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héctor vicario |
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A medida que damos vuelta a las páginas, notamos que Darwin, el más grande sabio victoriano, no
escribe como un sabio victoriano sino como un novelista victoriano. La retórica seudobíblica y las empañosas imprecaciones tan gustadas por los genios de
temperamento más o menos reaccionario como Ruskin o Carlyle, están ausentes de su trabajo, y tampoco
encontramos en él la fuerza parlamentaria y politizante de los escritores que podríamos considerar de
sensibilidad progresista, como Macaulay y Arnold. La
prosa de Darwin es tranquila y exacta y, a su manera,
ingeniosa, llena de humor, sin aforismos, aunque dispuesta a hablar de pequeñas cosas y llegar a grandes
conclusiones; está más cercana a la prosa de George Eliot y Anthony Trollope que a la de sus defensores
contemporáneos, como T. H. Huxley y John Tyndall.
Por lo tanto, Darwin tuvo el mismo problema de cualquier novelista cuando se sentaba a escribir: ¿cómo re-conciliar las infinitas variaciones del mundo natural
con una serie de patrones de organización? “La variación en estado doméstico”, título del primer capítulo
de El origen de las especies, podría ser también el título
de las obras completas de Eliot, del mismo modo que
bajo el nombre “La Selección en relación al sexo” podrían reunirse las obras de Trollope.
El asunto que Darwin intenta hacer explícito a través de los ejemplos de sus perros de exhibición y sus
pájaros, aunque no demuestra directamente su tesis,
la ilustra de manera brillante. Si un lobo puede transformarse en un gran danés o en un perro pequinés a
través de la cruza selectiva en un marco temporal muy
corto y por medios tan sencillos y fáciles de dominar
que pueden ser observados y puestos en práctica por
gente analfabeta, entonces seguramente la naturaleza,
que actúa en una escala mucho mayor, puede producir transformaciones aún más dramáticas; por ejemplo, de mono en hombre. De manera parecida, si una
clase de paloma puede llegar a convertirse en todas
las especies de palomas: mensajeras para entregar el
correo, otras que sólo son bonitas, etc., entonces cierta
clase de animal pudo, con toda certeza, llegar a convertirse en muchas otras bajo la influencia del tiempo
y las presiones de ciertos nichos especializados. En lugar de que el argumento entre por la puerta principal
al templo donde se debate el origen de la tierra y el
destino del hombre, Darwin, con un encogimiento de
hombros y, como si nada, lo hace entrar por la puerta trasera de un establo: ¿sabemos realmente lo que
pasa cuando cambian los animales? Sí lo sabemos, nos
dice, y los ejemplos de El origen de las especies son una
prueba. Por ello tal afirmación no es sólo un gesto que
ocupe un par de páginas (“Uno sólo necesita observar
los grandes logros de los criadores de especies domésticas para ver…”), con la intención de apuntar de una
manera muy general hacia una verdad conocida. Por el
contrario, Darwin nos ofrece una demostración compleja y exhaustiva de cómo funciona la domesticación
de animales y la crianza de éstos; una demostración
hecha por alguien que ha participado en el proceso
y que ha tenido un contacto cercano con los pájaros y
los huevos. Aprendemos infinidad de detalles acerca
de la manera en que los criadores de palomas trasmutan a éstas y de cómo varía el ganado de acuerdo con
los pastos en que se cría. Su completa inmersión en
este campo lo capacita no sólo para desarrollar profusamente su argumento más importante, sino también
para exponer un punto crítico que podría parecer
secundario: aun cuando los criadores domésticos no
estén tratando de modificar su ganado, éste variará
de todas maneras a través del aislamiento y la cruza;
el cambio se produce cuando uno voluntariamente lo
provoca, pero también cuando uno no lo busca.
Es más, los orgullosos criadores de palomas domésticas, ignorantes de la biología, insisten en que
cada una de sus diversas cruzas debe derivar de una
especie única, pero los biólogos saben que las diversas
clases de palomas domésticas provienen de una especie común, nuestra conocida variedad de amistosos
pichones que encontramos en el Parque Central de
Nueva York. Darwin utiliza tersamente al biólogo contra
el criador de palomas y al criador de palomas contra el
biólogo. El pasaje culminante del capítulo inicial de El origen de las especies es, al mismo tiempo, ingenuo en apariencia pero de un rigor implacable en su conclusión,
con el divertido uso que hace de la primera persona
para afirmar un punto central e impersonal.
He discutido el origen probable de las palomas
domésticas con alguna extensión, aunque muy
insuficiente, porque cuando por vez primera tuve
palomas y observé sus diferentes clases… encontré exactamente la misma dificultad en creer que
habían descendido todas de un progenitor común que la que podría tener cualquier naturalista en
llegar a una conclusión semejante con respecto a
las muchas especies de fringílidos o de otros grupos de aves, en estado natural. Un hecho me causó
gran impresión, y es que casi todos los criadores de
los diferentes animales domésticos y los cultivadores de plantas con los que he tenido trato o cuyas
obras he leído, están firmemente convencidos de
que las diferentes razas que cada uno ha cuidado
descienden de otras tantas especies primitivamente distintas. Preguntad, como yo he preguntado, a
un renombrado criador de ganado vacuno Hereford si su ganado no podría haber descendido del
longhorn, y se os reirá con desprecio. No he encontrado nunca aficionados a palomas, gallinas, patos
o conejos que no estuviesen completamente convencidos de que cada raza principal descendió de
una especie distinta. En su tratado sobre peras y
manzanas, Van Mon 4
muestra que no cree en modo
alguno en que las diferentes clases, por ejemplo el
manzano Ribston-pippin, o el Codlin-apple, pudieron
haber descendido de semillas del mismo árbol…
¿No podrían esos naturalistas que, conociendo mucho menos de las leyes de la herencia de lo que saben
los criadores, y no sabiendo más que lo que éstos
saben de los eslabones intermedios de las largas líneas genealógicas, y que sin embargo admiten que
muchas especies de nuestras razas domésticas descienden de los mismos progenitores, no podrían,
repito, aprender una lección de prudencia cuando
se burlan de la idea de que las especies en estado
natural son descendientes directos de otras especies? (UV, Xalapa, 2008, pp. 83-84).
4
Mons en inglés, Mon en español. [N. de la T.]
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Hidalgo #9 • col. Centro • Xalapa, Veracruz, México • (2288)8185980, 8181388 • lapalabrayelhombre@uv.mx |
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