Corre la voz
La tristeza de no ser
santos
Marco Antúnez
La calidad de nuestros libros sigue encontrando eco en diversos medios periodísticos y literarios.
Veamos qué opinión han merecido dos de nuestras más recientes publicaciones: la Poesía completa de Ernesto Cardenal, y Diario de un loco de Lu Hsun, título número 3 de nuestra celebrada colección Sergio Pitol Traductor.
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Eugenio Montejo llamó “faro” de la literatura a Octavio Paz por su
empresa cultural de divulgación, dedicada a abrir ventanas a América
con su labor editorial, periodística, traductora y su crítica cultural. Ernesto
Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925) podría ser señalado con el mismo
mote en su propio rubro gracias a su rol histórico-social, icono intelectual
de Latinoamérica y testimonio vivo de una generación iconoclasta dedicada
a defender una concepción del mundo sin la cual no podría comprenderse
el siglo XX: el marxismo. El nicaragüense es una de las fguras más destacadas de la defensa de la libertad y la fe cristiana, la emancipación del alma
y la lucha contra la opresión del pueblo, haciendo gala de sensibilidad,
temple y voz en una de las líricas más populares que han circulado en lengua castellana, “pasando por una producción poética —dice José Luis Rivas
en la presentación de la Poesía completa en tres tomos de Cardenal, bajo el
sello de la Universidad Veracruzana— de índole vivencial, apocalíptica y
oracular, […] ostenta en su conjunto la impronta de la mejor poesía de su
país, vastísimo caudal que desde la aparición de Rubén Darío no ha dejado
de impregnar y fecundar con su extraordinaria vivacidad y su audacia plena
el desarrollo de la poesía hispanoamericana”. A estas alturas, una revisión de
una obra tan ancha en extensión como en tracción, con tantas ganas de decirlo todo, de explayarse y conjurar los ministerios de las letras que se le han
cruzado en el camino al hiperactivo escritor, es estremecedora y convida al
mutismo al grado de la mitifcación supersticiosa que torna a Cardenal en
algo que él mismo rechaza: un santón, un intocable.
Su Poesía completa revela ciertos márgenes que, de no haber sido compi-
lada celosamente, con difcultad habrían salido a la luz para discernir la
importancia de sus obras, tanto por separado como en conjunto. Podemos
aclararnos con estos tomos, por ejemplo, el proceso que se dio para llegar al
Cántico Cósmico desde los Epigramas y los Salmos.
Someter la lengua y el criterio para domeñarla a una autocrítica es parte del
gradual crecimiento creativo, aunque éste no sea de tipo cronológico sino
estético: las barreras entre una obra y otra tienen que ver con las tensiones
formales y las necesidades personales. Así, la poesía desde el punto de vista
de Cardenal, manifesta su precisión de transformarse en la matriz de la lengua por medio de un mecanismo motriz: conservación y cambio emotivos.
Su capacidad sumaria intriga en el núcleo del lenguaje potencias naturales
de un sistema sonoro que produce bocetos nacidos de diversas tradiciones
—la poesía norteamericana, cara a su versifcación—. Más que un cambio
de poética, predomina un proceso de conservación de la voz y los atrevimientos inaugurales e incluso de sus vicios. La sencillez, el tono claro, la
sonoridad recta —sorda cuando estructura luengos alientos repetitivos
o machacones— privilegiando el sentido suave, el dejo franco, espontáneo, y la verticalidad de sus desarrollos, son la frma de un poeta que ha
mantenido hasta las últimas consecuencias sus creencias, sobre todo en la
escrupulosa concepción artística de la vida, con una autonomía que jamás
ha pretendido ser autócrata. Si acaso los asuntos son los que van dándose
encontronazos entre un libro y otro, mudando desde el amor intemperante por las mujeres cándidas (y no tan cándidas y sí muy cálidas) que rompen corazones, pasando por Dios, la sociedad, la teología de la liberación, volver al misticismo por medio de los rostros de las
mujeres amadas, hasta llegar al cosmos en un peregrinaje panteísta, y luego sumergirse en su propia rutina
con la expectación mística, nunca desarraigada de las
cosas, que aprendió de sus años con Thomas Merton:
“El principio / fue que el amor se convirtió en energía
[…] y el Espíritu de Dios empollaba sobre la radiación […] Tal vez fueron millones de años / que todo
estuvo en tinieblas.” (“El cántico de los cánticos”).
Una manera poco recurrida de ser cristiano: vivir
con pasión la vida cotidiana, ser uno más y al unísono un productor de cambio: “Es la hora en que los
moribundos entran en agonía. / La hora del sudor en
el huerto, y de las tentaciones. / Afuera los primeros
pájaros cantan tristes, / llamando al sol. Es la hora de
las tinieblas. / Y la iglesia está helada, como llena de
demonios, /mientras seguimos en la noche recitando
salmos.” (Gethsemaní, KY).
Si nos esforzamos un poco, conseguimos reducir los
intereses y conocimientos de Cardenal a tres ejes
generales: la historia (Poemas documentales, Los ovnis
de oro. Poemas indios, El Estrecho Dudoso), la política
(Dos epístolas) y la religión (El telescopio en la noche
oscura, Gethsemaní, KY, Hora 0, Cántico Cósmico), que
así como predominan en algunos libros, otras veces
se van intercalando (el caso de Oración por Marilyn
Monroe y otros poemas, Epigramas o Poemas sueltos o
Pasajeros de tránsito). Estos temas están cruzados por
un mismo poder unifcador: el amor; y están sujetos
a la alternancia de los episodios de su biografía, a los
caprichos editoriales que lo impelen a buscar nuevas
formas de denuncia política. La historia se remite al
tiempo y los sucesos del entorno —Nicaragua, el siglo
XX, la Comuna, el capitalismo, los iconos pop, la
humanidad sacrifcada a expensas de la mercadotecnia
de una época carnívora o invasora, etcétera—; la política, a las acciones del hombre en su relación mutua
—la Revolución y las denuncias de dictaduras u otros
escollos corruptos de los gobiernos, así como sus
posturas como clérigo y ciudadano comprometido en
incidentes masivos, la experiencia frente a las guerrillas—; y la religión, al individuo y su escarmiento de
estas dos eventualidades ineludibles —el cristianismo,
la vida monacal, el dolor espiritual del paria. El amor:
la carne, la entrega y el deseo de las cosas y el Todo.
En su obra como en su vida, la acción del escritor
determina la agudeza de su contemplación: el amor
en acto no es distinto al amor utópico, sino que son
uno mismo, la misma Substancia; “no unión sexual
propiamente pero sí una unión. / Primero de una
se hacían dos, y cada una de esas / de una se hacían
dos, hasta que un día / dos se hicieron una. / Tal vez dos que estaban incompletas.” (“El cántico de
los cánticos”). Cardenal, contra los lugares comunes
que se producen en torno a su fgura revolucionaria,
está más cerca del flósofo medieval Escoto Erígena
—José Vicente Anaya traería a colación a Eckhart a
propósito del autor y José Luis Rivas a San Agustín
que de Spinoza, como han creído algunos entusiastas
materialistas. Esto se debe (nuevamente el rastro de
Thomas Merton se revela) a que el amor es el regidor de la obra, del mismo modo que lo fue para los
hagiógrafos de las Escrituras: “‘El Solo’ de los achanti
/ al que tienen acceso todos los hombres; / ningún
camino de un hombre se cruza con el de otro. /Un
pedacito de él hay en el cuerpo de cada persona. /
Nombres africanos de: / ¡El Encendedor de Fuego’,
‘El Inexplicable’, / ‘El Estanque Contemporáneo de
Todas las Cosas’, / ‘El que Fue Encontrado’. / El arco
iris es su arco de caza, para los pigmeos.” (“Omega”)
¿Quién más podría ser exegeta por antonomasia de
un libro sagrado sino el fabulador que se juega la
vida por (y en) el mundo a punta de metralla, amenazas y cárcel, emulando la usanza de los cristianos
confnados a mazmorras e inmolaciones públicas, a
infaustas esclavitudes (léanse si no las Lamentaciones
del Antiguo Testamento)? La poesía de Cardenal se
inscribe en esa melancolía de Dios y la justicia que
bien podían orillar a Monroe al suicidio, la “tristeza
de no ser santos” (“Oración por Marilyn Monroe”):
“Libértanos tú / porque no nos libertarán sus partidos
// Se engañan los unos a los otros / y se explotan los
unos a los otros /sus mentiras son repetidas por mil
radios / sus calumnias están en todos los periódicos
/ tienen ofcinas especiales para hacer Mentiras […]
pero las palabras del Señor son palabras limpias / y no
de Propaganda”. (“Salmo 11:12”).
El Cántico Cósmico es más deudor de los anhelos
holistas en flosofía que empuñaban los cristianos de
la Antigüedad —ya dígase gnósticos o catecúmenos
romanos lectores del Evangelio según San Juan que de las estéticas posmodernas, incrustadas en una
generalidad despedazada que evade la conformidad.
Cardenal va en busca de un encuentro de las cosas
dispersas con el Uno, y en el Uno, cada individuo
que compone el Universo; es decir: la abolición de la
soledad en el consuelo de la Integridad “toda ciencia
trascendiendo” (San Juan de la Cruz), investida de
plenitud conforme a las directrices del amor: “todo en
la naturaleza, desde el electrón hasta el hombre, es un
solo salmo” (EC, Vida en el amor).
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Esto se consuma
en una oración conmovedora y solícita (Gethsemaní,
KY y los Salmos, verbigracia), donde la denuncia no
emplea algún tono espantable sino descriptivo, presumiendo credibilidad y un carisma apasionante de
oratoria mínima —hay algunos casos en que podríamos acusar chantaje emocional, como pasa en su Canto
Nacional, una copia evidente de Canto General—, y
una dimensión histórica consistente para comprender a
Sudamérica en la política dominatrix que Norteamérica ha impuesto al continente.
En esta tradición sí podemos desentrañar las pesquisas del nicaragüense al margen de sus declaraciones
mediáticas, más preocupadas por la política de Latinoamérica que de su poesía o su poética —a lo que se
añade su renuencia a departir sobre ciertos argumentos
de índole estética, como hiciera antes Whitman en sus
entrevistas y declaraciones públicas—. Cardenal ofrece
una mirada análoga a la que nos ofertó el flósofo judío
Martin Buber: el yo encaminado hacia el tú. La comunión es esencial tras la vida en el amor, el solaz juvenil
de los Epigramas (deudores de Propercio y Catulo);
ahora hay algo más: el amor de unos con otros: la pluralidad del deseo y la Unidad de la naturaleza, que pasa
entre las cabriolas de los Salmos y su Canto Nacional
(fuera de los excesos panfetarios) hasta desfogarse en
el impetuoso Cántico Cósmico como certidumbre de
una condición ontológica de la materia: la Evolución,
y la relación entre micro, meso y macrocosmos. La
Creación es un solo acto, una sola tirada de dados: un
Génesis moderno, religioso, intertextual e hipertextual
que defende las creencias religiosas proscribiendo la
superstición, e imbricando a partir de un “exteriorismo” (nombre de su fórmula dilecta, derivada de los
Cantos de Pound): “En Santiago de Guatemala y en
San Salvador / se reían los conquistadores / del libro de
unico vocationis modo / de Fr. Bartolomé de las Casas
/ y decían que si ‘con palabras y con persuasiones’ /
reducía a los indios al gremio de la iglesia / y ponía en
práctica lo que escribía en retórica / ellos dejarían las
armas… […] Y no pidió Fr. Bartolomé de las Casas
ningún sueldo, / gastos de viaje, X cantidad de pan, /
vino, barriles de conservas, etc., a la semana o al mes,
o al año / ni el Obispado de la tierra. / Única condición: / Que los indios no se encomendarían a nadie. /
Que serían vasallos libres de su Majestad.” (El Estrecho
Dudoso).
1. En efecto, se trata de un tópico, una etiqueta convencional manida por los reseñistas y críticos del nicaragüense al versar sobre el Cántico Cósmico: la búsqueda de la Totalidad. Sin embargo es lo más destacado en el desempeño poético de Cardenal: sus exploraciones, sus intenciones como
escritor, ya que formalmente es un autor lineal, enriquecido por los contenidos que han ido sumando afnación retórica a la poética de siempre.
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