Corre la voz
Lo que Cardenal llama “exteriorismo” no es sino la
hibridación genérica, un refejo de su cercanía con los
escritores contemporáneos, con o sin conciencia de
sus implicaciones. La inclusión de registros rítmicos
que irrumpen la versifcación regular en carácter de
asonancias opacas, son recursos que han enriquecido
tanto su literatura como la han entorpecido en casos
desafortunados, dándole la posibilidad de ver crecer a sus textos de modo heterogéneo —tanto en cantidad
sobre la página como en tramas—: la penetración de
formas ensayísticas, narraciones, descripciones, anécdotas, cifras, crónicas, etcétera; moldes para declarar,
al estilo de Thomas Muntzer, las injusticias del sistema
dominante a costa de las autoridades que representan
la columna de su fe (fe concretada en la poesía, el marxismo, el Cristianismo).
Este híbrido literario no es nuevo, por el contrario;
autores de distintas geografías han explorado estas
posibilidades —para sincrónicos en América parejos
a dichas indagaciones basta remitirse a Raúl Zurita,
Gerardo Deniz o William Carlos Williams y Ezra
Pound en lengua inglesa (gurús del nicaragüense)—, y
de novedoso no hay nada, y tampoco tendría por qué
haberlo. No es su pretensión en absoluto. Sus intereses
se focalizan en expresar lo que del alma puede conservarse con pureza en la suma del lenguaje espontáneo,
entregado a la sinceridad del escribiente —lo que lo
evidencia seguidor de Pablo Neruda (con mayor énfasis
en el Canto Nacional y sus Epigramas) o Rubén Darío 2
(el poema “León” proviene de una emulación de este
último poeta bajo un velo autobiográfco).
No todo podía ser perfección en una obra tan álgida,
tumultuosa y ávida de folios o cosas por decir, incluso
si lo que había que decir era irrelevante o poco sustancial. Algunos poemas son perfectamente olvidables a
pesar de sus buenas intenciones; otros, necesarios para
comprender el devenir de la literatura del siglo XX.
Sus Salmos, por ejemplo, son conocidos en alemán
desde 1967 y le han merecido el reconocimiento
internacional.
Resulta lamentable en un poeta tan capital para la
literatura latinoamericana el esnobismo —a costa de
su compromiso político e ideológico— que pueden
denotar poemas dedicados a las culturas autóctonas de
América, que hoy nos inspiran más a la ternura o el
aburrimiento que al respeto de aquel Cardenal de los
Epigramas o de Oración por Marilyn Monroe y otros
poemas. En su gana de rescatar cosmogonías y nutrirse
de culturas nativas, tiene una peripecia que por farragosa y cándida es terciaria en su obra: Los ovnis de oro.
Poemas indios. La ignorancia que Cardenal acusa en los
escritores respecto a la sabiduría prehispánica, en él se
manifesta como una mera exaltación de estas culturas
con poca seriedad o fondo. Su acercamiento a las etnias
es superfcial, sin vivencia dura y un juicio menor. En
esto, quien sí adelantaba por su discernimiento sesudo
del asunto —hay que recordar que estos tópicos son
fundamentales para la teología de la liberación—, era
el maestro de Ernesto Cardenal, Thomas Merton.
A pesar de ello, la huella de Merton se deja ver honrosamente en las Coplas a la muerte de Merton, o en
Gethsemaní, KY.
A favor del autor, podríamos argüir que la audacia
que lo llevó a escribir sus Epigramas, aquí lo condujo
al error por un mal cálculo. “La inteligencia americana —dice Alfonso Reyes— es necesariamente menos
especializada que la europea. Nuestra estructura social
así lo requiere. El escritor tiene aquí mayor vinculación
social, desempeña generalmente varios ofcios, raro es
que logre ser un escritor puro, es casi siempre un escritor ‘más’ otra cosa u otras cosas.”
Aparte de recordarlo por sus Epigramas, en la memoria del colectivo latinoamericano queda, indeleble, la
conmovedora y brutal “Oración para Marilyn Monroe”: “Señor / recibe a esta muchacha conocida en toda
la tierra con el nombre de Marilyn Monroe / aunque
ese no era su verdadero nombre / (pero Tú conoces su
verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9
años / y la empleadita de tienda que a los 16 se había
querido matar) / y que ahora se presenta ante Ti sin
ningún maquillaje”. Aquí, Cardenal resume con toda
la premura que le fue posible, la tragedia mercadotécnica de las grandes fguras del siglo XX, del sacrifcio
global (eco que resuena en un episodio de South Park,
donde Britney Spears es objeto de la misma histeria
farandulera) a que es sometida la depositaria de la
belleza perteneciente a una generación, un episodio
de la Historia, que “oye tan sólo la voz de un disco
que le dice wrong number. / O como alguien que
herido por los gangsters / alarga la mano a un teléfono
desconectado. / Señor: / quienquiera que haya sido el
que ella iba a llamar / y no llamó (y tal vez no era nadie
/o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de
Los Ángeles) / ¡Contesta Tú el teléfono!”
2. En una crítica severa a su sobrevaloración, el poeta colombiano Juan Manuel Roca se refrió a Cardenal en alguna ocasión como un
“nerudito”, aludiendo a que su conocimiento se ve sujeto a la poética de Neruda y, a su vez, a la ignorancia de muchos temas de su propia
poesía.
Publicado en La Nave. Revista de la Fundación Veracruz
en la Cultura (núm. 1), dirigida por Sergio Pitol y Rodolfo
Mendoza, cuya aparición celebramos.
Diario de un loco
Lu Hsun, o la seducción fabuladora
Jorge Aller
Esta brevedad desoladora, esta densidad asfxiante, esta
economía francamente dolorosa, nos muestra la sociedad
china tal como es percibida por los ojos de un loco que la sufre
en carne propia a través de la manía persecutoria llevada
a su grado máximo: el canibalismo humano.
Hay quienes sostienen que la literatura tiene una gran infuencia sobre la revolución. En cuanto a mí,
lo dudo. La literatura es a fin de cuentas un producto del ocio que expresa la cultura de una nación.
Ésa es la verdad.
Lu Hsun (1881-1936) (también conocido en español
como Lu Xun o Lu Sin) está considerado como el
fundador de la literatura china contemporánea y uno
de los más grandes pensadores y revolucionarios de
su época. En realidad, Lu Hsun es el seudónimo que
Zhou Shuren adoptó en 1919.
Hsun empezó a estudiar medicina en Japón, pero al
darse cuenta de que lo que realmente necesitaba China
era una reforma cultural, en 1909 decidió abandonar la
medicina, regresar a su país y dedicarse a la literatura.
Durante su vida ocurrieron en China algunos sucesos
históricos trascendentes que habían de infuir defnitivamente en su vida y en su literatura: el Movimiento de
Reforma de 1898, la Revolución de 1911 y el Movimiento del 4 de mayo de 1919. De ellos haremos un
comentario mínimo.
A fnes del siglo XIX, como reacción ante el infujo de
la cultura de Occidente, surgió entre los intelectuales
chinos un grupo de reformistas, encabezado por Kang
Youwei y Liang Qichao, conocido como Movimiento
de Reforma de 1898, breve episodio que duró cien días.
En 1911 estalló la revolución dirigida por Sun Yat-sen,
que tuvo como consecuencia la abdicación del emperador (con el ocaso de la dinastía Qing) y la proclamación
de la república: esta revolución puso fn a más de dos
mil años de régimen feudal.
Con el movimiento de renovación literaria del 4 de
mayo de 1919, simbolizado en las manifestaciones de
los estudiantes universitarios de Pekín, y que suponía
el rechazo de la larga tradición literaria y flosófca y la
apuesta por una literatura crítica de base realista, se puede afrmar que comienza la literatura moderna china.
En el campo de la creación literaria, este movimiento a
favor de una nueva cultura encontró su mejor expresión
en la obra de novelistas, poetas y dramaturgos como Lu
Hsun, Lao She, Qian Zhongshu, Cao Yu, Ding Ling,
Mao Dun, Sheng Congwen y Ba Jin: todos ellos ya
consagrados en el canon de los escritores clásicos chinos
contemporáneos.
Es aquí donde entra de lleno la labor revolucionaria y
crítica de la vida y la obra de Lu Hsun, convertido más
tarde en bandera de la Revolución Cultural, suceso que
sirvió, al menos, para que su obra se extendiera por el
mundo. “Desde muy joven fue sostenedor de causas,
signatario de manifestos y proclamas y combatiente de
males. Como escritor, entabló la primera batalla contra
el idioma literario tradicional. Fue un partidario apasionado del uso de la lengua hablada”, dice Sergio Pitol en
el prólogo. “El período confictivo que le tocó vivir apenas hacía posible distinguir entre profesión literaria y
actividad política. A partir de 1911, la historia de China
no ha dejado de ser una convulsión permanente. Frente
a los caudillos de la guerra, las matanzas del Kuomintang
y la ocupación japonesa no cabía la neutralidad.”
Lu Hsun es autor de tres grandes libros de cuentos, A las
armas (1922), Vagar incierto (1925) y Leyendas vueltas a
narrar (1935) (cuya versión en español se tradujo como
Contar nuevo de historias viejas, Hiperión, 2001), y del
ensayo Breve historia de la novela china (1930) (Azul Editorial, 2001), que recoge las conferencias pronunciadas
por el autor en la Universidad de Pekín en 1920, donde
analiza la narrativa china desde el cuento clásico, mitos,
fábulas y leyendas hasta comienzos del siglo XX.
El libro que comento, Diario de un loco, publicado en
2007 por la Universidad Veracruzana, contiene una
selección de tres cuentos que inaugura la Colección
Sergio Pitol Traductor. El primero de ellos, “Diario de
un loco” (la primera obra de Lu Hsun), fue escrito en
1918 y publicado (en el mismo año) en la revista Nueva
Juventud; el segundo, “La verdadera historia de Ah Q”,
fue escrito en 1921, y el tercero, “La lámpara eterna”,
en 1925. Esta edición se completa con un excelente
prólogo también de Sergio Pitol.
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