Núm. 3 Tercera Época
 
   
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Adrián Mendieta
METÁFORAS DE LA LUZ
 
 
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  Aram Huerta  
     

Cronistas e historiógrafos de Eldorado

 

Los cronistas de estos viajes fl uviales que escribieron las primeras páginas de la literatura americana eran testigos, coactores, clérigos, los pocos que sabían leer y escribir y que, hombres entre la Edad Media, el Renacimiento y la Modernidad, mezclaban historia y mito, realidad y fantasía. Así empezó un género muy latinoamericano, la crónica, que entroncaba con otro género preferido en esta región, el informe de viajes. El dominico fray Gaspar de Carvajal, que acompañaba a Orellana, describió plásticamente y sin rodeos, por los años 1541-1542, en su Relación del nuevo descubrimiento del río grande de las Amazonas, cómo los navegantes cristianos se abrían camino a través de la selva con sus fl otas:

 

El río andaba cuajado de piraguas (indios), y esto porque estábamos en tierra muy poblada (...) y como nos fuesen siguiendo ibannos poniendo en mucho aprieto, tanto que estaban ya cerca de los bergantines. Aquí se hicieron dos tiros muy señalados con los arcabuses, para que aquella gente diablada nos dejase, y el uno hizo el Alférez, que mató de un tiro dos indios, y de temor deste trueno cayeron muchos al agua, de los cuales no escapó ninguno porque todos se mataron desde los bergantines. (...) Esta fue una cosa muy de ver.

Esta batalla “muy de ver” terminó con la matanza sin excepción de todos los indios nadantes por los españoles desde los bergantines con arcabuces y lanzas. Este informe es característico de las crónicas de la Conquista: la consideración de los indígenas como enemigos, a los cuales se roba con todo derecho los alimentos, la descripción de la matanza sin compasión por los indios, sin cuestionar en lo más mínimo la legitimidad de la invasión.

Los conquistadores no se dan cuenta, salvo por razones estratégicas, de las selvas de ambos lados del río, rarísimas veces mencionan plantas o animales como objetos inusuales o bellos, no parecen tener ojos para el paisaje maravilloso ni oídos para la sinfonía de los ruidos de la selva: lo ven todo desde el punto de vista de la eventual peligrosidad de ésta y de los indios, o de la utilidad para la comida o por la facilidad del viaje. El río para ellos sólo es dos riberas con eventuales poblaciones de indios, los bosques son posibles escondites indígenas, y la naturaleza no es paisaje, sino sólo naturaleza. Toda la fantasía y sensibilidad del conquistador está dominada por los mitos que prometen riqueza, la codicia le veda la sensibilidad por el encanto estético de Amazonia. La alabanza de Colón a la belleza del Nuevo Mundo está ausente: Colón tuvo sentido estético por el paisaje sólo hasta que escuchó hablar de fortunas en oro, una vez situado en la risueña región antillana sin una naturaleza amenazadora, y su lenguaje pobre repetía el lugar común del locus amoenus de los poetas antiguos, mientras que Carvajal se abstuvo de asociaciones librescas a no ser bíblicas.

También la gente de Orellana estuvo obsesionada por Eldorado: “(El indio) dijo que hay muy grandísima riqueza de oro y de plata (....) y que de todas las señoras (....) no es otro su servicio sino oro y plata”. Carvajal muestra el mito de Eldorado vinculado con la naciente leyenda de las amazonas quienes “vinieron hasta diez o doce, que estas vimos nosotros, queandaban peleando delante de todos los indios como capitanas”. Hay tierra adentro –sigue escribiendo– una provincia sólo habitada por mujeres “no siendo casadas ni residir hombre en ellas”. Según los indios, escribe, estas mujeres belicosas se buscaban a hombres de otras ciudades para la procreación, con los que convivían hasta el parto, a los hijos varones los enviaban a su patria con los hombres, mientras que a las hembras las alimentaban y educaban en las artes bélicas.

Estas indias participan con indios en tiempos y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente y van a dar guerra a muy gran señor (....) De ellas nos contaban tanto durante nuestros viajes, que las llamábamos amazonas.

 

 
 
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