Preeminencia del libro
Discurso
de aceptación
del Premio Nobel
William Faulkner
William Faulkner recibió el Premio Nobel de Literatura en 1949. Estilista del lenguaje y habitante estadounidense de un planeta que acababa de sufrir la Segunda Guerra Mundial, centra su discurso de recepción en la esencia del escritor que asimila el temor para regresar e interiorizar en las antiguas verdades del corazón.El discurso está tomado de El placer y la zozobra. El ofcio del escritor, de la colección Poemas y ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México (1997). La traducción es de Ignacio Quirarte.
Considero que este premio, más que conferírseme a mí, como hombre,
se otorga en honor a mi trabajo, a la obra de una vida transcurrida
entre la zozobra y la extenuación del espíritu humano, sin aspiraciones de
gloria y mucho menos pensando en el enriquecimiento económico, pero sí
pugnando por crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que
antes no existía. De ahí que con relación a este premio no sea yo más que
un depositario. Y en cuanto a su aspecto monetario, no será difícil dar con
un destino equiparable con el propósito y la trascendencia de su origen. Sin
embargo, me gustaría hacer lo mismo en relación con el presente homenaje,
aprovechando la ocasión como pináculo desde el cual me podrán escuchar
los jóvenes, tanto hombres como mujeres que en este momento se entregan
a las mismas angustias y luchas, y entre quienes ya fgura aquel que algún
día habrá de ocupar el sitio en el que ahora me encuentro.
Actualmente nuestra tragedia es el haber experimentado por tanto tiempo
un miedo físico, universal y generalizado que apenas nos es dable soportar.
Ahora ya no existen problemas del espíritu y la única pregunta que se
plantea es: ¿En qué momento voy a desaparecer? Es por esto que los jóvenes
que ahora escriben se hayan olvidado de los problemas del alma humana
en conficto consigo misma, problemas que por sí solos pueden generar la
buena literatura, pues sólo de esto es de lo que vale la pena escribir; lo que
justifca la zozobra y la extenuación.
El escritor debe ponerse en contacto nuevamente con estos confictos: darse
cuenta por sí mismo de que lo esencial de todas las cosas es experimentar
temor; y una vez que haya asimilado esto, borrarlo de su mente para
siempre, sin dar cabida a nada en su taller, salvo a las antiguas verdades del
corazón, las verdades universales de otros tiempos, que cuando ausentes
hacen de cualquier historia algo efímero y vano: el amor y el honor; la
piedad y el orgullo; la compasión y el sacrifcio. En tanto el autor no
proceda de esta manera, trabajará como bajo un anatema; escribirá no
acerca del amor, sino de la lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada
de valor, de victorias desesperanzadas, y lo peor de todo, sin misericordia
y compasión. Sus congojas no se abatirán sobre osamentas universales ni
dejarán cicatrices tras de sí. No será a partir del corazón que él escriba, sino
de las glándulas.
El volumen incluye 13 ensayos, correspondiendo el primero de ellos a la doctora Sara Ladrón de Guevara, directora del Museo de Antropología de Xalapa, quien aborda el aspecto arqueológico; a continuación, el antropólogo David López Cardeña diserta sobre las diferentes agrupaciones lingüísticas localizadas en territorio veracruzano, y la historiadora Adriana Naveda Chávez-Hita alude a la presencia africana en Veracruz a partir del momento en que fueron traídos los primeros esclavos negros para las duras labores cañeras, en el siglo XVI.
En tanto no aprenda de nuevo esto, escribirá como si estuviese perdido
entre la multitud, observando el fn del género humano. Y esto es algo que
me niego a aceptar: que incluso en el último sangrante y moribundo de
los atardeceres —tras resonar el postrero tañido del destino sobre la última y fatua roca, ahí posada y ya sin marea— prevalezca todavía un sonido
más: el de su insignifcante e infatigable voz, viva aún. Esto es algo que
no puedo admitir. Considero que el hombre no sólo habrá de resistir,
sino también de prevalecer. Y es inmortal no por ser el único entre los
animales que está dotado de una voz inextinguible, sino por el hecho de
poseer un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrifcio y resistencia.
Escribir acerca de estas cosas es el deber del poeta, del escritor. Y es su
privilegio ayudar al hombre a aguantar, inyectándole ánimos, haciéndole
recordar el valor y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión,
piedad y sacrifcio, que han constituido la gloria de su pasado. La voz
del poeta no necesita ser simplemente un testimonio del hombre, bien
puede ser uno de sus puntales, de los pilares que le ayuden a subsistir y
predominar.
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