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Aram Huerta |
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Cronistas e historiógrafos de Eldorado
Los cronistas de estos viajes fl uviales que escribieron
las primeras páginas de la literatura americana eran
testigos, coactores, clérigos, los pocos que sabían leer
y escribir y que, hombres entre la Edad Media, el Renacimiento
y la Modernidad, mezclaban historia y
mito, realidad y fantasía. Así empezó un género muy
latinoamericano, la crónica, que entroncaba con otro
género preferido en esta región, el informe de viajes.
El dominico fray Gaspar de Carvajal, que acompañaba
a Orellana, describió plásticamente y sin rodeos,
por los años 1541-1542, en su Relación del nuevo
descubrimiento del río grande de las Amazonas, cómo los
navegantes cristianos se abrían camino a través de la
selva con sus fl otas:
El río andaba cuajado de piraguas (indios), y esto porque
estábamos en tierra muy poblada (...) y como nos
fuesen siguiendo ibannos poniendo en mucho aprieto,
tanto que estaban ya cerca de los bergantines. Aquí se
hicieron dos tiros muy señalados con los arcabuses, para
que aquella gente diablada nos dejase, y el uno hizo el
Alférez, que mató de un tiro dos indios, y de temor deste
trueno cayeron muchos al agua, de los cuales no escapó
ninguno porque todos se mataron desde los bergantines.
(...) Esta fue una cosa muy de ver. |
Esta batalla “muy de ver” terminó con la matanza sin
excepción de todos los indios nadantes por los españoles
desde los bergantines con arcabuces y lanzas.
Este informe es característico de las crónicas de la
Conquista: la consideración de los indígenas como
enemigos, a los cuales se roba con todo derecho los
alimentos, la descripción de la matanza sin compasión
por los indios, sin cuestionar en lo más mínimo la legitimidad
de la invasión.
Los conquistadores no se dan cuenta, salvo por
razones estratégicas, de las selvas de ambos lados del
río, rarísimas veces mencionan plantas o animales
como objetos inusuales o bellos, no parecen tener
ojos para el paisaje maravilloso ni oídos para la sinfonía
de los ruidos de la selva: lo ven todo desde el
punto de vista de la eventual peligrosidad de ésta y
de los indios, o de la utilidad para la comida o por la
facilidad del viaje. El río para ellos sólo es dos riberas
con eventuales poblaciones de indios, los bosques son
posibles escondites indígenas, y la naturaleza no es
paisaje, sino sólo naturaleza. Toda la fantasía y sensibilidad
del conquistador está dominada por los mitos
que prometen riqueza, la codicia le veda la sensibilidad
por el encanto estético de Amazonia. La alabanza
de Colón a la belleza del Nuevo Mundo está
ausente: Colón tuvo sentido estético por el paisaje
sólo hasta que escuchó hablar de fortunas en oro, una
vez situado en la risueña región antillana sin una naturaleza
amenazadora, y su lenguaje pobre repetía el
lugar común del locus amoenus de los poetas antiguos,
mientras que Carvajal se abstuvo de asociaciones librescas
a no ser bíblicas.
También la gente de Orellana estuvo obsesionada
por Eldorado: “(El indio) dijo que hay muy grandísima
riqueza de oro y de plata (....) y que de todas las
señoras (....) no es otro su servicio sino oro y plata”.
Carvajal muestra el mito de Eldorado vinculado con la naciente leyenda de las amazonas quienes “vinieron
hasta diez o doce, que estas vimos nosotros, queandaban
peleando delante de todos los indios como capitanas”.
Hay tierra adentro –sigue escribiendo– una
provincia sólo habitada por mujeres “no siendo casadas
ni residir hombre en ellas”. Según los indios, escribe,
estas mujeres belicosas se buscaban a hombres de
otras ciudades para la procreación, con los que convivían
hasta el parto, a los hijos varones los enviaban a
su patria con los hombres, mientras que a las hembras
las alimentaban y educaban en las artes bélicas.
Estas indias participan con indios en tiempos y cuando
les viene aquella gana juntan mucha copia de gente y
van a dar guerra a muy gran señor (....) De ellas nos
contaban tanto durante nuestros viajes, que las llamábamos
amazonas. |
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