Núm. 9 Tercera Época
 
   
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          Un nuevo libro, Darwin Loves You: Natural Selection and the Re-Enchantment of the World (Darwin te ama: la selección natural y el reencantamiento del mundo), escrito por George Levine, profesor emérito de Inglés en la Universidad de Rutgers, trata de lograr el aprecio de Darwin por los estudiantes de literatura enfatizando su modesto “sentido de maravilla”, y su casi místico asombro ante la fantástica visión de la existencia en el universo. Darwin logró desencantar a los creyentes en el cielo o en el paraíso, pero también re-encantar a quienes aman la tierra. El libro de Levine es uno de los más atrayentes y sutiles intentos por crear un puente entre la biología y las humanidades. Propone la tesis de una “secularidad encantada”, porque si bien Darwin le roba a la humanidad la idea de un lugar o propósito seguros, a cambio nos da una oportunidad de amar y respetar a la naturaleza, “precisamente por el rechazo de ésta a ser como nosotros”.

          Levine siempre está del lado de los ángeles. Pero a veces lo está cuando debería estar del lado de los monos. Si Darwin nos ofrece un universo desencantado –un universo privado de magia y significado–, ¿cómo sería vivir en un mundo encantado? Después de todo, la fe religiosa a menudo se ve hostigada y asediada pese a que reina sin muchos desafíos. Y, a la inversa, el desalmado materialismo del universo darwiniano puede llegar a dar alivio. Uno desearía que un darwiniano se hubiera sentado junto al lecho de muerte del Doctor Johnson mientras éste se hundía en el terror desesperado de la condena eterna por haber codiciado a varias actrices. Al Doctor Johnson le habría consolado saber que más allá de la muerte no encontraría más que el olvido; le habría confortado saber que el mundo lo recordaría por las cosas que escribió cuando estuvo vivo.

          Aunque es posible deducir de Darwin una nueva doctrina de “secularismo encantado” o, si se quiere, la propuesta de Edward O. Wilson de un “humanismo científico,” no necesitamos agregarle la nota de amor a lo que dice acerca de la vida, pues el darwinismo nunca ha sido una amenaza para las humanidades; es humanismo en vuelo, por decirlo de algún modo. Podemos entender como humanismo dos cosas: una, que el hombre es la medida de todas las cosas y, la otra, que todas las cosas pueden ser medidas por el hombre. El primer punto de vista es, en su origen, esencialmente religioso; es el que inspira la pintura renacentista, las pinturas de la Capilla Sixtina y las proporciones de Vitruvio. La segunda perspectiva considera que lo que hace al hombre particularmente importante es su capacidad de calibrar su medio am- biente y de cambiarlo; su capacidad de darse cuenta que entre más se mide el mundo, más se conoce con exactitud. Este es el significado de humanismo que hoy tenemos y que ha prevalecido desde la revolución científica del siglo XVII. Este es el humanismo del cual Darwin es uno de los mayores exponentes y ejemplos.

          Leer a Darwin como a un novelista nato10 nos muestra a un Darwin tan complejo como deben serlo los buenos escritores. Terminó sus días como un materialista escéptico que había demostrado que las formas de la vida estaban moldeadas por la historia y no por una mente todopoderosa. Pero leerlo también nos muestra que ninguna emoción que pudiéramos temer perder se perderá en esa transformación. El punto de vista darwiniano más duro siempre deja un espacio para que el amor respire. Darwin fue un fundamentalista darwiniano pero nunca un absolutista darwiniano. Él sabía que lo que para nosotros era alma o espíritu –el destello de entendimiento ante la sonrisa de un bebé o el duelo ante la muerte de un hijo– nunca podría ser cuestionado. Creyó haber encontrado el secreto de la vida, pero sabía que nada podría resolver los problemas del hecho de vivir. Este asunto ocupa todo el tiempo con que contamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Copyright: © 2006. Adam Gopnik

/10 Tanto en el título original (“Charles Darwin: natural novelist”) como a lo largo del texto el autor juega con las diversas connotaciones de “natural”: en el sentido de nato, referente a la naturaleza y, claro, a la de amante y/o estudioso de la naturaleza. [N. de la T.]

 
 
 
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