Un nuevo libro, Darwin Loves You: Natural Selection
and the Re-Enchantment of the World (Darwin te ama: la
selección natural y el reencantamiento del mundo),
escrito por George Levine, profesor emérito de Inglés
en la Universidad de Rutgers, trata de lograr el aprecio
de Darwin por los estudiantes de literatura enfatizando su modesto “sentido de maravilla”, y su casi místico
asombro ante la fantástica visión de la existencia en
el universo. Darwin logró desencantar a los creyentes
en el cielo o en el paraíso, pero también re-encantar
a quienes aman la tierra. El libro de Levine es uno
de los más atrayentes y sutiles intentos por crear un
puente entre la biología y las humanidades. Propone
la tesis de una “secularidad encantada”, porque si bien
Darwin le roba a la humanidad la idea de un lugar o
propósito seguros, a cambio nos da una oportunidad
de amar y respetar a la naturaleza, “precisamente por
el rechazo de ésta a ser como nosotros”.
Levine siempre está del lado de los ángeles. Pero a
veces lo está cuando debería estar del lado de los monos. Si Darwin nos ofrece un universo desencantado
–un universo privado de magia y significado–, ¿cómo
sería vivir en un mundo encantado? Después de todo,
la fe religiosa a menudo se ve hostigada y asediada
pese a que reina sin muchos desafíos. Y, a la inversa,
el desalmado materialismo del universo darwiniano
puede llegar a dar alivio. Uno desearía que un darwiniano se hubiera sentado junto al lecho de muerte del
Doctor Johnson mientras éste se hundía en el terror
desesperado de la condena eterna por haber codiciado a varias actrices. Al Doctor Johnson le habría consolado saber que más allá de la muerte no encontraría
más que el olvido; le habría confortado saber que el
mundo lo recordaría por las cosas que escribió cuando estuvo vivo.
Aunque es posible deducir de Darwin una nueva
doctrina de “secularismo encantado” o, si se quiere, la
propuesta de Edward O. Wilson de un “humanismo
científico,” no necesitamos agregarle la nota de amor
a lo que dice acerca de la vida, pues el darwinismo
nunca ha sido una amenaza para las humanidades;
es humanismo en vuelo, por decirlo de algún modo.
Podemos entender como humanismo dos cosas: una,
que el hombre es la medida de todas las cosas y, la
otra, que todas las cosas pueden ser medidas por el
hombre. El primer punto de vista es, en su origen,
esencialmente religioso; es el que inspira la pintura
renacentista, las pinturas de la Capilla Sixtina y las
proporciones de Vitruvio. La segunda perspectiva
considera que lo que hace al hombre particularmente
importante es su capacidad de calibrar su medio am-
biente y de cambiarlo; su capacidad de darse cuenta
que entre más se mide el mundo, más se conoce con
exactitud. Este es el significado de humanismo que
hoy tenemos y que ha prevalecido desde la revolución
científica del siglo XVII. Este es el humanismo del cual
Darwin es uno de los mayores exponentes y ejemplos.
Leer a Darwin como a un novelista nato10
nos
muestra a un Darwin tan complejo como deben serlo
los buenos escritores. Terminó sus días como un materialista escéptico que había demostrado que las formas de la vida estaban moldeadas por la historia y no
por una mente todopoderosa. Pero leerlo también nos
muestra que ninguna emoción que pudiéramos temer
perder se perderá en esa transformación. El punto de
vista darwiniano más duro siempre deja un espacio
para que el amor respire. Darwin fue un fundamentalista darwiniano pero nunca un absolutista darwiniano. Él sabía que lo que para nosotros era alma o
espíritu –el destello de entendimiento ante la sonrisa
de un bebé o el duelo ante la muerte de un hijo– nunca podría ser cuestionado. Creyó haber encontrado el
secreto de la vida, pero sabía que nada podría resolver
los problemas del hecho de vivir. Este asunto ocupa
todo el tiempo con que contamos.
Copyright: © 2006. Adam Gopnik
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Tanto en el título original (“Charles Darwin: natural novelist”) como a lo largo del texto el autor juega con las diversas connotaciones de “natural”: en el sentido de nato, referente a la naturaleza
y, claro, a la de amante y/o estudioso de la naturaleza. [N. de la T.]