahí a tu abuelo: en
cuatro patas, con orejas paradas y la cola balanceándose entre las ramas.
6
La frase es “It is dogged as does it” y la pronuncia Isabella,
un personaje de Trollope. [N. de la T.]
7
En inglés To furni sh, proveer y abastecer el hogar. [N. de la T.]