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PALABRA CLARA
La magia de los grandes ríos
en la literatura amazónica
Hans-Otto Dill
Hans-Otto Dill. Doctor en Filosofía y Letras 1967.
Catedrático, profesor titular de Hispanística y Literatura
Latinoamericana de la Universidad Humboldt, Berlín,
1982-1989. Vicepresidente del Foro de Las Américas,
Berlín, 1999-2004. Miembro de la Sociedad Leibniz,
Berlín. Premio Casa de las Américas, género ensayo, por
“El ideario estético y literario de José Martí” (1975).
Ha escrito,
entre muchos otros, Lateinamerikanische Literatur
im Überblick
(Historia de la literatura latinoamericana. Panorama,
desde los orígenes hasta nuestros días), Stuttgart, 1999..
En el norte de Tierra Firme se encuentra Amazonia,
la región más abundante del mundo en ríos, que posee
los más caudalosos, con centenares de afl uentes: el
Magdalena, el Marañón, el Orinoco, el Río Negro, el
Amazonas: con las respectivas selvas tropicales y sus
lluvias abundantes, representa, de este modo, el sistema
ecológico más grande del globo, del cual depende
la salud de la Tierra. Hay tanta selva virgen, que pasará
todavía mucho tiempo antes de que desaparezca. En Brasil se ha previsto talar sólo la mitad de la selva
en los próximos años. El agua es tan inagotable que
Venezuela, uno de los países más ricos en petróleo del
mundo, puede satisfacer su necesidad en energía no
por el abundante petróleo fósil, sino hidráulicamente,
e incluso exporta electricidad a Brasil. Venezuela
quiere decir Pequeña Venecia, por la multitud de
venas acuáticas del país, aunque con un millón de
kilómetros cuadrados más grande que Italia debería
llamarse Venezuelerón.
Esta región pertenece hoy a ocho países: Brasil,
Colombia, Ecuador, Guayana, Guayana Francesa, el
Perú, Venezuela, Suriname. Cada uno de ellos dispone
de una literatura más o menos desarrollada. La crítica
chilena Ana Pizarro considera a la Amazonia como
un área cultural del subcontinente con perfi l propio,
al igual que las áreas andinas y mesoamericanas, el
Brasil, las grandes planicies desde la sabana venezolana
hasta la pampa argentina, el Cono Sur, y la cultura
extraterritorial de los chicanos estadounidenses, por
lo cual recomienda su investigación futura.
A mi juicio, existe una literatura de esta región,
mejor dicho, cierta rama de las literaturas de los países
arriba mencionados, que tiene una serie de rasgos
comunes –geográfi cos, históricos, temáticos– que
justifi can hablar de una literatura amazónica. Es mi
intención demostrar en el siguiente ensayo esta tesis,
limitándome a las obras literarias escritas en español.
Excelentes maderas, piedras preciosas, minerales,
petróleo, el caucho imprescindible para la industria
automovilística, y animales endémicos buenos para la
caza, despertaron las envidias industriales y turísticas
de conquistadores modernos, sustituyendo la búsqueda
de oro y canela de hace cuatrocientos años. Este territorio,
sin las grandes edifi caciones de incas, mayas
o aztecas, cubierto por la impenetrable selva tropical,
con pocos indígenas en los bosques, fue tardíamente
dominado y poblado por los hispanos.
Como siempre en tierras incógnitas, también en
esta región los vecinos sospechaban cosas temidas o
anheladas: antropófagos, bestias, plantas venenosas,
ciudades fabulosas y montañas de oro. Mientras que
normalmente la historia real se produce primero, y
después, a posteriori, es contada y mitifi cada –sólo mucho
después de la Guerra de Troya Homero mitificó en su Ilíada el sitio de esa ciudad–, las cosas en la Tierra
amazónica han pasado al revés: primero nacieron los
mitos: el de las amazonas, espíritus femeninos del río
del mismo nombre, según la leyenda, monjas incaicas
que se refugiaron en la selva después de haber
tenido que abandonar, ante la invasión de los españoles,
su fortaleza andina de Macchu Pichu; y el de
Eldorado, el país de abundantes tesoros.
Sólo después, una vez inventadas estas leyendas,
los conquistadores que, como todos los hombres medievales,
creían ciegamente en mitos, sobre todo en
los que prometían riqueza y bienestar, se encaminaron
en barco en busca de Eldorado, la Tierra Prometida,
luchando contra los indígenas, apropiándose de
las tierras (pertenecientes hoy a Venezuela, Colombia,
Ecuador, el Perú, las Guayanas y Brasil) y adjudicándolas
a la corona española. La historia de Amazonia
no es la causa, sino el resultado de los mitos. La avaricia,
el auri sacra fames, era la fuerza motriz de conquista
y colonización a partir del propio Colón. Además del
oro, los conquistadores buscaban la canela, en lo cual
también se asemejaban al Almirante, quien quería encontrar
el camino más rápido hacia las Indias para
traer a Europa las codiciadas especias exóticas.
Colón en su último viaje creyó haber encontrado
en la embocadura del Orinoco el Paraíso Terrestre (que
no se debe confundir con el Paraíso Celeste, lugar de los
beatos), para lo cual se basaba en la noción de que, tras
el destierro de Adán y Eva, el Paraíso Terrestre, real,
con fauna y fl ora y todo, quedaba, como se sabía, vacío
y debía seguir existiendo por lo tanto en algún sitio
del mundo, sin Dios, sin amo, sin la primera pareja, sin
personal humano, pero con todo su esplendor paradisíaco.
Todo esto atraía mágicamente a aventureros buscadores
de felicidad. Por las circunstancias referidas, la
agricultura fue introducida sólo en las periferias, hecho
gracias al cual se ha conservado la selva lluviosa tropical
más grande del mundo hasta nuestros tiempos.
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